Las piezas del dominó político de Etiopía siguen cayendo con la renuncia del primer ministro Hailemariam Desalegn y los disturbios que sacuden a este país del Cuerno de África.
Un mes después de que el gobierno decidiera a principios de enero cerrar una cárcel y liberar a sus presos, el primer ministro anunció su renuncia el 15 de febrero en lo que pareció ser otro intento de calmar la situación con disturbios que sacuden al país desde hace más de dos años.
Así, Desalegn se convirtió en el primer gobernante de Etiopía en renunciar; los anteriores habían sido derrocados o murieron en el cargo.
Al otro día del anuncio se declaró otro estado de emergencia, el anterior que duró 10 meses había sido el primero en 25 años y se levantó en agosto de 2017.[pullquote]3[/pullquote]
La decisión arrojó un manto de incertidumbre en el segundo país más poblado de África, una de las economías de mayor crecimiento y un sólido aliado de Occidente en la lucha contra el terrorismo. Además de haber mantenido como un oasis de estabilidad en el Cuerno de África, mientras sus vecinos caían en la anarquía.
“No hay garantías de que Etiopía no caiga en el caos y en la violencia”, opinó Awol Allo, investigador de leyes en la Universidad de Keele, en Gran Bretaña.
“No hay una fórmula mágica aquí que no exista en otro país. Después de todo, compartimos similitudes culturales e institucionales”, apuntó.
Algunos interpretan la renuncia de Hailemariam como un acto desesperado de autopreservación de la diminuta élite tigray, acusada de utilizarlo para mantenerse y aferrarse al poder desde que terminó la guerra civil en 1991, con el dominio del Frente de Liberación del Pueblo Tigray (TPLF, en inglés) en la coalición gobernante Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FRDPE), de cuatro partidos.
Pero otros sostienen que ese análisis deja de lado los cambios que operan en el espacio político de Etiopía.
“La renuncia del primer ministro no le convenía al TPLF”, opinó Awol.
El partido “todavía trata de llegar a una resolución que siga preservando su influencia no merecida, pero la renuncia es el resultado de las protestas sin tregua de los últimos dos años”, explicó.
Tras suceder al carismático Meles Zenawi, quien murió en el cargo en 2012, Hailemariam nunca se desvinculó de las críticas de que era un cuidador del poder a las órdenes de otras figuras más influyentes del ejército y del TPLF.
Otro análisis sostiene que Hailemariam, cristiano declarado, siempre estuvo rodeado de un nido de serpientes en el gobierno y se vio cada vez más entre la espada y la pared.
Algunas de las concesiones que hizo envalentonaron a los manifestantes y pusieron de punta a los dirigentes de línea dura, a quienes no les gustó la velocidad ni el alcance de las mismas.
Además, en medio de las protestas, el FRDPE se vio cada vez más desgarrado por las divisiones, pues sus fuerzas oromo y amhara se enfrentaron al señorío tigray.
La renuncia del primer ministro sería tras el congreso del partido, este mes, según los rumores. Pero se adelantó porque su agrupación prefirió tener a alguien más firme en tiempos de crisis, cuando al gobierno le cuesta preservar la ecuación que logró mantener la estabilidad durante décadas.
Etiopía imitó el modelo chino de ofrecer beneficios materiales a la población para contrarrestar las restricciones a las libertades civiles.
Pero tras una década de un crecimiento de dos cifras, gracias a la inversión estatal en infraestructura, este se enlenteció en los últimos años en medio de sequías y malestar social.
Pero aún en tiempos de bonanza, la mayoría de los etíopes se sintieron excluidos de los beneficios que solo gozaba una minoría. La desigualdad se hizo más penosa por las restricciones a las libertades básicas, sumada a la inflación y al estancamiento de los salarios.
La situación derivó en el movimiento de protesta oromo a fines de 2015, que no perdió fuerza en medio de la represión, lo que indica que es menos probable que se detenga ahora, aunque su futuro podría tener consecuencias existenciales para el Estado etíope.
“Es hora de que los etíopes decidan si quieren que el imperio que fue Etiopía sea un país o varios”, indicó Sandy Wade, un diplomático europeo que estuvo en misión durante las protestas.
“Si quieren un país, la actual obsesión con el nacionalismo étnico tienen que cambiar porque van a terminar con varios países, no uno”, alertó.
Los ojos están puestos en quién sucederá a Hailemariam y si el nuevo primer ministro continuará el acercamiento con los sectores descontentos o lanzará la persecución.
Se fijó el 11 de este mes el día para empezar las deliberaciones sobre el sucesor.
“Si el TPLF implementa reformas, como dijo que haría, y el FRDPE elige a un líder de la agitada Oromia, el centro neurálgico de las protestas, las cosas podrían cambiar para bien”, opinó Awol.[related_articles]
“Frenar las protestas ahora es imposible”, sostuvo Jawar Mohammad, el conocido activista oromo que reside en Estados Unidos, desde donde lleva adelante una fuerte campaña en las redes sociales; un héroe para algunos y un villano para otros.
“Es posible evitar que se intensifiquen y que superen al régimen si se toman acciones valientes, concretas e inmediatas, como designar a un primer ministro capaz y popular con probadas credenciales reformistas”, arguyó.
Pero Etiopía tiene una larga historia de estar bajo el mando de hombres fuertes y autoritarios, antes de Meles Zenawi, estuvo el dictador Mengistu Haile Mariam, y antes el emperador Haile Selassie, y así hasta el siglo XIX con el emperador Teodoro, quien comenzó a construir el imperio que derivaría en la Etiopía moderna.
Si el FRDPE elige a alguien de la vieja guardia, la situación podría empeorar. Pero quién resulte elegido, aun con el apoyo de los manifestantes, deberá tiene por delante una tarea gigantesca, y deberá abocarse a diseñar una hoja de ruta para la transición, indicó Jawar.
El documento debe incluir la rápida liberalización del ámbito político para que la oposición y los medios puedan desempeñar su papel en la construcción de la democracia. Lo último será lo que, de hecho, ponga fin a las protestas.
“Tienen que entender una cosa de la mentalidad etíope: es circular”, observó Abebe Hailu, abogado de derechos humanos, quien vivió la caída del emperador Selassie y la dictadura.
“Nuestras iglesias son circulares, nuestras mezquitas son circulares, la inyera que comemos es circular, todo es circular. Con esa mentalidad se sigue discutiendo y discutiendo una cosa, pero nunca se llega a una decisión”, explicó.
Algunos actores internacionales influyentes podrían tener algún impacto, pero hasta ahora prefieren no molestar al gobierno y, salvo algún comunicado de prensa a modo de reprensión, no parecen tener nada tangible que ofrecer.
Traducido por Verónica Firme