Cientos de miles de rohinyás refugiadas de Myanmar (Birmania) viven en campamentos hacinados a lo largo de la frontera de ese país con Bangladesh. Víctimas de violencia sexual y física en el estado birmano de Rakhine, las mujeres ahora sufren la crisis de manera desproporcionada, y los riesgos que las acechan están lejos de terminarse.
Muchas rohinyás que pidieron no ser identificadas comentaron a IPS que el trabajo sexual aumenta en el campamento, con la asistencia de actores locales que les proveen de apartamentos y de hoteles cercanos. El cierre de los puestos de seguridad en la noche facilita la realización de esas actividades ilegales.
Además, la trata y el tráfico de mujeres y niñas constituye un riesgo enorme.
“Llegan muchas jóvenes separadas de sus familias”, observó Showvik Das, oficial de relaciones externas de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) en Bangladesh. “Muchas personas les dicen que las ayudarán, pero luego las jóvenes desaparecen”, subrayó.
En este país se aprobó una ley contra la trata y el tráfico de personas en 2012, pero rara vez se cumple como corresponde.
Hay más de 50.000 mujeres embarazadas y amamantando entre las recién llegadas, quienes requieren asistencia alimentaria y médica. Pero los hospitales con sus limitadas capacidades tienen dificultades para hacer frente a sus necesidades específicas.
Además, no hay mucho conocimiento sobre métodos anticonceptivos, cuyo uso, de todas maneras, se desalienta en la comunidad rohinyá.
Los rohinyás son muy religiosos. De hecho, hombres y mujeres consideran que el embarazo es un “deseo de Dios” y creen que él los ayudará a alimentar y mantener a sus hijos, y por eso no les gustan los métodos anticonceptivos, lo que hace que la tasa de natalidad sea elevada en los campamentos de refugiados.
“Las rohinyás internalizaron la idea de que tienen que tener muchos hijos para salvar al grupo, muy perseguido”, explicó Lailufar Yasmin, profesor de relaciones internacionales de la Universidad de Daca, y quien trabaja en el campamento.
Además, prácticamente carecen de derechos reproductivos por sus propias costumbres tradicionales, como la de casarse muy jóvenes.
La discriminación de género generalizada en la sociedad rohinyá y el prestigio que tiene el matrimonio, deja a las mujeres solas en una situación particularmente vulnerable en los campamentos. También hay muchos casos de violencia de género no denunciada porque los responsables son los maridos.
Además, algunas mujeres y jóvenes sin ningún referente masculino terminan en un “matrimonio de protección” para evitar agresiones sexuales de otros hombres.
La mayoría de las refugiadas se casaron entre los 16 y los 17 años y, si bien a muchas les gustaría trabajar para ganarse la vida, muy pocas lo hacen a pesar de estar capacitadas. Incluso tienen una movilidad reducida por las normas patriarcales y conservadoras de la comunidad rohinyá.
Las mujeres tampoco se sienten seguras yendo a los servicios higiénicos porque los baños de hombres y mujeres no están separados ni limpios y están lejos de donde viven. Muchos, incluso, tampoco tienen luz, por lo que tratan de no ir de noche para evitar el acoso y terminan defecando al aire libre.
Algunos refugiados pusieron una lona cerca de la cocina para bañarse y lavarse cerca de donde preparan la comida. Los especialistas temen que la falta de higiene derive en brotes de enfermedades.
“La OIM apoya la construcción de áreas de baños privados para ofrecer seguridad a las mujeres en las comunidades bangladesíes, y las mismas se construyen en los asentamientos rohinyás, pero hay problemas por la falta de espacio”, explicó Olivia Headon, oficial de información de emergencia de la organización.
Una evaluación rápida de cuestiones de género, realizada por la organización Care en el campamento Balukhali, en Unión Rajapalong, en la upazila de Ukhiya, en este distrito de Cox’s Bazar, señaló que todos los líderes de la comunidad de refugiados son hombres.
Los niños comenzaron la escuela o las madrasas (escuelas con educación religiosa) en Birmania, mientras las niñas suelen quedar al margen de la enseñanza. A las de familias adineradas las sacan después de cinco años de primaria, lo que aumenta su dependencia de los varones de la familia.[related_articles]
La falta de educación hace que las mujeres rohinyás rara vez participen en la toma de decisiones u ocupen papeles de liderazgo, aunque ahora muchas se ven obligadas a hacerlo.
“Las refugiadas adultas superan a los hombres en número, y muchas de las que perdieron a su maridos durante los ataques militares tienen que hacerse cargo de sus familias, algo a lo que culturalmente no están acostumbradas”, explicó Showvik Das, de la IOM.
Para los hogares encabezados por mujeres con niños pequeños y por embarazadas que quedaron viudas, la falta de educación no hace más que agravar su situaicón de vulnerabilidad.
Birmania llegó a un acuerdo hace poco con Bangladesh para repatriar a los rohinyás que huyeron de la violencia que comenzó en agosto de 2017, pero el retorno de medio millón de refugiados no será inmediato, y muchos de ellos terminarán quedándose mucho tiempo en los campamentos.
En ese contexto, las refugiadas rohinyás necesitan intervenciones significativas para tener agua, saneamiento, derechos de salud sexual y reproductiva y protección contra la violencia.
Esta serie de artículos sobre la situación en la frontera entre Birmania y Bangladesh cuenta con apoyo del Programa Internacional de Desarrollo de la Comunicación de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Traducido por Verónica Firme