Hace ahora unos años alguien compartió conmigo un video que me impactó profundamente. Se llamaba “El Efecto Niña”. El video reproduce en tres minutos el destino de millones de niñas y adolescentes en el mundo.
Años después, al llegar a República Dominicana y estudiar sus retos en materia de desarrollo humano, recordé aquel video y concluí que si República Dominicana, a pesar de su altísimo crecimiento económico sostenido, de su importante transformación social y de su modernización, no resuelve el problema del embarazo adolescente, jamás llegará a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible en 2030.
Hace unos días, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) lanzó su Informe Nacional de Desarrollo Humano 2017 consagrado a esta temática. Este informe se complementa a su vez con otro presentado por UNICEF y el Banco Mundial en agosto e igualmente con el informe presentado en noviembre por la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).
Los tres documentos conforman un todo global y coherente producto de una realidad siniestra. Dos de cada 10 mujeres entre los 15 y los 19 años en República Dominicana han estado embarazadas o han sido madres. El 15,9 por ciento de la población total. Seguramente será un porcentaje superior habida cuenta que los embarazos empiezan a producirse ya a los 12 años.
Las causas de esa realidad siniestra, someramente descrita, son múltiples; pero sus consecuencias son claras: baja o muy baja calidad de vida, escaso bienestar, pobreza recurrente, exclusión.
El vínculo entre pobreza y embarazo infantil y adolescente es claro, lo que no lo era tanto y el Informe del PNUD pone de manifiesto, es el costo de oportunidad que el embarazo adolescente tiene para el desarrollo humano de esas jóvenes. Es decir, las oportunidades que pierden como consecuencia de esos embarazos o maternidades precoces.
Esta realidad, insisto siniestra, empeora si tenemos en cuenta que ella tiene un impacto igualmente cuantificable en el joven embarazador, en el entorno familiar de la niña o adolescente embarazada y por supuesto también en el o la menor, producto de ese embarazo.
Estamos hablando de la mitad de la población.
La buena noticia empero es que esos efectos espeluznantes que acarrea el embarazo adolescente no son necesariamente irreversibles.
La tendencia se podría invertir si se introduce de manera urgente una nueva arquitectura de políticas que incidan e integren la prevención, así como la mitigación de los efectos por embarazo a través de políticas de atención y protección. Políticas que aseguren mayores oportunidades.
Una nueva arquitectura en suma que tenga un carácter multidimensional, que llegue al nivel local (enfoque territorial) y se implemente a lo largo del tiempo.
Si lo anterior se adopta e introduce pronto, las posibilidades de cumplir con los compromisos adquiridos por el Estado podrán cumplirse. Si no es el caso; mucho me temo que estaremos hablando de un país con un futuro a medias. El de la mitad privilegiada de la población.