Los tuxás, un pueblo indígena brasileño, que por siglos habitó en el norte del estado de Bahia, en las riberas del río São Francisco, sobrevive ahora envuelto en la saudade (nostalgia), desde que un embalse dejó a sus pobladores sin su tierra y sus raíces quedaron bajo sus aguas.
Lo cuenta a IPS, entre otros, Dorinha Tuxá, una de las cacicas de la comunidad originaria, que tiene actualmente unos 2.000 miembros, después de cantar a la orilla de lo que ahora es un embalse a su “sagrado río”, y fumar su “marakú”, una pipa con tabaco e hierbas rituales.
En islas que quedaron anegadas, en medio del río, vivieron sus antepasados por siglos hasta 1988, cuando fueron desplazados para construir el embalse de la central hidroeléctrica de Itaparica.
Tras una batalla legal de 19 años, las 442 familias tuxás realojadas recibieron finalmente una indemnización de la empresa concesionaria, pero todavía esperan por las 4.000 hectáreas que fueron acordadas cuando se les desplazó y que deben entregarles organismos del Estado.
Por ella luchan ahora, porque como repiten, “un indígena sin tierra no es nadie”, después de un recibimiento con su «toré», una danza colectiva y abierta, en el margen de su río y ahora embalse, donde han ocupado parte de las tierras que se comprometieron a entregarles cuando los desplazaron.
Su historia conmueve. «Fuimos los primeros indígenas en ser reconocidos del noreste y estamos siendo los últimos en tener el derecho a nuestra tierra”, se lamentan.