El campesino João Afonso Almeida y su finca de 17 hectáreas em Canudo, en el estado de Bahia, en la región del Nordeste de Brasil, son un ejemplo del éxito de un modelo que parte de la convivencia con una tierra seca y polvorienta.
Gracias a simples técnicas de almacenamiento de agua cuando llueve, Almeida cuenta como consigue que sus plantas forrajeras, sus frutas y vegetales crezcan en la Caatinga, un bioma exclusivo de la ecorregión del Semiárido, donde las sequias pueden prolongarse por años, alternadas con fuertes precipitaciones.
Habla orgulloso de sus cisternas de agua para el consumo familiar y para sistemas de riego ahorradores de agua, que son parte de las 250.000 que instaló la Articulación com el Semiárido (ASA) en la ecorregión, y que son uno de los elementos de una política que dejó atrás los tiempos en que las sequías mataban hasta um millón de personas, como sucedió entre 1979 y 1983, y provocaban grandes éxodos.
La estratégia de “convivencia con el Semiárido”, un área donde viven 23 de los 208 millones de brasileños, fue impulsada por ASA como contraposición a las anteriores políticas de “indústria de la sequía”, que explotaban las cicilicas tragédias y se basaban en el asistencialismo.
“La convivencia con el Semiárido es algo completamente natural que en verdad todos los pueblos del mundo tuvieron en relación a sus climas. Los esquimales conviven con el clima ártico helado, los Tuareg conviven con el clima desértico”, cuenta Harold Schistek, presidente del Instituto Regional de la Pequeña Agropecuaria Apropiada, parte de ASA.
“Lo que hicimos nada más fue una lectura de la naturaleza. Observar como las plantas pueden pasarse ocho meses sin lluvia sin morir, como los animales se adaptan a eso. Ahí concluimos como debe comportarse el ser humano. No es nada de tecnología, ni de libro. Es simplemente una observación de la naturaleza aplicada a la acción humana”, detalla en este videorreportaje.