Pese a que América Latina y el Caribe concentran 12 por ciento de los suelos cultivables del planeta y un tercio de sus reservas de agua dulce, varios factores contribuyen a la degradación de sus suelos y al éxodo rural que compromete la seguridad alimentaria en un futuro ya no tan improbable.
Los datos y el alerta surgen de estudios de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) cuando se celebra el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, el sábado 17, que este año pone énfasis en la migración rural como una de las consecuencias del aumento de los procesos de desertificación, la erosión de los suelos y la caída de las precipitaciones.
Durante los últimos 50 años, la superficie agrícola de la región aumentó de 561 a 741 millones de hectáreas, con una mayor expansión en América del Sur que fue de 441 a 607 millones de hectáreas. Ese incremento trajo por lo general el uso intensivo de insumos, la degradación de suelos y el agua, la reducción de la biodiversidad y la deforestación.[pullquote]3[/pullquote]
Catorce por ciento de la degradación mundial de los suelos ocurre en esta región, siendo más grave en Mesoamérica, donde afecta a 26 por ciento de la tierra, mientras en América del Sur se sitúa en 14 por ciento.
“A medida que los suelos se degradan, la capacidad de producir alimentos se reduce, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria”, explicó Jorge Meza, oficial forestal de la FAO, desde su oficina regional en Santiago de Chile.
Según Meza la degradación de suelos, depende de factores como la gravedad y extensión de la degradación, la dureza de las condiciones climáticas, la situación económica de las poblaciones afectadas y el nivel de desarrollo nacional.
En ese sentido, explicó a IPS, la primera reacción de una población que intenta sobrevivir es intensificar la explotación ya excesiva de los recursos naturales más accesibles.
El segundo paso, añadió, es liquidar todo lo que posee como equipos, inclusive para encarar las necesidades monetarias para la educación, la salud o una crisis de alimentos.
“El tercero es el rápido aumento de la emigración rural: los varones adultos o los jóvenes de ambos sexos emigran por temporadas o durante años en busca de trabajo a otras regiones del país (especialmente a las ciudades) o al exterior. Estas estrategias de supervivencia suelen conllevar la ruptura de la comunidad y a veces de la familia”, completó sobre el pernicioso proceso.
“La perspectiva es que a medida que se incremente el cambio climático y no se mejore la resiliencia de las poblaciones rurales, sobre todo las que se encuentran en situación de vulnerabilidad, estas cifras se podrían incrementar de manera importante”, advirtió el experto regional.
Según la Comisión Económica para América Latina (Cepal), en la región hay cerca de 28,4 millones de migrantes internacionales que representan cerca de 4,8 por ciento de su población, de 599 millones de personas, según datos del informe construido con los censos nacionales.
América Central es el área que más contribuye a este número con cerca de 15 millones de migrantes que representan el 9,7 por ciento de su población (161 millones de personas).
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) define a los “migrantes ambientales” como las personas o grupos de ellas que se ven forzadas o eligen dejar sus poblaciones por los cambios repentinos o progresivos en el entorno que afectan sus modos de vida.
Pero según André Saramago, consultor de FAO para Desarrollo Territorrial Rural, la migración rural tiene una multiplicidad de causas como la pobreza, la falta de oportunidades y en algunos casos, como sucede en los países del llamado Triángulo Norte Centroamericano (Honduras, El Salvador y Guatemala) la violencia criminal.
A esos elementos se agrega ahora la vulnerabilidad de los hogares ante fenómenos climáticos, como sequías cada vez más intensas y frecuentes, comentó a IPS, también desde la oficina regional de la FAO.
“El ciclo vicioso a qué se refieren tiene así mucho que ver con el rezago histórico de las zonas rurales latinoamericanas, donde la vulnerabilidad ante fenómenos climáticos se suma a otros factores de vulnerabilidad que ‘empujan’ la gente a migrar, simplemente porque no hay oportunidades y porque lo que antes era su actividad principal, la agricultura, ya no les permite sobrevivir con dignidad”, sostuvo.
Para el experto, revertir ese fenómeno implica respuestas integrales en el sentido de administrar las tierras de manera sostenible, de evitar la degradación y de promover su recuperación, aunque no sería suficiente para reducir la presión migratoria.
“Es fundamental generar inversiones estratégicas en las zonas rurales en el sentido de generar bienes públicos que permitan a los agricultores, principalmente los agricultores familiares, superar sus limitaciones históricas”, adujo.
Esas son las herramientas, planteó, “para lograr revertir el ciclo vicioso es fundamental recuperar y repensar el concepto de desarrollo rural territorial, donde la construcción participativa de políticas y la capacidad de abordar el problema de forma multidisciplinar y multisectorial es clave”.
Una de esas acciones, explicó Meza por su parte, es mejorar la administración y distribución del recursos de agua. En las últimas tres décadas la extracción de agua se ha duplicado en la región con un ritmo muy superior al mundial. El sector agrícola y especialmente la agricultura de riego representa 70 por ciento de las extracciones.[related_articles]
“Desde la perspectiva social, la pobreza rural se refleja también en la falta de acceso a los recursos tierra y agua. Los agricultores pobres tienen un menor acceso a la tierra y al agua, trabajando suelos de mala calidad y con una alta vulnerabilidad a la degradación. Un 40 por ciento de las tierras más degradadas del mundo están en zonas con elevadas tasas de pobreza”, indicó.
El experto explicó que existen numerosas experiencias que integran producción y conservación de la biodiversidad, en particular, sistemas agroalimentarios indígenas y tradicionales de producción, agricultura familiar, conservación de la agro-biodiversidad, así como manejo de recursos compartidos y protección de recursos naturales, que aportan una metodología y sistematización de prácticas y enfoques.
Norberto Ovando, presidente de la Asociación de Amigos de Parques Nacionales de Argentina y miembro de la Comisión Mundial de Áreas Protegidas, relató a IPS algunas de esas experiencias en su país, donde 70 por ciento del territorio está sujeto a desertificación.
Argentina ocupa más de 80 por ciento de su territorio en actividades agrícolas, ganaderas y forestales. La erosión es más aguda y crítica en zonas áridas y semiáridas que componen las dos terceras partes del territorio, allí donde la pérdida de productividad se traduce en el deterioro de las condiciones de vida y expulsión de la población.
“Actualmente muchos agricultores en el mundo y en Argentina están aplicando el sistema de riego por goteo, que debería generalizarse en todo el mundo y que los gobiernos deberán tenerlo como política de estado, ayudando con préstamos blandos a los agricultores para su instalación. Mediante este sistema se consiguen ahorros de hasta un 50 por ciento del agua, en comparación con el sistema tradicional”, ilustró el consultor ambiental.
También consideró que se debe popularizar el sistema de producción de alimentos limpios, muy variados y productivos que se le conoce como “sistemas de policultivos agro-acuícola-ganaderos integrados”, actualmente difundido en Asia.
Pero para Ovando lo fundamental es la instauración de “políticas públicas que promuevan el apoyo a la agricultura familiar y fortalezcan el empleo rural”.
“Se podría afirmar que en América Latina y el Caribe el hambre no es un problema de producción, sino de acceso a alimentos. Por esto la seguridad alimentaria está relacionada a la superación de la pobreza y la desigualdad”, dijo.
“Es indispensable una gestión eficaz de la migración por causas ambientales para garantizar la seguridad humana, la salud y el bienestar y para facilitar el desarrollo sostenible”, concluyó.
Editado por Estrella Gutiérrez