En esta remota comunidad, entre las montañas de un valle interandino de Bolivia, un grupo de mujeres aprendió a combatir las intensas heladas y la escasez de agua con cultivos en las llamadas carpas solares, y a preparar con ellos para sus familias nutritivos alimentos que hasta hace nada desconocían.
En un paisaje dominado por la vegetación sobreviviente al clima oscilante entre temperaturas gélidas y medias de Phuyuwasi, en el departamento central de Cochabamba, Maribel Vallejos relata a IPS cómo el proyecto de esos huertos familiares tipo invernadero en que participa cambió su vida y la de sus compañeras.
«Antes compraba verduras por 100 bolivianos (unos 12 dólares), pero ahora ahorro ese dinero», dice esta mujer, la única que habla español entre el grupo de agricultoras donde domina el quechua, su lengua materna.
La aldea perteneciente a Pocona, uno de los 46 municipios cochabambinos, se beneficia de un programa liderado por el Ministerio de Desarrollo Rural y de Tierras, con el apoyo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y a la que se han sumado otras agencias de la ONU.
Tras dos años de actividades de capacitación, “ya no se ve más la desnutrición (infantil). Antes comíamos muy sucio, ahora comemos limpio y sabemos lo que estamos comiendo. Somos más fuertes comiendo estas verduras”, asegura Vallejos.
Aunque el panorama muestra verdes campos, plantaciones de avena elevándose firmes y plantas de papas emergiendo de la tierra fértil, en estos valles de las dos vertientes andinas es difícil obtener una producción regular porque las temperaturas pueden caer bruscamente a cuatro grados centígrados, o ascender hasta los 28 grados, explica a IPS el coordinador en Cochabamba del proyecto, el agrónomo Remmy Crespo.
Especialistas de varias disciplinas llegaron hasta los municipios de Pocona y su vecino Pojo, con poblaciones dispersas en aldeas y caseríos, bajo un concepto integral de apoyo que comprende desde la producción de alimentos, la transformación o la comercialización, hasta el consumo, acota el coordinador nacional del programa, Abdón Vásquez.
Cuando los técnicos arribaron en 2015, en la zona se consumía arroz, huevos, y algo de carne de pollo. Hoy la ingesta diaria de los integrantes de las familias incluidas en el proyecto aumentó en unas 800 calorías en proteínas, vitaminas y minerales aportadas por las verduras y hortalizas producidas por sus habitantes, relata Crespo.
Jhaneth Rojas, una joven agricultora de Phuyuwasi, corrobora a IPS la historia del cambio en los hábitos alimenticios de su familia, mientras saca de la tierra algunos rojos rábanos y los muestra sonriente.
Aquí, los rábanos (Raphanus sativus), la beterraga (Beta vulgaris), el pepino, el zapallo (Cucúrbita maxima), la vainita (Phaseolus vulgaris), el brócoli o la espinaca “no se conocían”, pero hoy “mi papá está interesado en ampliar la carpa solar para que los hijos sean fuertes” con la producción y el consumo de verduras, dice Rojas.
La experiencia en esta aldea de 102 familias comenzó en febrero de 2016 con seis carpas y ahora la comunidad desarrolla sus cultivos en 28.
Comunidades cercanas de Pocona, con una población total de 14.000 personas, pidieron el apoyo técnico y supervisión para colocar en ellas otros 36 huertos invernadero, que protegen los cultivos de los cambios del clima y donde prosperan perfectamente atemperados.
En una de ellas, Conda Baja, Elvira Salazar, muestra su pequeño huerto donde destaca el intenso verde de las lechugas, las vainitas y las beterragas con que se alimenta su familia.
Muy próximo a su huerto, unas pozas dedicadas a la piscicultura parecen vacías, pero en su profundidad de un metro, alevines de carpa (Cyprinus carpio) se mueven silenciosos en aguas captadas de las vertientes montañosas.
Esos peces también han pasado a integrar la dieta de las 99 familias de la aldea, explica Luis Alberto Morales que junto a su esposa Zulma Miranda ya han saboreado algunos ejemplares de ese pescado.
Por cada 100 gramos de la carpa, se obtienen 120 calorías, aparte de un alto aporte de proteínas y vitaminas A, B2, B6, B12, y E, además de hierro, potasio, magnesio y fósforo.
La pesca con redes en estanques de 10 por 10 metros es festiva para los productores, en que cada uno invirtió unos 144 dólares en las excavaciones y luego recibieron intensas sesiones de capacitación en la fertilización de peces, crianza de alevines, oxigenación del agua, control de turbiedad y alimentación.
En total, 224 familias de los municipios de Pocona y Pojo, con 10.000 habitantes, poseen pozas con peces traídos desde el sureño departamento de Santa Cruz.
Al pescado, la FAO agregó a la producción y consumo de la carne de cuy (Oryctolagus cuniculus), un roedor andino más pequeño que el conejo, con una producción anual de 30 crías por hembra.
Motivados por la calidad de la carne, agricultoras como Daly García decidieron construir criaderos para los pequeños ejemplares, porque aprecian su calidad nutricional, según comenta a IPS.
En su granja familiar localizada en las cercanías de Pojo, la cabecera del municipio del mismo nombre, a 200 kilómetros de la ciudad de Cochabamba, cría a los cuyes con el forraje, la yerba y la alfalfa que produce en su terreno de dos hectáreas donde también cultiva manzanas, duraznos y otras frutas.
Más lejos, casi tocando el cielo a 3.300 metros sobre el nivel del mar, a las faldas de las montañas que rodean Villa Esperanza, también en Pojo, Clemencia Zapata cuida un huerto de 15 hectáreas. Cada mañana asciende por una senda hasta llegar a su predio de ordenados surcos, donde emergen lechugas, repollos y maíz.
Expuestos al sol de intenso brillo de las alturas, los cultivos requieren ayuda para combatir las plagas explica Zapata a IPS. Hasta allí llegó Miguel Vargas, agrónomo de la FAO, portando envases que contienen “bioinsumos”, productos que reemplazan a los agroquímicos.[related_articles]
Los bioinsumos tienen el apoyo técnico de la FAO, la agencia de cooperación de Alemania (GTZ) y la organización Agrecol Andes, a la cual se sumó la alcaldía de Pojo.
Los productos tienen gran aceptación entre unas 150 personas que cambiaron los agroquímicos, a los cuales atribuyen afecciones visuales y al sistema nervioso, por una oferta que se elabora con base a alimentos naturales como el afrecho (residuos de cereales) y la “chancaca” (azúcar sin refinar), describe Vargas a IPS.
El proyecto consiste en vender los “bioinsumos” a los agricultores, a precio de costo, y con esos ingresos continuar con la producción para ampliar la producción y beneficios a otros productores.
El círculo del proyecto culmina en las instalaciones de la Planta de Transformación de Productos Saludables, inaugurada el pasado 21 de abril, y dirigida por la Asociación de Productoras de Alimentos Nutritivos de Pojo. Aquí el sello y la marca también tiene rostro femenino.
La pedagoga Cinthya Orellana y la productora Zaida Orellana dirigen las actividades, bajo un riguroso control de calidad, higiene y cuidado de alimentos y procesos. Debe hervirse durante 20 minutos y servirse caliente, recomiendan.
Una sopa nutritiva de maíz, verduras y “charque” (carne deshidratada), o de verduras combinadas con las abundantes habas (Vicia faba), están entre los platillos que se ofertan en las ferias comerciales de la zona.
“Los varones no se interesan, por eso las asociadas son mujeres”, dice Orellana, una mujer joven que abandonó los talleres de costura de Argentina y Brasil, para retornar a su tierra a cuidar de su esposo e hijos y ayudar a la producción alimentaria industrial de Pojo.
Editado por Estrella Gutiérrez