Entre los muchos líderes que hicieron historia en el siglo XX, Fidel Castro, fallecido el 25 de noviembre a los 90 años, se singularizó por alzar Cuba a un protagonismo mundial inesperado para un pequeño país, en una era donde las armas eran llamadas a dirimir disputas nacionales e internacionales.
La Guerra Fría imponía opciones políticas y sus consecuencias bélicas. Al elegir el comunismo como su camino en 1961, dos años después del triunfo de la revolución, Cuba se convirtió en un peón infiltrado en el tablero enemigo, con todos los riesgos de esa posición amenazadora y vulnerable.
En América Latina la opción generalizada por el lado “occidental y cristiano” degeneró en dictaduras militares, casi todas anticomunistas y directamente vinculadas a Estados Unidos, con algunas excepciones como la del gobierno progresista del general Juan Velasco Alvarado en Perú (1968-1975).
Proliferaron, en el lado opuesto, las guerrillas apoyadas o incluso promovidas por Cuba, como la incursión comandada por Ernesto Che Guevara en Bolivia (1966-1967). La derrota militar de esos movimientos fue una regla, aunque no absoluta.
Hubo el triunfo de los sandinistas en Nicaragua, en 1979, y en Colombia el conflicto se prolongó hasta este año, cuando se firmó la paz con la mayor de esas guerrillas, las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia).
La conflagración no se limitó a países latinoamericanos. La guerra del Vietnam, con intervención estadounidense de 1964 a 1975, sacudió el mundo. El triunfo de los comunistas evitó que otro país se mantuviera dividido entre Norte y Sur, como ocurrió con Corea, o entre Este y Oeste, en el caso de Alemania.
En África, la descolonización de algunos países costó ríos de sangre. Argelia, por ejemplo, se independizó de Francia en 1962 tras una guerra que dejó 1,5 millones de muertos, según los argelinos, y poco más de un tercio de esa cifra, según los franceses.
En ese contexto, Castro lideró una gesta que hizo de Cuba un fenómeno de proyección e influencia internacional desproporcionados con el tamaño del país de menos de diez millones de habitantes hasta 1980 y de 11,2 millones actualmente.
Fomentó y entrenó guerrillas que desafiaron gobiernos y fuerzas armadas en varios países latinoamericanos no solo materialmente. Fue para muchos una alternativa de comunismo más auténtico, en contraposición al soviético, considerado burocrático, basado en la represión incluso de otros pueblos y ya sin combustible revolucionario.
La defensa del estimulo moral, la equidad social, la prioridad absoluta a la niñez, los avances en educación y salud y la solidaridad con los pueblos oprimidos o golpeados por tragedias en cualquier parte del mundo son componentes seductores del comunismo a la cubana, pese a su naturaleza dictatorial.
No era democracia, un valor no muy respetado décadas atrás ni tan siquiera por los propagandistas de la libertad en Occidente, que también diseminaron o se asociaron a dictaduras.
Los militares y médicos cubanos se multiplicaron en países africanos y latinoamericanos, en campañas de apoyo y asistencia, e incluso en algunas ocasiones de acción protagónica.
La acción externa de más impacto ocurrió en Angola, donde la ayuda militar cubana fue decisiva para afianzar la independencia del país africano, al bloquear el avance de las fuerzas sudafricanas que llegaron muy cerca de Luanda, buscando impedir el nacimiento de la nueva nación el 11 de noviembre de 1975.
Durante décadas militares cubanos estuvieron en aquel país capacitando colegas angolanos y reforzando la defensa nacional, al igual que médicos y maestros que formaron una nueva generación de estudiantes locales.
La operación en Angola comprueba que Cuba fue más que un simple peón de la extinta Unión Soviética. El 27 de mayo de 1977 ocurrió un intento de golpe de Estado por una fracción del gobernante Movimiento Popular de Liberación de Angola, liderada por Nito Alves.
Leales al entonces presidente Agostinho Neto, los cubanos ayudaron a frustrar el golpe. Ellos recuperaron para el gobierno la principal emisora de radio, en Luanda, ocupada por los rebeldes. Se pudo escuchar una voz cubana comunicando el éxito de la acción, a través del micrófono de la propia radio.[related_articles]
Los soviéticos estaban al lado de los golpistas, según los gobernantes angolanos de aquella época. Diplomáticos de Moscú fueron expulsados del país, así como militantes vinculados al Partido Comunista Portugués. Tuvieron peor suerte los llamados “fraccionistas” acusados de participar en la rebelión, fusilados en una cantidad hasta hoy ignorada.
Últimamente son miles de médicos que difunden una imagen humana de Cuba en América Latina, después de hacerse presentes en muchos países africanos. Decenas de miles de ellos pasaron por la Venezuela bolivariana. En Brasil hay más de 11.000 médicos cubanos, distribuidos por el interior del país desde 2013.
La revolución cubana y sus hazañas se confunden con la figura de Fidel Castro, cuyo liderazgo era tan dominador que probablemente no necesitaría las reglas de su régimen político para afirmar permanentemente su poder y su autoridad sobre todas las actividades en Cuba.
“¿Para qué elecciones?”, solían preguntar en forma de argumento muchos cubanos, en respuesta a las frecuentes críticas a la duración excesiva del gobierno castrista, sin someterse a la criba electoral.
La impresión es que su liderazgo era excesivo, desbordaba en mucho los límites de la isla. La capacidad de acción se reflejaba en las reuniones de trabajo hechas en la madrugada, así como diálogos con visitantes.
Sus discursos de muchas horas, los llevó al exterior, cuando visitó países gobernados por amigos, como el Chile presidido en 1971 por el socialista Salvador Allende (1970-1973) y la Angola de Agostinho Neto en 1977.
“Ellos no tienen un Fidel”, decían los cubanos en Angola, para criticar y justificar errores del gobierno local, lamentando la ausencia de un líder tan infalible como el suyo en el país cuyo desarrollo intentaban apoyar.
Como producto y sujeto de un tiempo marcado por la Guerra Fría, Castro parece destinado a la controversia, como figura histórica alabada por unos y condenada como déspota por otros. Pero su legado político tiende a disiparse si el comunismo no logra conciliarse con la democracia.
Editado por Estrella Gutiérrez