El periodista eritreo Estifo estuvo siete años ahorrando para pagarle a una persona que lo trasladara junto a su familia de la capital de Eritrea a la frontera con Etiopía. Una vez del otro lado, presentó una solicitud de asilo a las autoridades de este país.
Ahora es uno de los miles de ciudadanos de Eritrea que viven en la capital etíope, donde edita una revista que busca disuadir a sus compatriotas en Adís Abeba y en campamentos de refugiados dispersos por este país de no arriesgarse en la peligrosa travesía de llegar al norte de Libia y cruzar el mar Mediterráneo hacia Europa.[pullquote]3[/pullquote]
“La revista trata de los riesgos de la emigración y de la difícil realidad de estar en Europa”, indicó Estifo. “Además, una vez allí, no puedes regresar, las cosas cambian demasiado. En cambio, hay muchas más cosas en común con Adís Abeba y es más fácil regresar a Eritrea”, explicó.
Desde que el ahora fallecido primer ministro de Etiopía, Meles Zenawi (1955-2012), implementó una política de puertas abiertas hacia los refugiados, el número de personas en esa situación llegó a 700.000, la mayor cantidad en África.
La política también se extendió a los refugiados procedentes de Eritrea, un país que Etiopía considera su archienemigo desde la catastrófica guerra que los enfrentó durante dos años y terminó en 2000, pero no resolvió nada y solo dejo un mayor resentimiento mutuo.
No sorprende que entre quienes emigran hacia la frontera sur esté lleno de periodistas, pues Eritrea figura en la lista con los 10 países con mayores restricciones a la prensa, compilada por el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), en 2015, siendo el que más aplica la censura en el mundo y el que más reporteros encarcela en África.
Las limitaciones a la prensa en Eritrea comenzaron en 2001, cuando, al parecer, el mundo estaba distraído con los atentados contra Nueva York y Washington, del 11 septiembre de ese año.
Ese mes, “clausuraron canales de noticias privados y la mayoría de mis colegas marcharon presos”, recordó Estifo, quien se salvó por ser periodista deportivo, una trabajo que le recomendó un amigo para evitar llamar demasiado la atención.
Pero aún temiendo por su seguridad, Estifo decidió unirse a los medios militares que operaban en Sawa, una base en el desierto, donde las Fuerzas de Defensa de Eritrea eligen a sus soldados y donde los reclutas reciben un entrenamiento básico.
Las condiciones de vida eran malas y solo le pagaban 600 nafkas (unos 38 dólares) al mes, que no alcanzaban para mucho después de pagar los 500 nakfas de alquiler.
En 2007, logró una licencia por paternidad, tras la cual, en vez de regresar a Sawa, se escondió y estuvo dos años sin salir de su casa, según relató.
Cuando consideró que era seguro, comenzó a aventurarse al exterior y a vender zapatos con ayuda de su esposa, para ahorrar dinero y escapar.
“No vendimos ninguna de nuestras pertenencias antes de irnos para no levantar sospechas”, indicó. “Llegamos a la frontera a las dos de la madrugada, pero esperamos hasta el amanecer para cruzar porque una patrulla podía dispararnos”, apuntó.
Otro periodista refugiado, Beyene, trabaja con Estifo en la revista y recordó la detención de 40 reporteros en 2009, acusados de filtrar información sobre Eritrea a la prensa extranjera.
“No tenía derechos como periodista y era peligroso hasta trabajar para la televisión estatal”, observó. “Si hacía algo que no les gustaba, llamaban a la policía”, acotó. Las detenciones ocurrían hasta cuando los profesionales descansaban en la sala de té.
Por temor a que se propagara el movimiento de protesta conocido como Primavera Árabe, las autoridades de Eritrea planearon en 2011 ofrecer servicios de Internet a sus ciudadanos, pero solo mediante una lenta conexión telefónica, y menos de uno por ciento de la población se conecta, según la Unión Internacional de las Telecomunicaciones de la Organización de las Naciones Unidas.
Además, Eritrea tiene el número más bajo de usuarios de teléfonos celulares, los que solo tienen 5,6 por ciento de los poco más de 4,6 millones de habitantes.
“Los jóvenes no tienen oportunidades de hacer sus cosas, no puedes hacer nada por tu familia, todo te empuja a irte”, opinó Yonathon, de 31 años, quien emigró en 2011, estuvo un año en un campamento de refugiados antes de mudarse a Adís Abeba. “Nadie puede defender la justicia ahí, antes de empezar, te detienen, no sirve para nada”, se lamentó.
El gobierno autoritario de Eritrea emplea una vasta red de espías. “Pero es una cuestión de supervivencia, para alimentar a sus familias, la situación los obliga a espiar”, justificó, sin aprobar la actitud.
Yonathon y su amigo Teklu, de 29 años, tienen amigos eritreos que intentaron cruzar el Mediterráneo desde Libia. Por suerte, ninguno de sus conocidos murió, a diferencia de las miles de personas que han dejado la vida en el mar.
Aunque una sobrina de Yonathon, de 20 años, murió en Libia mientras esperaba para cruzar, pero no sabe por qué. Y Teklu tiene familiares secuestrados durante su travesía por tierra hacia el norte, pero liberados tras el pago de un rescate.
“Por supuesto que lo pensé”, reconoció Yonathon, sobre la posibilidad de emigrar a Europa. “Hace cuatro años que estoy aquí, ¿y cuál será mi futuro si me quedo?”, preguntó.[related_articles]
Las frustraciones de los refugiados concentran la atención de la revista de Estifo, llamada Tsilal, el término tigriña para paraguas, en alusión a que los refugiados se encuentran bajo el paraguas protector de otro país, explicó.
Además, la revista se edita gracias a los fondos aportados por el Consejo Noruego para Refugiados y se publica de forma bimestral con un tiraje de 3.000 ejemplares, de los cuales 600 se distribuyen en campamentos de refugiados. Cada uno de los siete periodistas recibe un sueldo de unos 31 dólares por mes.
“No es mucho dinero, pero tenemos que hacerlo, de lo contrario no nos oirán”, arguyó Estifo, al explicar que lo que importa es mostrar que vivir en Europa está lejos de ser la versión glamorosa que los jóvenes eritreos ven en las redes sociales.
La revista también publica artículos sobre artistas eritreos y actividades empresariales, y evita asuntos delicados de índole política o religiosa para no quedar en una posición incómoda, ni dejar a la organización noruega en esa situación.
Etiopía tienen sus propios problemas en materia de libertad de prensa. El mismo estudio del CPJ ubicó a este país en el cuarto lugar.
“Solo escribimos sobre temas que no son controvertidos, pero queremos volcarnos a asuntos que consideramos más importantes”, reconoció Estifo. “Pero nos limita la disponibilidad de fondos. Si conseguimos otros, podremos escribir de forma independiente sobre otros temas”, apuntó.
Otro problema es que no tienen recursos suficientes para trasladarse hasta los campamentos y entrevistar a los residentes eritreos. Los tres más grandes, May Aini, Adi Harush y Hitsats, están en la región Tigray, en el noroeste de Etiopía, cerca de la frontera con Eritrea y Sudán y a cientos de kilómetros de Adís Abeba.
Además, la revista no tiene oficina, sino que los editores trabajan en sus computadoras portátiles en cafés con nombres italianos, pues Eritrea fue colonia italiana, pero con dueños eritreos.
Estifo sueña algún día con poner una radio que se escuche en su país.
“Salir de Eritrea es una forma de protestar contra el gobierno”, explicó. “Pero en lugares como Etiopía, los eritreos deben preguntarse qué pueden hacer para contribuir a la libertad con sus propios recursos”, subrayó.
*Solo se utilizaron los nombres propios de los entrevistas para proteger su identidad.
Traducido por Verónica Firme