Hace solo dos décadas, Usku, Molof y Namla, tres aldeas en este distrito de la provincia indonesia de Papúa, eran el campo de batalla de tribus enfrentadas por tierras comunales. Los afras, la tribu victoriosa, se instalaron allí y se dedicaron a la caza y recolección.
Su estilo de vida seminómada siguió adelante a pesar de la llamada transmigración al pueblo lindero de Waris, donde habitantes de Java comenzaron una nueva vida al amparo del gobierno central.[pullquote]3[/pullquote]
Los tres pueblos abarcan unos 4.000 kilómetros cuadrados de la oriental Papúa, fronteriza con Papúa Nueva Guinea, y son los lugares de menor desarrollo de este país asiático.
Ahora las localidades se están transformando, con casas permanentes y agricultura practicada en los jardines de las propias viviendas. Donde antes había escasez, ahora abunda la comida.
Todo comenzó hace menos de tres meses, cuando el ministerio de Pueblos, Regiones Subdesarrolladas y Transmigración envió un equipo de expertos agrícolas y sociales a los pueblos para trabajar con la población local con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de la mayoría de las comunidades orientales fronterizas.
Dasarus Daraserme, de 50 años, asegura que la agricultura le facilitó la vida. «Ahora no tengo que adentrarme en el bosque para encontrar comida. Está aquí en mi patio delantero, ¿ve?», le dijo a IPS, señalando a sus cultivos recién sembrados.
«Era cada vez más difícil encontrar alimentos, animales y hierbas” en el bosque, agregó.
La expansión de las tres grandes plantaciones de aceite de palma que operan en la zona redujo los recursos forestales del distrito de Keerom.
Daraserme sostiene que su huerto produce más de lo que su familia necesita, incluso después de vender el excedente. «Solo necesitamos 1,5 kilos de verduras y frutas al día en promedio… Ahora tenemos cientos de kilos de pepino, soja, tomates, porotos verdes. No sabemos qué hacer con tanto», exclamó.
Anton Sirmei, de 53 años, que cultiva calabaza, col rizada, coles, ajíes y tomates, también tiene alimentos de sobra. «En el pasado teníamos escasez de comida. Era un problema. Ahora tenemos mucha. Eso también es un problema», observó.
La población más cercana con un mercado es Senggi, que se encuentra a 12 horas de distancia a pie. El transporte público solo está disponible una vez a la semana.
Ali Zum Mashar, que capacita a los habitantes en técnicas de cultivo, también les ayuda a organizar una cooperativa para la venta de los productos agrícolas.
«El gobierno invirtió algo de dinero en la corporación del pueblo, puso la rueda de negocios en movimiento», según el técnico.
Mashar dijo que esperaba que hubiera un gran excedente. «Mi fertilizante a base de microbios puede transformar tierras desnudas en lugares fértiles. Es capaz de convertir un sitio explotado por la minería en un huerto verde, por no hablar de este suelo fértil de Usku», afirmó.
El técnico encontró 18 especies de microbios en los bosques de Kalimantan mientras realizaba sus estudios de doctorado en el año 2000. Con el tiempo desarrolló una tecnología que convierte a los microbios en forma líquida, que él llama Bio P 2000 Z. Varios experimentos han demostrado su capacidad para, en algunos casos, hasta triplicar los rendimientos de los cultivos.
«Los rendimientos de los cultivos deberían duplicarse en cantidad, calidad y velocidad. Comenzamos a trabajar en agosto, y ahora, después de solo tres meses, puede verlo por sí mismo», agregó, señalando a los jardines en los patios delanteros de las casas.
El primer objetivo es que la gente tenga suficiente alimento, lo que se ha logrado. La expansión de los mercados es el siguiente paso, señaló.[related_articles]
Los aldeanos cosechan sus cultivos cada dos semanas. En términos de cantidad y calidad, los uskus producen mejores verduras y frutas que sus contrapartes en el enclave de la transmigración, que son en su mayoría agricultores calificados de Java.
Las localidades de Usku, Molof y Namla tienen mucho más que verduras, frutas y cultivos para ofrecer. Productos forestales no maderables, como hierbas y especias, miel, canela, resina y madera de sándalo también tienen un alto valor económico.
Mashar y su equipo construyen ahora un establecimiento para la cría de ciervos, con el fin de reducir su caza en el bosque. «Sin embargo, la cría de ciervos se trata de algo más que víveres. Se convertirá en atracción turística también. Pronto vamos a tener una especie de turismo aldeano», pronosticó.
El mayor desafío ahora es capacitar a los aldeanos en la gestión empresarial, en una comunidad donde 80 por ciento de la población es analfabeta. El pueblo solo tiene una escuela primaria con escasas instalaciones. Cuatro maestros enseñan a unos 150 alumnos.
La atención médica es otro problema importante. La clínica cuenta con un solo médico y a menudo no hay medicamentos. Son comunes enfermedades como elefantiasis, hongos en la piel y paperas.
Pero hay mucha esperanza de que el incremento de la cosecha mejore los ingresos y traiga mejores servicios médicos, educación e infraestructura.
«Todavía queda mucho por recorrer. Pero estamos allanando el camino para un mejor mañana”, aseguró Mashar.
Traducido por Álvaro Queiruga