La deuda permanente es un modo de vida desde que se inventó la tarjeta de crédito. Pero eso cuesta muy caro a los brasileños, por las tasas de usura que cobran los prestamistas del país, incrementadas más aún por la actual crisis económica.
Ya lo sabía Laura, que prefirió brindar su apellido. Pero no pudo evitar caer en la trampa. Había comprado una cocina nueva que presentó fallas irreparables y la empresa proveedora tardó dos meses en darle otra. Tuvo que comer afuera, gastando en restaurantes, justo cuando perdió su ingreso como cuidadora de una anciana que murió.
La cuenta de su tarjeta más que se duplicó en junio, alcanzando 3.740 reales (1.150 dólares) y ella solo pudo pagar 15 por ciento del total, refinanciando el resto. Su factura se duplicó nuevamente en julio, aunque gastó menos.
“No puedo pagarla”, admitió Laura, cuya jubilación cubre poco más que el alquiler del pequeño departamento donde vive sola en un barrio céntrico de Río de Janeiro. Esperará la indemnización que de la tienda que le vendió la cocina para negociar un descuento y pagar la deuda, que mientras “crece en progresión geométrica”.
Los descuentos suelen ser tan abultados como las tasas de interés cobradas en Brasil. Los 35.730 reales (10.990 dólares) que debía Leo, seudónimo de un electricista, a un banco bajaron a 6.435 reales (1.980 dólares). La reducción de 82 por ciento tuvo como condición el pago al contado, en noviembre pasado.
La ayuda de la familia le permitió pagar la deuda, causada por un déficit en su cuenta bancaria. Unos 1.000 reales (307 dólares) se multiplicaron acumulando intereses sobre intereses durante más de tres años.
Brasil es un país de deudores contumaces que suelen atrasar los pagos, justificando la existencia de varios servicios de protección al crédito, con listas de malos pagadores.
Un total de 59,4 millones de brasileños estaban insolventes en mayo, según la consultora Serasa, un banco de datos sobre ciudadanos y empresas con deudas financieras. La cifra, casi mitad de la población adulta del país, se celebró como un avance, ya que en abril eran 60,7 millones aquellos con deudas vencidas.
Eso ocurre pese la alta penalización de las tasas de interés sobre el crédito y especialmente sobre los atrasos de pagos.
Refinanciar parte de la deuda en la tarjeta de crédito, por ejemplo, costaba 447,44 por ciento de interés anual en junio, mientras los bancos cobraban 286,27 por ciento sobre el saldo deudor en las cuentas corrientes, según la Asociación Nacional de los Ejecutivos de Finanzas, Administración y Contabilidad (Anefac).
Es más de 10 veces lo que se cobra en países de desarrollo similar, como los latinoamericanos.
El costo de un crédito personal en un banco es de 72 por ciento anual, incluso para clientes con buena capacidad de pago. Su desbordamiento fue impulsado por la crisis económica que soporta Brasil desde 2014, pero ya resultaban abusivas hace tres años, cuando se situaban en 41 por ciento.
Las grandes redes comerciales de bienes durables prefieren vender a plazos, más lucrativo, con intereses cercanos a 100 por ciento anual. Para comprar con cuotas de pago mensuales compatibles con su bolsillo, los consumidores aceptan precios que se duplican cada año.
Las empresas también pagan intereses elevadísimos, entre 37 y 45 por ciento, para capital de giro (circulante o de trabajo), el vinculado a las cuentas por cobrar.
Eso mientras los países ricos bajaron sus tasas a cerca de cero, para estimular la demanda.
Son “intereses de extorsión que frenan la demanda” de las personas físicas y las inversiones de las empresas, impidiendo el desarrollo económico y “drenando inmensos recursos a los intermediarios financieros”, condenó Ladislau Dowbor, profesor de economía en la Universidad Católica de São Paulo.
“Caímos en la trampa porque los bancos se juntaron en un cártel” y el Banco Central fijó tasas básicas de interés “exorbitantes” desde 1996 para “compensar los banqueros por el fin de la hiperinflación que les ofrecía ganancias fáciles”, explicó a IPS.
Para Dowbor, un militante del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), el poder financiero es una “deformación mundial”, que asumió formas específicas de obstaculizar la economía en Brasil, donde sus utilidades crecen más mientras el producto estanca o decrece, como ocurre desde 2014.
La salida seria una reforma financiera, que permita bajar las tasas de interés del Banco Central y de los bancos públicos, ampliar los sistemas locales de financiación descentralizando el crédito, como hizo Alemania, y regular el sector para priorizar las inversiones productivas en lugar de la especulación.
Seria “persistir” en lo que intentó el gobierno del PT en 2013 bajo la suspendida presidencia de Dilma Rousseff (2011-12 mayo pasado), frenado por falta de fuerza política.
Una visión opuesta, mayoritaria entre economistas, es la de Andrew Storffer, director ejecutivo de Anefac. “Es el gobierno, que gasta mucho en proporción a los servicios prestados, el principal culpable de los altos intereses”, sentenció a IPS.
El intento “voluntarista” de bajar los intereses en 2013 fue uno de los errores que alimentó la fuerte y prolongada recesión que sufre la economía brasileña desde fines de 2014, adujo.
Con sus gastos y deuda en crecimiento, el gobierno drena mucho más recursos de la economía, teniendo que financiarse emitiendo títulos que pagan altos interés para atraer inversionistas, elevando las tasas de todo el sistema financiero, arguyó.[related_articles]
El año pasado los intereses de la deuda pública totalizaron 500.000 millones de reales (153.000 millones de dólares al cambio actual), equivalentes a 8,2 por ciento del producto interno bruto (PIB).
Los bancos son intermediarios, captan el dinero y lo redistribuyen. “Si cobran caro es porque hay demanda y es el gobierno el que más demanda”, sostuvo Storffer.
“Si tener un banco en Brasil fuese tan buen negocio, todos los bancos extranjeros tratarían de instalarse en el país y no de salir, como hizo el (británico) HSBC”, que vendió en 2015 su subsidiaria local a Bradesco, el segundo banco privado del país, acotó. Las utilidades aquí son grandes, pero también los riesgos, consideró.
“Brasil tiene probablemente el nivel de intereses reales más elevado del mundo”, reconoció, porque son altos los costos y utilidades bancarias, los impuestos y los riesgos de insolvencia, pero principalmente porque la tasa básica fijada por el Banco Central se sitúa actualmente en un elevado 14,25 por ciento.
Esa tasa es un instrumento de política monetaria, “incrementada cuando sube la inflación”, para desestimular el consumo, y que en Brasil tiene que ser más elevada por el “desarreglo en las cuentas públicas”. Al encarecerse el dinero a ser prestado, todas las tasas de interés trepan a las nubes.
“La clave para bajar los intereses es reducir el gasto del gobierno”, concluyó Storffer.
La solución que propone Reinaldo Domingos, presidente de DSOP Educación Financiera, parte del individuo.
Su organización ya aportó educación financiera a medio millón de personas, principalmente niños, y difunde su metodología por medio de 15 libros para alumnos y otros 15 para profesores. DSOP son siglas de Diagnosticar, Soñar, Presupuestar y Ahorrar en portugués, los cuatro pasos de su curso.
“Se trata de cambiar comportamientos, en una formación preventiva para las nuevas generaciones, la nuestra ya no cambia. Es necesario fijar sueños para ahorrar”, destacó Domingos a IPS.
Editado por Estrella Gutiérrez