Aldeas indígenas de Honduras vencen al hambre desde las escuelas

Un grupo de alumnas de la escuela República de Venezuela, en la aldea lenca de Coloaca, en el occidente de Honduras, en el huerto pedagógico donde cultivan y aprenden a la vez sobre la importancia de la alimentación nutritiva y saludable. Crédito: Thelma Mejía/IPS

Tiene apenas 11 años, cursa sexto grado de primaria y sueña con ser agricultor para cultivar alimentos y lograr así que la comida nunca falte a los niños de su comunidad. Es Josué Orlando Torres, del pueblo indígena lenca, que vive en un apartado rincón del occidente de Honduras.

Él es parte de una historia de éxito que se escribe en esta aldea de Coalaca, de 750 habitantes, dentro del municipio de Las Flores, en el departamento de Lempira.

Aquí, desde hace cinco años se desarrolla el Programa de Alimentación Escolar Sostenible (PAES), que mejoró los niveles nutritivos en la zona y cuenta con amplia participación local, gubernamental e internacional.

Está orgulloso de su escuela, República de Venezuela, donde sus 107 alumnos, con apoyo de sus tres maestros, trabajan en un huerto pedagógico en el que cultivan legumbres, vegetales y frutas, usadas en su dieta escolar diaria.

Torres relata a IPS que antes no le gustaban las verduras, pero “ahora empecé a sentirles gusto y también me encantan las ensaladas y los jugos verdes”.

Josué Orlando Torres, estudiante de 11 años, sueña con ser agricultor para garantizar que los niños como él tengan acceso a alimentos gratuitos y de calidad en la escuela, en la comunidad de Coloaca, en una región indígena, donde un programa de escuelas sostenibles comienza a derrotar la desnutrición crónica. Crédito: Thelma Mejía/IPS
Josué Orlando Torres, estudiante de 11 años, sueña con ser agricultor para garantizar que los niños como él tengan acceso a alimentos gratuitos y de calidad en la escuela, en la comunidad de Coloaca, en una región indígena, donde un programa de escuelas sostenibles comienza a derrotar la desnutrición crónica. Crédito: Thelma Mejía/IPS

“Es que aquí nos enseñaron a comer y también a sembrar productos para estar siempre nutridos. Tenemos un huerto en el cual todos sembramos cilantro, rábano, pepino, yuca (mandioca), zapallo (calabaza), mostaza, lechuga, zanahoria y otros productos nutritivos”, detalla mientras muestra cada planta en el huerto escolar.

Por eso, cuando sea adulto, Torres, no aspira a ser médico, ingeniero o bombero como otros niños a su edad. Él quiere ser “un buen agricultor para cultivar alimentos y ayudar así a mi comunidad, ayudar a los niños como yo para que estén nutridos y no se duerman en clases porque no habían comido y estaban enfermos”, como pasaba antes, afirma.

Las 48 escuelas esparcidas por Las Flores, junto a otras de Lempira, en especial las ubicadas en el llamado corredor seco de Honduras, caracterizado por la pobreza y los embates del cambio climático, forman parte de una serie de proyectos pilotos y sostenibles que impulsa la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), entre ellos el del PAES.

El propósito de estas escuelas sostenibles es mejorar el estado nutricional de los estudiantes y al mismo tiempo dar un apoyo directo a los pequeños agricultores, mediante una metodología integral y lazos efectivos entre lo local lo local, lo regional, el gobierno central y la cooperación internacional.

Gracias a este esfuerzo en comunidades de indígenas lencas y de ladinos (mestizos) como Coalaca, La Cañada, Belén y Lepaera, todas en Lempira, los escolares y maestros dijeron adiós a las gaseosas y a las golosinas, como parte de un radical cambio en sus hábitos alimentarios.

Los padres, los docentes, los alumnos, cada comunidad y cada gobierno municipal, tres secretarias (ministerios) del país y la FAO, entre otros, unieron fuerzas para que estas remotas regiones hondureñas estén despidiéndose de los problemas de hambruna y desnutrición que presentaban.

También se desarrolló una pequeña cadena de productores familiares que abastecen a las escuelas, para completar la producción de los huertos pedagógicos, y dotar así de alimentos a los escolares, que en promedio sobrepasan el centenar en cada centro.

Estos pequeños agricultores depositan cada lunes los productos en un centro de abasto, de donde vehículos de cada alcaldía lo distribuyen a las escuelas.

Vista de Belén, un pueblo y cabecera del municipio rural del mismo nombre, en medio de las montañas del occidente de Honduras, en el departamento de Lempira, donde un programa con su corazón en las escuelas está mejorando la nutrición de sus remotas comunidades indígenas. Crédito: Cortesía de Thelma Mejía
Vista de Belén, un pueblo y cabecera del municipio rural del mismo nombre, en medio de las montañas del occidente de Honduras, en el departamento de Lempira, donde un programa con su corazón en las escuelas está mejorando la nutrición de sus remotas comunidades indígenas. Crédito: Cortesía de Thelma Mejía

Erlín Omar Perdomo, de la aldea La Cañada, del municipio de Belén, explica a IPS que al principio, “cuando nos organizó la FAO nunca pensamos llegar tan largo, nuestra preocupación inicial era aplacar el hambre que había aquí, ayudar a que nuestros hijos estuvieran mejor nutridos”.

“Pero a medida que desarrollábamos la experiencia, nos prepararon para ser generadores también de alimentos. Hoy en esta comunidad, abastecemos a 13 escuelas de Belén con producto fresco y de calidad”, dice satisfecho este dirigente comunitario.

Para ello, se organizaron en Cajas Rurales, micro cooperativas de ahorro donde sus socios aportan pequeñas cuotas y financian proyectos o negocios, a bajo interés y sin necesidad de requisitos como en los bancos o del pago de abusivas tasas de interés,  como exigen los intermediarios o coyotes.

“Nosotros soñábamos no en la magnitud de ahora, la FAO nos envió a Brasil a conocer la experiencia de cómo el alimento llega a las escuelas a través de las familias y mire, aquí estamos contando este cuento”, acota Perdomo, de 36 años.

“Todos participamos, generamos ingresos y desarrollo a nuestras comunidades, al grado que en nuestras escuelas no existe deserción escolar y nuestras mujeres han entrado también al proceso, al organizarse en grupos que cada semana viene a la escuela a cocinar los alimentos de nuestros niños”, destaca.

Rubenia Cortes, una de las madres que son cocineras voluntarias en la escuela de la remota aldea de La Cañada, en el departamento de Lempira, en el occidente de Honduras. Ellas cocinan en un espacio que contribuyeron a construir padres y docentes. Crédito: Cortesía de Thelma Mejía
Rubenia Cortes, una de las madres que son cocineras voluntarias en la escuela de la remota aldea de La Cañada, en el departamento de Lempira, en el occidente de Honduras. Ellas cocinan en un espacio que contribuyeron a construir padres y docentes. Crédito: Cortesía de Thelma Mejía

En 2012, un informe del Programa Mundial de Alimentos (PMA) reveló que Honduras era el segundo país con mayores niveles de desnutrición infantil en América Central, detrás de Guatemala. Según el PMA, uno de cada cuatro niños sufre de desnutrición crónica, siendo el sur y el oeste del país las regiones con el mayor problema.

Pero en el caso de Coalaca, La Cañada y otras aldeas y pueblos vecinos, la historia se empezó a revertir hace cinco años. El proceso iniciado por la FAO se apoya en la creación de una nueva cultura nutricional, con una experta que asesora y educa a las familias para tener una alimentación sana y balanceada.

“Nosotros ya no usamos condimentos para las comidas, los hemos sustituido por yerbas aromáticas, fuimos capacitadas por la FAO que nos enseñó la cantidad de nutrientes que tiene cada verdura, fruta o legumbre”, explica Rubenia Cortes.

“Mire, nuestros niños ahora tienen una piel bonita y no triste como antes”, explica con orgullo a IPS esta cocinera de la escuela Claudio Barrera, en La Cañada, una aldea de 700 habitantes, parte del municipio de Belén, con 32 centros en el PAES.[related_articles]

Cortes y sus compañeras son todas jefas de hogar que colaboran voluntariamente en la elaboración de los alimentos en la escuela. “Antes vendíamos las naranjas para comprar refrescos (gaseosas) o churros (golosinas), pero ahora no, porque mejor de las naranjas hacemos jugos y todos tomamos”, cuenta como ejemplo.

De lunes a viernes, los alumnos de las escuelas que integran el PAES tienen un menú altamente nutritivo que comen a media mañana.

El cambio es notorio, según Edwin Cortes, director de la escuela de La Cañada. “Los niños ya no se me duermen como antes. Yo les preguntaba, ¿entendieron la lección? Pero qué me iban  a responder, si ellos venían sin haber comido nada, ¡Cómo iban a aprender así!” exclama.

Para la representante de la FAO en Honduras, María Julia Cárdenas, lo valioso de esta experiencia es que “nosotros podemos salir del proceso, pero este no morirá porque todos se apropiaron de él”

“Es altamente sostenible y con modelos como este, dejan de existir fronteras porque todos se unen con un fin común que es la alimentación de los niños”, dice a IPS tras recorrer con una delegación de expertos y parlamentarios centroamericanos las historias no contadas que se dan en esta parte del corredor seco de Honduras.

Los escolares en educación primaria y básica en Honduras suman 1,4 millones, en un país de 8,7 millones de habitantes, en el cual coexisten siete grupos étnicos, el más numeroso el lenca, con poco más de 400.000 personas.

Editado por Estrella Gutiérrez

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