Detener y neutralizar la degradación de los suelos es vital para la sostenibilidad ecológica de América Latina y el Caribe, al igual que para la seguridad alimentaria de sus países.
“Todo el mundo sabe la importancia del agua, pero no todos entienden que el suelo es más que donde ponemos los pies, es el que nos provee de alimentos, de fibra, de materiales para la construcción, donde se retiene el agua, donde se almacena el carbón atmosférico”, destacó Pilar Román, de la oficina regional de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Actualmente, más de 68 por ciento de la superficie sudamericana está afectada por la erosión: 100 millones de hectáreas de tierras fueron degradadas por la deforestación y 70 millones debido al sobrepastoreo.[pullquote]3[/pullquote]
La desertificación, por ejemplo, golpea a 55 por ciento de la extensa región del Nordeste de Brasil, que con casi 1,6 millones de kilómetros cuadrados aglutina a 18 por ciento de la superficie del país, afectando buena parte de sus cultivos básicos, como maíz y frijol.
En Argentina, México y Paraguay, más de la mitad del territorio sufre problemas vinculados a la degradación y desertificación. En Bolivia, Chile, Ecuador y Perú, se estima que entre 27 y 43 por ciento del territorio sufre problemas de desertificación.
Un caso grave es el de Bolivia, donde seis millones de personas, equivalentes a 77 por ciento de su población, vive en áreas degradadas.
La situación no varía demasiado en el resto de la región. Según el Atlas de Suelos de América Latina y el Caribe de la FAO, en El Salvador la erosión hídrica afecta 75 por ciento de la superficie, mientras que en Guatemala 12 por ciento de la superficie se encuentra amenazada por la desertificación.
La FAO subraya que 95 por ciento de los alimentos que consume la población mundial provienen de un suelo que hoy, a nivel global, está más degradado y pobre en nutrientes.
Los datos señalan que 80 ciento de los suelos agrícolas sufren actualmente de erosión moderada a severa y otro 10 por ciento enfrenta una erosión ligera. Por lo tanto, apenas un 10 por ciento de los suelos fértiles del planeta están sanos.
Para concientizar sobre la gravedad de este flagelo, el viernes 17 de junio se celebra el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación, que este año tiene por lema “Proteger el planeta. Recuperar la tierra. Participación de la gente”.
La idea es alertar a la población mundial sobre los peligros que conllevan la desertificación y la degradación de las tierras.
“Sin una solución a largo plazo, la desertificación y la degradación de las tierras no solo afectarán el suministro de alimentos, también propiciarán un aumento de las migraciones y pondrán en peligro la estabilidad de muchas naciones y regiones”, aseveró Ban Ki-moon, secretario general de las Naciones Unidas, con motivo de esta jornada mundial.
Román, de la oficina de Apoyo Técnico a la Coordinación Subregional de América del Sur de la FAO, explicó a IPS que existe una estrecha relación entre pobreza, desertificación y degradación.
“Numerosos estudios demuestran que las comunidades más pobres y vulnerables son las que tienen peor acceso a los insumos. Una comunidad pobre tiene acceso a una tierra menos fértil, tiene menos acceso a semillas, a agua, a recursos productivos, menos acceso a maquinaria agrícola y a incentivos”, afirmó.
Algunas terrazas construidas por los indígenas atacameños en la aldea de Caspana, en la región de Antofagasta, en el norte de Chile. Esta técnica milenaria de cultivo representa una adaptación al clima y al árido suelo para garantizar la alimentación de los pueblos de altiplano andino. Crédito: Marianela Jarroud/IPS
Agregó que “dentro de esas comunidades pobres las personas más vulnerables son las mujeres, que tienen menos títulos de propiedad y menos acceso a incentivos económicos, y las comunidades indígenas”.
“Hay una relación directa en esta dirección y viceversa: un suelo degradado va a provocar que una comunidad migre y que haya conflictos en torno a un recurso limitado”, dijo en una entrevista en la oficina regional de la FAO en Santiago.
Un ejemplo es lo que acontece en Chile, donde 49 por ciento del territorio está erosionado y 62 por ciento desertificado.
Para hacer frente a esta grave realidad, las autoridades actualizaron su mapa de degradación de la tierra a fin de diseñar e implementar actividades estratégicas de mitigación y adaptación al cambio climático.
Esa actualización se realizó cruzando antecedentes meteorológicos y bioclimáticos de los últimos 60 años, además de fisiográficos e indicadores socio económicos, de recursos naturales y medio ambientales.
Efraín Duarte, autor de esa actualización y especialista de la consultora privada Sud-Austral, explicó a IPS que “las principales causas directas de la desertificación, degradación de la tierra y sequía a nivel nacional se atribuyen a la deforestación, degradación de los bosques, los incendios forestales y los procesos subsecuentes de cambio de uso de la tierra”.
Añadió que “se debe agregar el impacto del cambio climático sobre la variabilidad del clima”.
Según varios estudios, al menos 25 por ciento del déficit de precipitación durante la actual sequía en Chile, que se prologa por casi un lustro, es atribuible al cambio climático antrópico, subrayó Duarte.[related_articles]
Como causas indirectas mencionó “la deficiencia en las políticas públicas de fiscalización, regularización y fomento de recursos ‘vegetacionales’ (bosques, arbustos y matorrales), combinado con la pobreza rural, los bajos conocimientos y valoración cultural de los recursos vegetacionales por parte de la sociedad”.
Con base en la actualización del mapa, el gobierno fijó una estrategia nacional que apunta a “apoyar la recuperación y protección de bosque nativo y formaciones xerofíticas, así como potenciar el establecimiento de formaciones vegetacionales en suelos factibles de forestar”.
Según Duarte, “Chile puede realizar acciones tempranas de mitigación enfocadas en el combate a la deforestación, degradación forestal, la extracción excesiva de productos forestales, los incendios forestales, la sobrecarga animal, la sobre-utilización y manejo insustentable del suelo y, por último, el empleo de tecnologías no apropiadas para ecosistemas frágiles”.
El experto advirtió que la lucha contra la desertificación es una responsabilidad compartida a nivel nacional e internacional.
Román coincidió con esa apreciación y planteó que la prevención de la degradación se combate “de una manera holística, con bases de información adecuadas, capacitación y concienciación a las comunidades y a los agentes de toma de decisión sobre la protección del suelo”.
También se logra en la producción agrícola, evitando las malas prácticas, que priorizan el rendimiento a corto plazo, y la presión sobre el recurso suelo, agregó.
Para la FAO, a largo plazo las formas sustentables de producción agrícola permitirán producir 58 por ciento más de alimentos, además de proteger el recurso suelo para las futuras generaciones.
La prevención no solamente consiste en aplicar técnicas a nivel de campo, sino también a nivel de gobernanza, de instrumentos legales y de trabajo con las comunidades, advirtió Román.
Si bien el ideal es prevenir la degradación y la desertificación, existen algunas experiencias exitosas de recuperación o reversión de zonas desertificadas.
En Costa Rica, por ejemplo, los dos principales causantes de la degradación se han reducido entre 1990 y 2000. La deforestación pasó de afectar a 8.000 hectáreas, de las 22.000 afectadas, mientras que los incendios forestales disminuyeron de 7.103 hectáreas a 1.322.
Román subrayó que, como forma de mitigación, es muy relevante ampliar la gama de alimentos que se consumen y que actualmente proviene, en 60 por ciento, de papa, arroz, trigo y maíz, apenas cuatro de las 30.000 plantas comestibles identificadas.
“Por un lado, las plantaciones de monocultivos de estas plantas son uno de los factores de la degradación de los suelos y, por otro, una ingesta calórica basada en carbohidratos de estas plantas crea una malnutrición”, advirtió.
Editado por Estrella Gutierrez