La productora lechera Maryam Yusuf, de 50 años, se lava las manos en el grifo común fuera de su casa en Saida Kadal, una localidad de clase media de Srinagar, la capital de verano del estado de Jammu y Cachemira, en el norte de India.
Con un balde de acero en la mano camina hacia un establo de madera en un rincón del patio de su casa. A medida que los chorros de leche llenan el recipiente, Maryam dice que no puede olvidar el día en que su marido le vendió sus dos vacas mientras ella yacía enferma. Como medida de protesta, dejó de comer durante tres días.[pullquote]3[/pullquote]
«Mis vacas son muy queridas para mí. Son como mis hijas y cuando él las vendió, le pedí que me devolviera mi identidad», relató. Su marido no sólo trajo las vacas de vuelta, sino que le compró otra.
«Fue como el Eid (una festividad islámica) para mí», agregó Maryam, que es productora lechera desde hace 30 años.
En este conflictivo territorio del Himalaya el espíritu empresarial tuvo varias metamorfosis. Sin embargo, no se ha reconocido que muchas mujeres sin educación formal generan ingresos familiares con entusiasmo mediante microempresas y la reinversión de sus ganancias en sus familias y comunidades, a la vez que inspiran a otras mujeres a seguir su ejemplo.
Convertir la tragedia en oportunidad
En su comunidad, Maryam es considerada un ejemplo que gana dinero con la producción lechera. Ella cree que nadie puede detener a una mujer, salvo ella misma.
«Somos administradoras por defecto. Si somos capaces de dirigir una casa sin hacer ningún curso también podemos llevar adelante una empresa», aseguró. Su vida como empresaria comenzó cuando su marido cayó enfermo debido al trabajo extenuante en el tejido de alfombras. Ella tuvo que cuidar de sus seis hijos, cinco varones y una niña.
Maryam vendió sus pertenencias y comenzó su emprendimiento con 29 dólares. Al principio tenía menos de 0,05 hectáreas de tierra y en la actualidad es propietaria de 0,15 hectáreas. Cada vaca produce de 10 a 18 litros de leche por día que ella vende a un precio justo. También hace queso, requesón, dulces y recibe pedidos en ocasiones especiales.
La productora no solo genera ingresos para su familia, sino que también ofrece pequeños préstamos a otras mujeres de su comunidad y las anima a trabajar. Es conocida por el apodo “mujer lechera”.
«Mis hijos me ayudan a administrar las cuentas. Ellos respetan mi lucha en la vida y le deben sus logros a ella», afirmó.
Maryam gana 117 dólares mensuales con cada vaca. Sus tres animales le permiten atender a sus necesidades diarias y acumular sus ahorros.
«Lo que me da satisfacción es que no tengo que depender de mis hijos. Recientemente casé a mi hijo mayor sin la ayuda de nadie», informó con orgullo.
La construcción de sus sueños
Las palabras de Maryam le sirvieron de inspiración a Daulat Begum, de 65 años, tras la muerte de su marido. Ella cultiva un vegetal autóctono de Cachemira, el haakh, entre otros, mediante métodos de agricultura convencional, como el abono animal, la plantación de varios cultivos, nutrientes vegetales y otros métodos naturales y sostenibles.
El marido de Begum falleció después de una breve enfermedad en 1999, dejando a su esposa, tres hijas y dos hijos. Ella asumió la responsabilidad por la familia mientras sus hijos eran pequeños. De esa manera comenzó a cultivar sus hortalizas, sin la ayuda de nadie y aprendiendo de sus errores.
«No quería que mis hijos se murieran de hambre. Elegí controlar mi propio destino y me convertí en lo que quería ser», expresa, mientras recoge las verduras en su huerta.
Su pasión por la independencia económica la ayudó a nutrir su sueño. La productora vende sus verduras en el mercado fuera de su casa y próximo al conocido santuario de Hazratbal, en la ciudad de Srinagar.[related_articles]
«La pobreza te enseña mucho en la vida. Yo aprendí de la manera difícil”, observó Begum.
Ella se resistió a la presión familiar cuando decidió que no volvería a contraer matrimonio. «En una sociedad muy unida como la nuestra, la independencia es a menudo sinónimo de oposición a los valores morales y culturales. Ya había librado una guerra contra mi familia. No me quedó otra opción que luchar por mi cuenta y esforzarme mucho», explicó.
Tiene nítido el recuerdo de los días en que no tenían nada para comer. Pero eso no la detuvo y siguió adelante hasta que cosechó las semillas de su fortuna. «Me siento muy contenta de no tener que pedirle nada a nadie. La gente no siente lástima por mí. Yo les doy comida fresca y sana para llevar una vida feliz», destacó.
Begum es propietaria de 0,2 hectáreas de tierra y gana más de 220 dólares por mes. «Yo era muy tímida. Me era difícil incluso hablarles a los hombres. Pero hoy no tengo temores. Creo en mí misma», subrayó.
Líderes transformacionales
Cachemira es una economía agraria donde más de 70 por ciento de la población depende de la agricultura para su sustento. Aunque los emprendimientos de Maryam y Begum no tienen fines de lucro, ambas están derribando barreras e inspiran a otras mujeres a la autosuficiencia.
A diferencia de muchas mujeres que trabajan y que tienen dificultades para manejar su vida profesional y personal, Maryam y Begum son un ejemplo.
La tendencia de las mujeres empresarias crece considerablemente en Cachemira, según Farooq Ahmad Shah, profesor de la Universidad Central de Cachemira.
«Las empresarias sin educación formal, especialmente en el medio rural, aún no tienen acceso al apoyo técnico y financiero que podría impulsar sus negocios del nivel doméstico al comercial», advirtió Shah, que trabajó extensamente en el campo de la iniciativa empresarial y publicó numerosos libros y artículos de investigación al respecto.
Existen normas culturales y sociales que impiden la igualdad de género en las empresas dirigidas por hombres. Sin embargo, las mujeres deben contribuir con las actividades empresariales de la mejor manera posible, argumentó.
Traducido por Álvaro Queiruga