En un aula atestada de esta capital de la provincia india de Jammu y Cachemira, Sahil Majeed se esfuerza por copiar en su cuaderno lo que la maestra escribe en el pizarrón. El adolescente vive en un orfanato desde que su padre desapareció y su madre no pudo hacer frente al costo de sus estudios.
Cada vez que recuerda la desaparición de su padre, le tiembla la voz y se le frunce el ceño. Tenía siete años cuando el ejército de Cachemira se lo llevó. “Estaba durmiendo en la noche, cuando allanaron nuestra casa. Se llevaron a mi padre y después no tuvimos más noticias”, recordó el niño de 13 años.
Sahil tiene dos hermanas menores y una madre medio viuda, quien ha buscado por todos lados a su esposo, sin suerte.
“Extraño a mis hermanitas. Hace tres meses que no las veo. Quiero fugarme de este lugar, pero luego me doy cuenta de que no tengo a donde ir”, se lamentó.
Los guardianes del orfanato relataron que a veces Sahil se pone agresivo y comienza a gritar fuerte. Durante los controles médicos de rutina del año pasado, los profesionales le diagnosticaron depresión infantil.
Hasib tiene 12 años y tenía ocho cuando se enteró de que su padre, un activista, había sido asesinado en la zona de Baramulla, en el norte de esta provincia de India. Su madre lo envió a un orfanato porque tampoco podía hacer frente al costo de su educación.
Cada vez que puede visitar a su familia, se niega a volver a la institución. “Llora cada vez que regresa. Tratamos de calmarlo, pero se enoja y empieza a destrozar sus libros”, relató Asif, otro de los internos.
Para Haseeb, su hogar lo es todo. “Quiero vivir como los otros niños de mi barrio. Quiero a mi madre todo el tiempo”, insistió.
La insurgencia armada, que estalló en esta región en 1989, tuvo consecuencias devastadoras en la vida cotidiana de la población de Cachemira. Los activistas reclamaban la secesión de la Unión de India y abogaban por la independencia de la región o su incorporación al vecino Pakistán.
A partir de ese año, el gobierno indio aumentó de forma significativa el número de efectivos en Cachemira para erradicar a la insurgencia. La vasta presencia del ejército derivó en una cruenta guerra con graves consecuencias; las estimaciones oscilan entre 40.000 y 100.000 personas asesinadas.
Según un estudio realizado por la organización Save the Children, con su sede central en Londres, en 2014, hay unos 215.000 niños y niñas huérfanos en Jammu y Cachemira, 15 por ciento de los cuales viven en orfanatos.
Además, 37 por ciento de ellos perdieron a uno o a ambos padres debido al conflicto, 55 por ciento por causas de muerte natural y el restante ocho por ciento, por otras razones.
Un estudio realizado por la revista médica de investigación en psicología y educación Ijepr (por sus siglas en inglés) concluyó que más de 26 por ciento de los huérfanos muestran un elevado grado de depresión, y 46 por ciento, un grado medio.
“La guerra, el miedo, la muerte y la destrucción causaron estragos en la salud mental de los huérfanos de Cachemira”, precisa el informe.
Además, una investigación realizada por el departamento de educación de la Universidad de Cachemira reveló que las niñas y los niños huérfanos de entre cero y seis años y de entre seis y 14 viven en un estado de depresión y tristeza.
Otro estudio del Instituto de Asuntos de Jammu y Cachemira concluyó que 57,3 por ciento de los huérfanos de la región eran temerosos y que 53,3 por ciento sufrían depresión. Además, 54,25 tenían problemas para dormir.
El reconocido sociólogo de Cachemira, Bashir Ahmad Dabla, realizó un estudio entre 300 huérfanos y concluyó que 48 por ciento sufrieron dificultades económicas tras la muerte de su padre.
Más de 13 por ciento dijeron no recibir amor ni afecto y 22 por ciento experimentaron retrocesos psicológicos.
La investigación también reveló que 86 de los 300 huérfanos recibían apoyo económico de familiares, 67 del gobierno, 36 de organizaciones no gubernamentales y 24 de otras fuentes, como vecinos o benefactores. Pero los restantes 87 no recibían ningún tipo de ayuda.
Jameel Ahmad, de 15 años, dijo que el orfanato es como una prisión para él. Su padre murió hace cinco años al pisar una mina antipersonal en su pueblo, colocada por el ejército en la zona donde él trabajaba como agricultor.[related_articles]
“Lo extraño, siempre sueño con él”, relató Jameel. “Quiero escaparme e irme a casa”, acotó.
Tras la muerte de su padre, su madre quedó sin ingresos y tuvo que dejarlo en el orfanato. “Acá tengo amigos y juego con ellos, pero quiero irme a casa. Quiero estar con mi madre”, insistió, sin rastros de autocompasión.
Numerosos estudios han atribuido a los orfanatos los problemas psicológicos de los internos, aseguró el psiquiatra Arshid Hussain, pues no son capaces de cubrir las necesidades emocionales de los internos.
“Estos niños estarían mejor con sus familias que internados”, aseguró.
Hay un gran número de menores que no tendrán la suerte de contar con familias extendidas y no sería bueno eliminar los orfanatos. “Pero creo que debemos pensar en estructuras alternativas, en vez de continuar con las existentes”, opinó Hussain.
El psiquiatra Mushtaq Margoob realizó este año un estudio en los orfanatos de Cachemira y concluyó que casi 41 por ciento de los internos sufrían de estrés postraumático. Además, un cuarto de los casos presentaban un trastorno depresivo mayor.
“Los niños de Cachemira son emocionalmente vulnerables. La pérdida de un padre los expone a una gran perturbación psicológica que, a veces, también deriva en tendencias criminales”, indicó Margoob.
También explicó que los problemas más comunes que afrontan los internos en los orfanatos es que sufren la pérdida del hogar, de los padres y de otros familiares. Además, hay abandono escolar, falta de atención médica adecuada y dificultades con la inmunización, decadencia social, trabajo infantil y abuso de drogas.
Por su parte, el profesor y psicólogo infantil A G Madhoosh dijo que los huérfanos institucionalizados de Cachemira pierden su individualidad y su confianza. Según él, el estigma social de vivir en un orfanato se suma al estrés que ya padecen por haber perdido a uno o a sus dos padres.
Traducido por Verónica Firme