Las bombas turcas caen en las huertas kurdas

Rinaz Rojelat, el único comerciante que queda en la aldea de Zergely, en las montañas de Qandil, en el Kurdistán iraquí. Su negocio está justo frente a las ruinas de las casas destruidas de sus vecinos por el bombardeo de la aviación turca en agosto de este año. Crédito: Karlos Zurutuza/IPS
Rinaz Rojelat, el único comerciante que queda en la aldea de Zergely, en las montañas de Qandil, en el Kurdistán iraquí. Su negocio está justo frente a las ruinas de las casas destruidas de sus vecinos por el bombardeo de la aviación turca en agosto de este año. Crédito: Karlos Zurutuza/IPS

Atrapados en la escalada de la violencia entre el gobierno de Ankara y el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), los lugareños de este bastión de la guerrilla sufren impotentes los ataques constantes de la aviación turca.  

En la única tienda de la aldea de Zergely no faltan unas conocidas galletas turcas de chocolate y naranja o las palas para abrirse camino entre la nieve del invierno. Por supuesto, también están a la venta los populares relojes con el rostro en su esfera de Abdullah Ocalan, el líder histórico del PKK, preso en una cárcel turca desde 1999.

Rinaz Rojelat, su propietario, sigue vendiendo prácticamente todo lo que al lugareño de estas imponentes montañas de Qandil no le da la tierra.

Pero son tiempos difíciles, y Rojelat asegura a IPS que perdió muchos clientes últimamente. Se refiere a quienes han huido y, sobre todo, a los ocho vecinos asesinados el 1 de agosto por la aviación turca. La pancarta desplegada junto a su tienda los recuerda. También los escombros de sus casas, a escasos 100 metros.

“La explosión me despertó de madrugada. En aquel primer ataque murió una mujer; el resto tras un segundo impacto, cuando muchos de nosotros intentábamos ayudar a los heridos”, recuerda el comerciante, que sigue contemplando con incredulidad el siniestro escenario frente a su negocio.

A diferencia de Rojelat, muchos han preferido abandonar estas indómitas montañas para bajar al valle, algunos incluso hasta Erbil, la capital administrativa de la Región Autónoma Kurda en Iraq.

Mohamed Sabah optó por atender sus cultivos y animales en Zergely durante el día y dormir en casa de unos familiares en Bagirke, a 10 minutos en automóvil.

“Tras el ataque pensé en irme y no volver jamás pero, ¿de qué iba a vivir en Erbil? Soy campesino, mis tierras y mis animales están aquí”, explica este kurdo de 28 años desde una huerta llena de pepinillos anexa a los cascotes.

Algunos restos del bombardeo contra Zergely, una de las aldeas kurdas de las imponentes montañas de Qandil, perpetrado por la aviación de Turquía en agosto de este año. Crédito: Karlos Zurutuza/IPS
Algunos restos del bombardeo contra Zergely, una de las aldeas kurdas de las imponentes montañas de Qandil, perpetrado por la aviación de Turquía en agosto de este año. Crédito: Karlos Zurutuza/IPS

Tres de sus familiares resultaron heridos en agosto, y ya había perdido a un hermano en un ataque similar en 1997, porque los bombardeos de Qandil están lejos de ser resultado de la reciente coyuntura bélica en Kurdistán.

En cualquier caso, lo cierto es que los ataques se han intensificado desde el pasado 20 de julio, cuando un atentado suicida segó las vidas de más de 30 jóvenes activistas prokurdos, la mayoría de ellos turcos.

El malogrado proceso de paz entre Ankara y los kurdos desembocaba así en una espiral de violencia cuyo episodio más dramático se vivió el día 10 de este mes, con otro atentado suicida que se saldó con un centenar de muertos en Ankara.

Precisamente, ese último acercamiento entre Turquía y los kurdos arrancó oficialmente aquí, en las montañas de Qandil.

Fue durante las celebraciones del Newroz (el año nuevo persa y kurdo) en marzo de 2013 cuando se hizo público el comunicado de Ocalan, que anunciaba el último alto el fuego unilateral de la guerrilla kurda.

A falta de hoteles en la zona, este periodista fue acomodado en una de las casas destruidas en Zergely en agosto. Los muertos eran campesinos, como todos aquí. No obstante, Turquía justifica el bombardeo asegurando que se trataba de “una base para terroristas del PKK”.

Impotencia

A unos 10 kilómetros al sur, la aldea de Bokriskan alberga el único hospital de Qandil. Se trata de un modesto edificio levantado por la guerrilla tras ser destruido el anterior en la localidad de Leuza, en 2008.

Al igual que aquel, el de Bokriskan lo gestiona una enfermera de origen alemán que decidió ejercer su labor en esta parte del mundo hace más de 20 años y que adoptó para sí el nombre de Media.

Puede que solo se trate de un centro médico pero los pobladores de la zona son conscientes de que su sola presencia puede provocar que el cielo caiga sobre sus cabezas con puños de plomo. Aquí tampoco sería la primera vez.

Maryam Hussein dormía en su casa a escasos metros del hospital cuando las bombas cayeron en Zergely. Aquella madrugada fue la última vez que vio a su marido.

Maryam and Dalyan Hussein, la viuda y el cuñado de uno de los muertos en la aldea kurda de Zergely, durante un ataque de la aviación de Turquía, aseguran que los bombardeos sobre las poblaciones de las montañas de Qandil son constantes. Crédito: Karlos Zurutuza/IPS

Maryam and Dalyan Hussein, la viuda y el cuñado de uno de los muertos en la aldea kurda de Zergely, durante un ataque de la aviación de Turquía, aseguran que los bombardeos sobre las poblaciones de las montañas de Qandil son constantes. Crédito: Karlos Zurutuza/IPS

 

Tras la explosión, Abdul Kadir Abu Baker no vaciló en conducir hacia la aldea vecina para socorrer a los heridos. Murió en el segundo ataque. Su viuda dice a IPS que no ha vuelto a pisar ni Bokriskan ni Zergely desde entonces.

“Me he ido a vivir con mis padres, pero sigo teniendo miedo porque aquí no hay lugar seguro”, afirma la viuda desde su aldea natal de Nawchelekan. A su lado, su hermano Dalyan asiente.

¿Habría sido otro su destino sin la presencia del PKK en la zona?, pregunta IPS.

“Turquía no hace distinciones entre civiles y guerrilleros. Además, sus bases están muy lejos de nuestros pueblos”, acota Dalyan, de quien terceros informan que recogió los restos de su cuñado en un saco.[related_articles]

Desde el recrudecimiento de las hostilidades el pasado mes de julio, Turquía asegura haber acabado con la vida de más de 2.000 combatientes del PKK. La guerrilla, por su parte, aduce que sus pérdidas no alcanzan el centenar.

“Llevamos muchos años soportando estos ataques y sabemos de sobra cómo protegernos”, explicó a IPS un alto rango dentro del PKK, Sauas Amed.

Semejante baile de cifras hace imposible aportar unas estimaciones de bajas que se ciñan a la realidad, pero lo que resulta fácilmente comprobable es el malestar político que las calificadas como “operaciones transfronterizas” por el Ejecutivo de Ankara provocan a este lado de la frontera.

En conversación telefónica con IPS desde Bagdad, Arez Abdula, parlamentario por la Unión Patriótica de Kurdistán en la Cámara de Representantes (diputados) de Iraq, acusó a Turquía de cometer “flagrantes violaciones del derecho internacional”.

También lamentó que los bombardeos se hayan convertido “en rutina desde tiempo inmemorial” ante la impotencia tanto de las autoridades de Erbil como de Bagdad.

“Los iraquíes no solo tenemos que soportar dichas agresiones sino también que localidades como (la norteña ciudad de) Mosul hayan caído en manos del Estado Islámico gracias al apoyo que este recibe de Turquía”, explicó el diputado.

La delicada situación tanto política como económica que atraviesa el país, añadió, hace inviable una respuesta contundente a Ankara.

Por el momento, el único tendero de Zergely asegura no tener miedo a los bombardeos y dice que no se irá, “ni siquiera aunque desaparezcan los clientes”.

Sin duda, su negocio ha conocido mejores tiempos, como aquel multitudinario Newroz de 2013 en el que miles de kurdos se congregaron aquí ante el esperado comunicado de Ocalan.

“Ninguno de nosotros teníamos demasiadas esperanzas en aquel proceso de paz. Pero tampoco esperábamos esto dos años después”, confiesa el comerciante, justo antes de bajar la persiana.

Editado por Estrella Gutiérrez

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