Dos veces por semana, Kulsum Begam, de 20 años y madre de dos hijos, pasa más de tres horas de charla con las vecinas en esta aldea de Bangladesh, a 300 kilómetros de Dacca, la capital.
Su marido y sus familiares fomentan este ritual, casi empujándola a la puerta para que se reencuentre con sus amigas. La razón de su entusiasmo es que, mientras Begam charla con las mujeres de la localidad, en realidad está haciendo cola para recoger agua para el uso de la familia.[pullquote]3[/pullquote]
Unas 50 mujeres esperan durante horas con sus baldes en la única fuente pública, en una fila que se mueve lentamente en el pueblo de Boyarshing.
En realidad, están rodeadas de agua, por las lluvias del último monzón que inundaron grandes extensiones de tierras de cultivo.
«Pero no podemos usar esa agua para beber o cocinar. Hay demasiada sal en ella», explicó Begam a IPS, mirando a su alrededor.
Sus problemas son comunes en este país de 156 millones de habitantes que se enfrenta a los diversos impactos del cambio climático, como las sequías e inundaciones recurrentes, el aumento del nivel del mar y la salinización de las tierras agrícolas.
Pero no todos experimentan la crisis por igual. Los 1.500 habitantes de Boyarshing, por ejemplo, tienen acceso periódico al agua potable, gracias a un proyecto piloto dirigido por el Banco Asiático de Desarrollo, que instaló 3,5 kilómetros de tuberías.
Aunque algunos se quejan de que las tuberías son demasiado estrechas y les lleva horas recoger cinco litros de agua, en el municipio cercano de Shyamnagar la situación es mucho más precaria.
A caballo entre la periferia de los Sundarbans, el mayor territorio de manglares en zonas de mareas del mundo, las pintorescas casas de este pueblo desmienten una realidad de pobreza y dificultades extremas.
Mizunur, un residente de 30 años, gana unos 12 dólares al mes, de los cuales se gasta 2,5 dólares para comprar agua potable a los vendedores que la venden en bidones de 10 litros.
«Ven a almorzar con nosotros, pero trae tu propia agua», fue la invitación de Riysshath Gain, de 65 años, a IPS, y añadió que el tifón Aila, que asoló a Bangladesh en 2009, destruyó muchas fuentes de agua dulce y subterránea en las zonas rurales del país.
Enormes pérdidas
La directora de Gestión de Cambio Climático y Riesgo de Desastres del Banco Asiático de Desarrollo, Preety Bhandari, dijo a IPS desde la sede de la institución en Filipinas que Bangladesh «realmente está sintiendo el impacto» del calentamiento del planeta.
Si el aumento de la temperatura mundial supera los dos grados Celsius, el país perderá el equivalente a dos por ciento de su producto interno bruto (PIB) anual hasta 2050, en gastos provocados por el clima.
A partir de entonces, las pérdidas serán más pronunciadas, llegando aproximadamente a 8,8 por ciento del PIB al año para 2100, según evaluaciones del Banco.
Hasta 2030, Bangladesh requerirá 89 millones de dólares al año para asegurarse de que el país resista el impacto. En 2050, el costo anual de la adaptación podría aumentar cuatro veces a 369 millones de dólares.
Y el estrés financiero es sólo un factor del problema. Los fenómenos meteorológicos extremos plantean un desafío aun mayor.
El aumento de un metro del nivel del mar podría inundar periódicamente 14 por ciento de la superficie de Dacca, y las zonas más cercanas a los Sundarbans tendrán peor suerte.
El aumento de la frecuencia de los desastres naturales implica que la costa de 47.000 kilómetros cuadrados, donde viven 36 millones de personas, o aproximadamente 25 por ciento de la población, tendrá que soportar más tormentas, ciclones y salinidad.
La producción de arroz podría descender entre 17 y 28 por ciento, lo que sería catastrófico para el sector agrícola, que aporta 20 por ciento del PIB y emplea a 48 por ciento de la mano de obra de 60 millones de personas en Bangladesh.
En Dacca, donde viven casi 15 millones de habitantes, las inundaciones repentinas son un fenómeno común.
«Cada vez que llueve durante media hora la ciudad se inunda. El agua se tarda tres horas en retroceder, y para entonces perdí la ganancia de un día», se quejó Hussain Mohamed, un conductor de carro en la capital.
Intervenciones útiles
Algunas intervenciones han funcionado. Bangladesh logró reducir drásticamente la mortandad que provocan los ciclones en más de 100 veces en los últimos 40 años.
«Cuando hay un alto nivel de participación comunitario entonces los programas de resiliencia funcionan mejor», señaló Afrif Mohammad Faisal, un especialista ambiental del Banco Asiático de Desarrollo en Bangladesh.[related_articles]
Eso es precisamente lo que hicieron los residentes de Chenchuri, una pequeña aldea en el suroeste del país. En 2012 y tras el paso del ciclón Alia, fondos del Banco Asiático de Desarrollo, Holanda y el gobierno de Bangladesh permitieron la rehabilitación de una represa de 10 compuertas.
Ahora un comité de 572 miembros locales gestiona el agua que fluye del río Chitra.
«Cuando necesitamos agua para nuestros cultivos, el Comité lo decide o los aldeanos emplean los teléfonos móviles para comunicarse con el comité», explicó Raiza Sultana, un campesino cuya familia vive del cultivo de arroz.
La combinación de una inversión millonaria en dólares con tecnología accesible funcionó bien en este caso. Los aldeanos usan un sencillo monitor de salinidad, que cuesta 70 dólares, para probar las aguas. Cuando este indica que el contenido de sal está aumentando, bloquean la corriente de agua para evitar el daño a los cultivos.
«La producción de arroz aquí se multiplicó por cuatro, la gente está ganando más y tiene más control» de la situación, aseguró Munsheer Sulaimán, presidente del comité de gestión del agua. Antes, llevaba dos días ponerse en contacto con la persona encargada solo para que abriera las compuertas, explicó a IPS.
Ahora el comité cuenta con un operador permanente de las compuertas, al que le paga fondos recaudados de los beneficiarios a lo largo de las 2.400 hectáreas que abarca la represa.
El éxito del proyecto se basa en aldeanos como Sulaiman y Sultana, quienes se convencieron de la eficiencia de un enfoque de gestión comunitario.
«Estaban acostumbrados a la vieja mentalidad, cuando el gobierno lo administraba todo», comentó el ingeniero Masud Karim. «Tuvimos que convencerlos de que el gobierno no tiene ni el dinero ni la capacidad para hacer esto ahora”, agregó.
Pero los expertos dicen que si el país ha de enfrentar de manera adecuada la realidad del cambio climático, entonces habrá que aplicar cambios similares en las actitudes y las políticas a nivel nacional.
«Asia meridional está en la primera línea del cambio climático. Es una travesía que la región tiene que emprender y hay tantas prioridades en juego que las autoridades responsables deben integrar las consideraciones climáticas a los objetivos de desarrollo,» subrayó Bandhari.
Traducido por Álvaro Queiruga / Editado por Kanya D’Almeida