El altiplano chileno, corroído por el sol del desierto de Atacama, el más árido del mundo, guarda entre sus arenas a decenas de comunidades indígenas que luchan por su subsistencia mediante el turismo sustentable aunque, a veces, rocen el capitalismo exacerbado.
“Aquí con plata (dinero) baila el monito”, ironizó Víctor Arque, guía turístico de San Pedro de Atacama. “Aquí la plata mueve a la gente. Si no tienes plata, no les interesas”, añadió a Tierramérica.
San Pedro de Atacama, capital del turismo, la arqueología y la astronomía en el norte de Chile, cuenta con 4.797 habitantes, 61 por ciento de ellos atacameños, o lickantays, el nombre en su lengua kunza con que se llaman los integrantes de este pueblo originario.
Pero durante la temporada turística se suman cientos de miles de visitantes, sobre todo de extranjeros atraídos por los misterios del desierto, sus volcanes y géiseres.[pullquote]3[/pullquote]
Allí están también los cielos más limpios del planeta y el Observatorio Alma (la sigla en inglés de Atacama Large Millimeter/submillimeter Array, o Gran Conjunto Milimétrico/submilimétrico de Atacama), donde los científicos intentan descifrar enigmas del espacio.
Datos entregados a Tierramérica por el Servicio Nacional de Turismo indican que este pequeño pueblo altiplánico, localizado a 2.600 metros sobre el nivel del mar y 1.700 kilómetros al norte de Santiago, recibió en 2014 a un millón 66.046 visitantes nacionales y extranjeros.
Todos llegaron encandilados por un paisaje de salares, dunas y crestas rocosas, géiseres, aguas termales y montañas nevadas.
Esto transformó a San Pedro de Atacama, en la norteña región de Antofagasta, en el principal destino chileno para el turismo internacional.
Sin embargo, existe en algunos sectores una fundada preocupación por el turismo exacerbado en la zona y lo que podría provocar en los diversos ecosistemas que componen su territorio de 23.439 kilómetros cuadrados.
Ante ello, la Municipalidad de San Pedro de Atacama, junto al gobierno regional, ha impulsado diversas iniciativas destinadas a transformar a la localidad en sustentable.
Una de estas formó parte del Proyecto sobre Servicios Ecosistémicos (ProEcoServ), financiado por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF, en inglés) e implementado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
Su ejecución se extendió hasta 2014 y contó con una inversión de 1,5 millones de dólares. El proyecto consistió en generar herramientas para evaluar y valorar los servicios que el ecosistema presta al municipio.
Un grupo de habitantes de la localidad culminó en mayo una capacitación en alternativas renovables que pueden dar solución a la generación eléctrica en el municipio.
En julio, 14 empresas de servicios de alojamiento turístico y gastronómico recibieron la certificación del Acuerdo de Producción Limpia, que fomenta el manejo sustentable de los residuos sólidos, el uso eficiente del agua y la energía, entre otros aspectos.
“Todo lo que es planificación, o estudios en los que podamos mejorar y tener conciencia de lo que tenemos y lo que pasa en todo el ecosistema, es valioso”, afirmó a Tierramérica la alcaldesa de San pedro de Atacama, Sandra Berna.
“Me gustaría que la gente tome conciencia, que pueda ver en la ciencia, en los estudios, lo que se dice de nuestro ecosistema”, añadió.
Pese a los avances, en el pequeño centro del pueblo, abundan las agencias turísticas que ofrecen viajes a los principales atractivos de la zona.
Y en una madrugada cualquiera, se puede aprecia una hilera de automóviles subiendo hacia los géiseres de El Tatio, uno de los principales atractivos turísticos de la zona, que en promedio recibe unas 100.000 visitas anuales.
El Tatio, que en lengua kunza significa “el abuelo que llora”, es un campo de 80 géiseres ubicado a 4.200 metros sobre el nivel del mar y a 97 kilómetros de San Pedro de Atacama.
Se trata del grupo más grande de géiseres del hemisferio sur y el tercero más grande del mundo, tras Yellowstone (Estados Unidos) y Dolina Giezerov (Rusia).
Desde septiembre de 2014, esta maravilla natural es administrada por las comunidades indígenas de las localidades altiplánicas de Toconce y Caspana, a través de una Concesión de Uso Gratuito por 30 años, que les otorgó el gobierno de Michelle Bachelet.
Para ingresar a El Tatio, los turistas chilenos y extranjeros, deben pagar una entrada. Pero aparte, líderes de las comunidades indígenas cobran algo menos de 1.000 dólares por una entrevista periodística.
“Es que después esto sale a todo el mundo y ustedes son los que ganan”, argumentó a Tierramérica el presidente de la aldea de Caspana, Ernesto Colimar.
Contrita, Luisa Terán, atacameña de esta pequeña población, se apuró a advertir que se trata solo de un caso particular.
“Aquí hay gente que está loquita por la plata, pero no somos todos. La mayoría de nosotros trabajamos para subsistir e intentamos proteger a nuestra comunidad”, afirmó a Tierramérica esta ingeniera popular que ha instalado junto con una prima la red de electricidad solar de Caspana.
La mayoría de los pueblos altiplánicos de Chile subsisten gracias al pastoreo de llamas, vicuñas y guanacos (camélidos), y la agricultura familiar campesina.
En localidades como Caspana, ubicada a unos 114 kilómetros de San Pedro de Atacama, los habitantes aún aplican los mecanismos de la agricultura andina prehispánica, como el cultivo en terrazas.
Otros, como el pueblo de Chiu Chiu, trabajan con el turismo más acotado y mantienen a la iglesia local como su principal atractivo, pese a que está casi en ruinas tras el terremoto que afectó en 2007 a Antofagasta.[related_articles]
En medio del camino entre el Tatio y San Pedro, se ubica Machuca, una localidad despoblada que se erige casi como un pueblo fantasma, pero que es parada obligada para los guías turísticos.
Ubicado a 4.000 metros sobre el nivel del mar, este pueblo posee 20 casas y una iglesia que es su mayor atractivo turístico, junto a los anticuchos de llama y las empanadas de queso de cabra que venden en el lugar.
El pueblo casi no cuenta con residentes y se mantiene vivo tan solo por los turnos semanales que hacen sus antiguas familias para atender a los turistas.
Aquí solo se puede fotografiar la infraestructura y el paisaje, pero para retratar a los miembros de la comunidad, hay que pagar.
“Todos nosotros queremos que llegue el turista, por supuesto, dígame usted qué pueblo no va a querer, si eso significa más inversión y que la gente regrese”, afirmó Terán.
“Nuestros pueblos están casi destinados a desaparecer, porque cada año decenas de familias se van a la ciudad por los estudios de sus hijos o el trabajo, entonces esto nos ayudaría a subsistir”, añadió.
Sin embargo, “nadie quiere que su pueblo se transforme en lo que es San Pedro de Atacama, porque eso es el otro extremo”, concluyó.
Publicado originalmente por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.
Editado por Estrella Gutiérrez