En los últimos años, resurgió el interés por el tema de la desigualdad económica, principalmente gracias a un mayor reconocimiento de sus consecuencias sociales, culturales y políticas en el marco del estancamiento económico de Occidente.
La inesperada y entusiasta acogida de la publicación de Thomas Piketty, “El capital en el siglo XXI”, del año pasado, pone de relieve ese cambio.
Piketty acertó al volver la atención sobre las conexiones entre la distribución funcional y por hogar/individual del ingreso, así como con la desigualdad de la riqueza. Claramente, la distribución de la riqueza (capital, propiedad real) es el principal determinante de la distribución funcional del ingreso.[pullquote]3[/pullquote]
Y según la definición en libros de texto, la maximización del beneficio incluye la captación de algún tipo de renta económica, financiera, de derechos de propiedad intelectual monopólicos, “ventaja competitiva”, excedente de producción, etcétera, probablemente gracias a la exitosa búsqueda de rentas mediante su influencia en la legislación, la reglamentación, las políticas públicas, la opinión pública y las preferencias de consumo.
Como es comprensible y es la norma, el eje de Piketty es la desigualdad a escala nacional, no a escala global.
Pero Branko Milanovic y otros han demostrado que dos tercios de la desigualdad entre personas o entre hogares obedece a la desigualdad entre países, y que el restante tercio a lo que puede calificarse de desigualdad de clase de otro tipo dentro de un país.
Desigualdad internacional
Hay muchas explicaciones de la desigualdad internacional. Las diferencias históricas de la acumulación del capital, incluidas las inversiones públicas, y de la productividad suelen invocarse para explicar los diferentes ingresos, capacidades y potencias económicas.
Pero inversiones extranjeras a menudo insostenibles también llevan a una significativa fuga de capitales, disminuyendo enormemente los beneficios netos de las capacidades económicas adicionales.
El flujo financiero hacia las colonias en el siglo XIX fue excepcional al respecto. Generalmente, una pequeña porción de la inversión extranjera directa mejora, de hecho, las capacidades económicas, en vez de solo contribuir a las adquisiciones y las fusiones.
La globalización financiera de las últimas décadas, especialmente los flujos del mercado de capitales, no aseguró flujos netos sostenidos de las economías ricas en capital a las pobres, sino que empeoró la inestabilidad y la volatilidad financiera, aumentando la frecuencia de crisis con efectos traumáticos para la economía real y el crecimiento sostenible.
Al contrario de la creencia generalizada de que el comercio internacional beneficia a todos, generalmente favoreció a los países más ricos a expensas de los más pobres. Desde hace más de un siglo, salvo por algunos períodos notables y algunos minerales raros en los últimos tiempos, el precio de los productos básicos cae frente a los elaborados.
Eso fue especialmente cierto para la agricultura tropical en comparación con los productos de zonas templadas, pues el aumento de la productividad favoreció más a los consumidores que a los productores.
Y en las últimas décadas, la competencia feroz significó un destino similar para las exportaciones de productos elaborados de los países en desarrollo en comparación con los grandes márgenes comerciales de las manufacturas de las economías más desarrolladas.
Protección social
Cuando se acerca a su fin el plazo para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, el llamado para atender la desigualdad aparece como un desafío crucial en materia de desarrollo y que hay que atender en la Agenda de Desarrollo Posterior a 2015.
La desigualdad regresó gradualmente a los debates sobre el desarrollo luego de que la Organización de las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional le dedicaran publicaciones emblemáticas hace una década, como el “Informe sobre la situación social mundial 2005: El Dilema de la Desigualdad”, el “Informe de Desarrollo Mundial 2006” y “Perspectiva Económica Mundial sobre Globalización y Desigualdad, 2007”.[related_articles]
Los efectos actuales de la crisis económica y financiera global, que comenzó en 2008, han reforzado el reconocimiento de que la desigualdad enlentence no solo el desarrollo humano, sino también la recuperación económica.
Pero eso no provocó ningún cambio fundamental en el pensamiento de la política económica, ni en un compromiso importante para corregir la desigualdad a escala global, ni siquiera a escala nacional, salvo quizá por las mejoras impositivas.
En cambio, llevó a un consenso para crear un piso de protección social global, reconociendo no solo que la pobreza y el hambre en el mundo no se van a eliminar con más de las mismas políticas económicas, en especial con las actuales nefastas perspectivas de recuperación sostenida del empleo y la economía y del crecimiento.
Históricamente, el Estado de bienestar surgió en los países más ricos para atender carencias de la economía formal, jubilados, trabajadores desempleados, militares veteranos y madres, entre otros.
La protección social y otras intervenciones fiscales no significan un desafío fundamental a la distribución de la riqueza ni del ingreso, y el actual pensamiento es consciente de la carga potencialmente no sostenible del Estado de bienestar.
Los nuevos criterios en materia de protección social reconocen que la mayoría de las personas pobres y vulnerables en las naciones en desarrollo están fuera de la economía formal y que casi cuatro de cada cinco pobres residen en zonas rurales.
Las nuevas intervenciones buscan acelerar la transición de la protección a la producción para una mayor resiliencia y autosuficiencia.
Editado por Kitty Stapp / Traducido por Verónica Firme