La dificultad de garantizar la calidad del agua, los déficits en el suministro y la precariedad del saneamiento desafían al desarrollo y al combate a la pobreza en América Latina. En Brasil, que sufre una grave crisis hídrica, tendrá su sede un nuevo centro regional que supervisará el recurso para mejorar su gestión.
Un ejemplo de los problemas del manejo del agua lo representa la mayor megalópolis latinoamericana y la cuarta del mundo, la sureña ciudad brasileña de São Paulo, que en 2014 comenzó a vivir la peor crisis hídrica de su historia debido a una prolongada sequía que dejó sin agua a sus fuentes de abastecimiento, en un fenómeno vinculado al cambio climático.
En Brasil, agua y electricidad van unidos, por lo que dos años de lluvias escasas dejaron a decenas de millones de personas al borde del racionamiento hídrico y energético, fortaleciendo los argumentos contra la deforestación de la Amazonia.
De hecho, nueve millones de los 21 millones de habitantes de la Gran São Paulo han estado pendientes de la recuperación del Sistema Cantareira, un complejo de seis represas unidas por 48 kilómetros de túneles y canales, cuya capacidad normal de suministro ya se agotó.
Como dos tercios de la energía eléctrica brasileña provienen de ríos represados, cuyos flujos bajaron a niveles alarmantes, se reactivó la necesidad de tomar medidas como reforestar las riberas fluviales y surgieron nuevas tesis sobre el sistema eléctrico.
Las pérdidas agrícolas dejaron de ser la medida visible de las sequías en la parte más desarrollada de Brasil. Este sector necesita creatividad para convivir con la sequía, como lo demuestra Abel Manto, cuya finca en el Semirárido, en el Nordeste de este país, destaca por el verde de su vegetación.