La construcción de la central hidroeléctrica de Belo Monte, en el amazónico río Xingú, confirma a los pescadores artesanales como víctimas tempranas y olvidadas de los megaproyectos que avasallan las aguas de Brasil.
“Soy un pescador sin río que sueña viajar, que sueña navegar en un barco de esperanza. Hace tres años mi vida parece que se acabó, pero también se renovó el sueño de un nuevo río”, comentó Elio Alves da Silva sobre el fin de su Comunidad Santo Antônio, la primera removida por las obras.
Ahora, vive aislado en una finca a 75 kilómetros de allí, trabaja como albañil “para no pasar hambre” y echa de menos el río y sus playas, la vida comunitaria, la iglesia demolida y el fútbol en la cancha de Santo Antônio, ahora convertida en parque de estacionamiento para los constructores.
Su testimonio sobre la dispersión de 245 familias de su agrovilla fue escuchado por representantes de la Fiscalía, del Consejo Nacional de Derechos Humanos, del gobierno y de diferentes universidades nacionales y otras ciudades, que se reunieron en Altamira en junio para inspeccionar los impactos de Belo Monte sobre la población ribereña del Xingú.
Altamira, con 140.000 habitantes estimados, es el mayor de los 11 municipios del norteño estado de Pará afectados por la megaobra, iniciada en 2011.
“Los grupos ribereños, aunque sean expresión de un modo de vida tradicional (…), quedaron invisibles en el proceso de licitación de la central de Belo Monte y no encuentran hoy soluciones en ese proceso que sean adecuadas a su peculiaridad”, señala el informe conclusivo de la inspección en una de sus 55 “constataciones”.
A las familias que viven y pescan en islas y orillas no urbanas del tramo afectado del río, la empresa concesionaria de la central, Norte Energía, les ofreció indemnizaciones y reasentamientos en forma individual o colectiva.
En ningún caso, sin embargo, se recomponen sus anteriores condiciones de vida, como requieren las normas ambientales brasileñas. La empresa solo ofreció reasentarlos lejos del río y sus indemnizaciones, en dinero o carta de crédito, no alcanzan para comprar tierras ribereñas más caras.
Norte Energía no reconoce la singularidad de muchos pescadores locales, que tienen doble vivienda, una ribereña para la faena pesquera que puede durar muchos días y otra urbana para la comercialización y acceso a servicios públicos.
Eso reduce la compensación a las familias, al obligarlas a renunciar a una parte de su vida, optando ser reparadas por su residencia rural o por la urbana, criticó el informe. Su otra vivienda es indemnizada como “punto de apoyo”, por la edificación y equipos, bienes simples y baratos.
Centenares de familias pescadoras fueron desalojadas y casi todas prefirieron las indemnizaciones, aunque insuficientes para asegurar su modo de vida y el futuro, porque no hay alternativa satisfactoria de reasentamiento, según constató la inspección promovida por la Fiscalía.
Pero aún quedan muchas resistiendo. Es el caso de Socorro Arara, cuyo apellido es el mismo de su pueblo indígena, pescadora de la isla del Padeiro (Panadero, en español), que quedará inundada por el embalse principal de Belo Monte.
“Norte Energía ofreció 28.000 reales (9.000 dólares), no acepté, es demasiado poco para las siete familias” del grupo que engloba a sus padres, tres hijos y dos hermanas con sus parejas, informó a IPS.
“Queremos un reasentamiento colectivo al borde del Xingú, con todas las familias, y tiene que ser río arriba, porque río abajo está todo impactado”, sostuvo, y destacó que dentro de esa lucha estuvo en Brasilia, planteando la situación a magistrados del Supremo Tribunal Federal y a asesores de la Presidencia y de ministerios.
Pero será difícil, porque la empresa solo admitió registrar una familia para las compensaciones, no las siete. Además ella reclama tierras amplias para pequeños cultivos y extracción de frutos nativos, como hacía en la isla.
Mejor suerte tuvo otro pescador indígena, José Nelson Kuruaia, y su mujer Francisca dos Santos Silva, que vivían en un barrio de Altamira que será inundado por el embalse de la central. Obtuvieron una de las 4.100 viviendas construidas por Norte Energía para los desplazados urbanos.
Además recibieron 20.700 reales (6.700 dólares) de indemnización por una casucha y equipos que mantenían en la isla de Barriguda, aguas arriba de Altamira, donde pescaban de lunes a sábado y obtenían unos 150 kilogramos semanales.
Ahora, jubilado y con 71 años, Kuruaia va a pescar “a veces”. “Me gusta demasiado el río y si no trabajo me enfermo”, justificó a IPS, ante la oposición de sus seis hijos y la mujer que lo acompañaba como “buena pescadora” hasta que sus rodillas se enfermaron.
Jatobá, el nuevo barrio donde fue reasentado, ocupa un cerro lejos del río. Para los pescadores eso supone un costo de 30 reales (9,60 dólares) para acarrear el motor hasta la orilla, donde se deja el barco con el riesgo de que lo roben. Antes todos vivían en barrios inundables pero en la orilla del Xingú.
Ante la presión de los pescadores, reasentados o por reasentar, Norte Energía decidió construir otro barrio urbano cercano al río, para unas 500 familias dedicadas al oficio. Pero se destina a pescadores urbanos, no a los ribereños como Socorro Arara.
La batalla de los pescadores no se limita al hogar y locales de trabajo. Muchos quieren indemnizaciones por pérdidas en los últimos cuatro años debidas a la construcción.[related_articles]
“Pesqué cuatro días, de jueves a este domingo, y solo conseguí 30 kilogranos de tucunare (pavón). Antes pescaba de 60 a 100 en un solo día y de peces más variados, pacú, tucunare, pescada, curimata y filhote (bagre gigante), que había todo el año”, comparó Giácomo Dallacqua, presidente de la Colonia de Pescadores de Vitória do Xingu, con 1.600 miembros.
“Las explosiones en la orilla del río son nuestro dolor de cabeza, porque ahuyenta los peces”, explicó a IPS, refiriéndose al uso de explosivos para romper rocas y preparar la represa y los canales que compondrán la tercera hidroeléctrica del mundo en potencia generadora, de 11.233 megavatios.
A eso se suman la fuerte iluminación durante toda la noche en las cercanías de las obras, el agua enturbiada, el dragado de playas para usar su arena en la construcción, el aterramiento de “igarapés” (riachuelos) y el tránsito de embarcaciones pesadas para transportar los equipos que generarán electricidad, añadió la bióloga Cristiane Costa.
Tales impactos ocurren especialmente en las cercanías de Belo Monte, un distrito del municipio de Vitória do Xingu, donde se construye la planta principal, con 11.000 megavatios de capacidad, y donde era más productiva la pesca en la región.
Pero ocurren también en Pimental, dentro del municipio de Altamira. Allí se instala la otra planta generadora, de 233 megavatios, y el embalse que inundará parte de la ciudad de Altamira.
Norte Energía no reconoce que sus obras hayan provocado una merma pesquera. No hay comprobación científica, pese a las quejas generalizadas de los pescadores, de los que hay unos 3.000 afectados directos.
En cambio, la empresa anunció inversiones por siete millones de dólares, en un acuerdo de cooperación con el Ministerio de la Pesca, para implantar el Centro Integrado de Pesca Ambiental de Altamira, laboratorios de acuicultura y criaderos de peces ornamentales, además de capacitar a pescadores.
Editado por Estrella Gutiérrez