Si leemos los titulares o vemos el último clip aterrador en Youtube este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, no parece buen momento para celebrar la igualdad de las mujeres.
Sin embargo, junto con las historias de atrocidades extraordinarias y violencia cotidiana, también existe otra realidad donde, como nunca antes, son más las niñas que asisten a la escuela y son más las que obtienen un título; donde la mortalidad materna se ubica en los niveles más bajos de la historia; donde las mujeres ocupan cargos de liderazgo y se ponen de pie, se hacen oír y exigen medidas.
En septiembre hará 20 años que miles de delegadas y delegados partían de la histórica Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing con grandes esperanzas.
La sensación abrumadora era que las mujeres habían logrado una gran victoria. Y de hecho así era: 189 líderes mundiales habían comprometido a sus países con una extraordinaria Plataforma de Acción que tenía promesas ambiciosas pero realistas en áreas clave, y una hoja de ruta para cumplirlas.
Si los países hubieran cumplido todas esas promesas, hoy estaríamos observando muchísimos más avances en materia de igualdad que las pequeñas conquistas que estamos celebrando en algunas áreas. Estaríamos hablando de igualdad para las mujeres en todos los ámbitos y podríamos estar hablando de un mundo más sano, con una prosperidad más uniforme y sosteniblemente más pacífico.
Al observar hoy el progreso lento e irregular hacia la igualdad de género, parece que tuvimos la expectativa exageradamente ambiciosa de acabar en 20 años con un régimen de desigualdad de género y opresión absoluta que había durado en algunos casos miles de años.
Entonces, ¿era pedir demasiado? ¿Qué clase de mundo es éste que condena a la mitad de su población a una condición de ciudadanía de segunda clase en el mejor de los casos y a la esclavitud absoluta en el peor de ellos? ¿Cuánto costaría en realidad liberar el potencial de las mujeres del mundo? Y ¡cuánto se podría haber ganado! Si las y los líderes del mundo verdaderamente hubiesen visto en la Plataforma de Acción de Beijing una inversión en el futuro de sus países, ¿por qué no la cumplieron?
Algunas mujeres están ocupando lugares en los principales centros de toma de decisiones. En 1990, las jefas de Estado o de gobierno eran 12; en 2015 son 19, pero el resto son hombres. Ocho de cada 10 parlamentarios en todo el mundo todavía son hombres.
La mortalidad materna disminuyó 45 por ciento, pero la meta para 2015 era una disminución del 75 por ciento. Todavía hay 140 millones de mujeres sin acceso a la planificación familiar moderna: la meta para 2015 era la cobertura universal.
Más niñas están comenzando la escuela y más niñas están completando su educación; los países en gran medida han eliminado la “brecha de género” en la educación primaria. Muchas más niñas están ingresando también a la escuela secundaria, pero existe una amplia brecha entre los niveles educativos alcanzados por las niñas y los niños.
Hay más mujeres trabajando: hace 20 años, 40 por ciento de las mujeres tenía empleo remunerado y asalariado. Hoy esa proporción ha aumentado hasta alcanzar alrededor de 50 por ciento pero, a este ritmo, tomaría más de 80 años lograr la paridad de género en el empleo y más de 75 años alcanzar la igualdad salarial.
Este año representa una gran oportunidad para las y los líderes del mundo, y también un gran desafío. Cuando se reúnan en las Naciones Unidas en Nueva York en septiembre, tendrán la oportunidad de repasar y volver a comprometerse con los objetivos de Beijing.
Hoy instamos a esas y esos líderes a unirse a las mujeres en una gran alianza en favor de los derechos humanos, la paz y el desarrollo. Les instamos a mostrar un ejemplo de su propia vida sobre el modo en que la igualdad beneficia a cada persona: hombre, mujer, niño y niña. Y les instamos a encabezar e invertir en un cambio en el ámbito nacional que enfrente las disparidades de igualdad de género que sabemos que todavía persisten.
Debemos tener en la mira un resultado final. Nuestro objetivo es una acción sustancial inmediata, enfocada de forma urgente en los próximos cinco años y en la igualdad antes de 2030.
Hay una necesidad imperiosa de modificar el ritmo actual. La baja representación de las mujeres en la toma de decisiones políticas y económicas amenaza el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género, de cuyo abordaje los hombres pueden y deben formar parte.
Si en el próximo mes de septiembre las y los líderes mundiales se unen a las mujeres del mundo; si genuinamente redoblan sus esfuerzos por la igualdad a partir de las bases fundadas durante los últimos 20 años; si pueden realizar las inversiones necesarias, forjar alianzas con las empresas y la sociedad civil y hacerse responsables de los resultados, esto podría lograrse antes.
Al final las mujeres obtendrán la igualdad. La única pregunta es ¿por qué debemos esperar? Por eso estamos celebrando hoy el Día Internacional de la Mujer con confianza en la expectativa de que tendremos aún más motivos para celebrar el año próximo y en los años venideros.
Editado por Estrella Gutiérrez