Birmania nunca pasa mucho tiempo sin ser noticia. Esto es así desde que un movimiento popular se alzó contra la dictadura militar en 1988. Durante más de dos décadas, este país asiático saltó a la primera plana por su incapacidad para lidiar con sus problemas internos, como la violencia que aquejó a esta nación.
Desde 2011, con el levantamiento de la prisión domiciliaria a la activista prodemocrática Aung San Suu Kyi, así como otras reformas, este país experimentó un cambio radical a los ojos del exterior y dejó de ser una causa perdida para convertirse en una nueva esperanza en Asia.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, visitó dos veces este país desde ese año, la última este mes para la novena Cumbre Asia Oriental.
Pero debajo de la apariencia de transición, en el camino hacia un futuro próspero, hay un pueblo sumido en la pobreza, luchando por sobrevivir, algunos hasta lidiando con aguantar el día.
Esta capital comercial se encuentra en medio de un auge de la construcción, pero hay una clara señal de desequilibrio y de desarrollo desigual. Por la noche, quienes tienen dinero para gastar se reúnen en restaurantes como Vista Bar, con su magnífica vista de la Pagoda Shwedagon, y ordenan costosas bebidas extranjeras, mientras a unas pocas cuadras, hombres y mujeres no tienen más que los magros ingresos que obtienen de la venta ambulante de comida casera.
Los primeros ganan cientos de dólares al día o más; los segundos tienen suerte de reunir 10 dólares en una semana.
El Banco Mundial estima que la economía de 56.800 millones de dólares de este país crece 8,5 por ciento al año. El gas natural, la madera y los productos mineros representan el grueso de los ingresos por exportaciones.
Pero el ingreso por habitante en este país de 53 millones de personas es de 1.105 dólares, el más bajo de las economías de Asia Pacífico.
La gente más rica, que representa 10 por ciento de la población, controlan casi 35 por ciento de la economía nacional. El gobierno sostiene que 26 por ciento de los habitantes son pobres, pero es posible que sea una estimación conservadora.
Según el Panorama de Myanmar (nombre con el que los militares designan a Birmania), del Banco Mundial, “un detallado análisis, que toma cuento artículos no alimentarios de la canasta de consumo y precios espaciales diferenciales, sitúan la cifra de pobreza en 37,5 por ciento”.
Los pobres gastan alrededor de 70 por ciento de sus ingresos en alimentos, lo que implica una fuerte presión sobre el grado de seguridad alimentaria.
Pero esas no son las únicas señales preocupantes. Se estima que 32 por ciento de los menores de cinco años sufren malnutrición; más de la tercera parte del país no tiene electricidad; el desempleo, en especial en zonas rurales, puede afectar a 37 por ciento de la población económicamente activa, según los resultados de 2013 del comité parlamentario.
Más de la mitad de la fuerza de trabajo se dedica a actividades agrícolas o relacionas, mientras que solo siete por ciento está empleada en la industria.
Los bancos de desarrollo consideran a Birmania una nación en “triple transición”, en palabras del Banco Mundial, un país que pasa de “un sistema militar autoritario a una gobernanza democrática, de una economía centralizada a una de mercado, y de 60 años de conflicto a la paz en zonas fronterizas”.
El mayor desafío que debe afrontar el país en esa transición es aliviar las penurias que soportan la mayoría que sufre desde hace mucho, que sobrevivió a los peores días que tuvo el país y ahora esperan que les toque una parte de botín de su futuro.
Editado por Kanya D’Almeida / Traducido por Verónica Firme