“Que nuestros hijos abandonen la escuela es una de las mayores penas que hemos tenido en nuestra problemática vida aquí”, dijo Multan Shah, un vendedor de verduras que vive en un asentamiento irregular de Peshawar, la capital de Jiber Pajtunjwa, una de las cuatro provincias de Pakistán.
Antes vivía en la capital de Afganistán, pero la guerra lo llevó a trasladarse a la noroccidental provincia de Jyber Pajtunjwa en 1985, cuando se asentó en el campamento de refugiados de Jallozai. Vivía al día, pero logró mandar a sus dos hijos y a su hija a una escuela gratuita de una organización no gubernamental extranjera.[pullquote]3[/pullquote]
Miles de niñas y niños se beneficiaron de ese tipo de escuelas en algunos campamentos de refugiados afganos en Pakistán, pero solo hasta sexto grado. Después, la mayoría dejan sus estudios porque sus familias no pueden pagar una institución privada.
“Mis dos hijos terminaron sexto grado en marzo, pero no pudimos mandarlos a estudiar el curso siguiente porque no tenemos dinero para pagar lo que cuesta”, explicó Shah.
Gaffer Ahmed, director de la escuela pública de Mirwais en esta ciudad, dijo que solían recibir asistencia de organizaciones no gubernamentales locales y de individuos para ofrecer una educación gratuita a los estudiantes de décimo grado, pero eso se terminó en 2010.
“Muchos estudiantes no podrán continuar su educación porque ahora no pueden asumir el costo”, confirmó.
Ahmed dijo que su escuela ofreció educación gratuita a unos pocos estudiantes talentosos, pero la mayoría de los refugiados afganos en Pakistán atraviesan duras condiciones económicas y los padres no pueden hacer frente a los costos. Él mismo tampoco puede.
“Las escuelas privadas cuestan 10 dólares al mes. Gano 60, muy poco para pagar su escolaridad”, se lamentó.
A Mastoora Stanikzai, directora del Instituto de Formación Docente Abu Ali Senna, en Peshawar, le preocupa el volumen de la deserción escolar.
“Solo 7.000 estudiantes llegaron duodécimo grado, el que completa la educación media, de los 230.000 admitidos cada año en las escuelas afganas de Pakistán”, señaló al expresar su temor por el futuro de esos niños y niñas.
Hay unas 270 escuelas privadas, mientras que las gestionadas por las organizaciones no gubernamentales gratuitas son unas 100, observó.
Stanikzai también dijo que algunas escuelas ofrecen cursos para obtener un diploma de dos años en partería y administración de empresas a los refugiados, en colaboración con el gobierno de Afganistán.
Su instituto capacitó a 1.350 maestros, la mitad mujeres. Hay unas 125 maestras enseñando en escuelas afganas.
Pakistán tiene 1,9 millones de refugiados legalmente registrados y un número similar en situación irregular, según datos de la Organización de las Naciones Unidas. Las escuelas gratuitas exigen a los estudiantes comprobantes como la Prueba de Registro para anotar a sus hijos.
“La falta de fondos perjudicó más a las niñas”, remarcó Stanikzai, quien también dirige la Organización de Mujeres Refugiadas. “Las personas que quieren ingresar a sus hijas a la escuela encuentran dificultades por el costo”, apuntó.
“Por eso se ven niñas y niños deambulando en las calles y recolectando basura”, explicó.[related_articles]
Farjanda Maiwandi, de 11 años, dijo a IPS que iba a la escuela en el campamento de refugiados de Jazana, en Peshawar, donde aprobó sexto grado.
“Después, me senté en casa con mi padre, un jornalero que no tenía dinero para mandarme a una escuela privada. Es doloroso no poder ir, pero no tenemos opción”, se lamentó.
Maiwandi dijo que conocía por lo menos a 10 niñas que habían abandonado la escuela. “Solo unas pocas lograron ingresar en séptimo grado porque sus padres pudieron pagar”, añadió.
Nurullah Ahmedzai, un refugiado afgano en el distrito de Haripure, también en Jiber Pajtunjwa, está extremadamente molesto por la falta de educación para sus dos hijos.
“Mi hijo y mi hija estudiaron en la escuela del campamento de refugiados. El año pasado, terminaron sexto y les dijeron que no podían seguir porque tenían que ir a una escuela privada”, relató.
“Anotamos a mi hijo en la escuela, pero mi hija se queda en casa porque no tengo dinero para pagar las mensualidades de ambos”, relató.
“Ella llora todas las mañanas cuando su hermano se va. Ahora toma lecciones con él en casa. Sueño con verlos formados”, añadió.
Editado por Kitty Stapp / Traducido por Verónica Firme