Después de unos días en los que todos celebraron el acuerdo histórico entre Estados Unidos y China sobre la reducción de las emisiones de CO2, firmado el 12 de este mes, una ducha muy fría ha llegado desde India.
Su ministro de Energía, Piyush Goyal, ha declarado: “Los imperativos de desarrollo de India no pueden ser sacrificados en el altar de un potencial cambio climático futuro que llevará muchos años. Occidente tendrá que reconocer que nosotros enfrentamos las necesidades de la pobreza».
Se trata de un duro golpe para el presidente estadounidense, Barack Obama, quien tras la firma en Beijing del acuerdo sobre reducción de emisiones de CO2 (dióxido de carbono) regresó a casa haciendo alarde de su éxito en establecer la política en la región asiática.
Pero más importante aún es que la posición de Nueva Delhi le da abundante munición al Congreso legislativo, controlado por la oposición republicana, que argumenta que Estados Unidos no puede participar en el control climático, a menos que otros grandes contaminadores asuman compromisos similares. [pullquote]3[/pullquote]
Este argumento aludía principalmente a China, que se había rehusado a cualquier tipo de compromiso hasta que el presidente Xi Jinping, para sorpresa de todos, suscribió el acuerdo con Obama.
India es un contaminador importante. No alcanza los niveles de China, que suma 9.900 toneladas métricas de CO2, contra 6.826 de Estados Unidos, pero aumenta sus emisiones rápidamente.
Goyal anunció que el uso de carbón nacional en India pasará de los 565 millones de toneladas del año pasado, a más de 1.000 millones de toneladas en 2019, y está entregando concesiones para la extracción de carbón a gran velocidad.
Sin embargo, el nuevo primer ministro de India, Narendra Modi, ha proclamado que realizará un amplio programa de desarrollo de fuentes renovables de energía.
Hay una aparente paradoja en el hecho de que muchos científicos que integran el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, en inglés) son indios, como su director general, Rajendra K.Pachauri, quien es además el director ejecutivo del Instituto de Recursos Energéticos de India.
El último informe del IPCC es mucho más dramático que los anteriores: afirma de manera concluyente que el cambio se debe a la acción del hombre, y expone una extensa revisión sobre los daños que afectarán al sector agrícola, sobre todo en países pobres como India.
Prevé que el menos 37 millones de personas serán desplazadas por la elevación de los mares.
La mitad de los agricultores indios dependen del agua de los glaciares del Himalaya, que se están derritiendo por el recalentamiento global.
Las ciudades de India son las más contaminadas del mundo, y varias veces al año se supera el peor día de contaminación en China.
Pero lo que es más preocupante es que los gobiernos están reaccionando con demasiada lentitud. Se necesitaría un gran esfuerzo, que no figura en la agenda climática, para impedir que la temperatura global aumente más de dos grados centígrados, para después empezar a disminuir las emisiones hasta el año 2020.
Se estima que en 2014 las emisiones serán las más altas de la historia y ascenderán a 40.000 toneladas, frente a las 32.000 millones de toneladas en 2010.
Hay consenso sobre que, para limitar el calentamiento del planeta a no más de dos grados centígrados por encima del nivel preindustrial, los gobiernos deberían limitar las emisiones adicionales provenientes de combustibles fósiles a no más de un billón (millón de millones) de toneladas de dióxido de carbón.
Pero, según la investigación del IPCC, las compañías de energía ya han programado reservas de carbón y petróleo que igualan varias veces esa cantidad y están invirtiendo alrededor de 600.000 millones de dólares al año en nuevas exploraciones.
En contraste, se gastan menos de 400.000 millones de dólares al año en reducir las emisiones. Esa cantidad es menor que los ingresos de una sola corporación petrolera estadounidense, la ExxonMobil.
La última reunión del Grupo de los 20 (G-20) países ricos y emergentes, celebrada en la ciudad australiana de Brisbane los días 15 y 16 de este mes, le dio al clima una atención inesperada.
Pero las naciones del G-20 gastan 88.000 millones de dólares anuales en subsidios para la exploración de hidrocarburos, que es el doble de lo que invierten con ese fin las 20 empresas privadas más importantes del planeta.[related_articles]
Otro buen ejemplo de la falta de coherencia de los gobiernos occidentales, es que prometieron 10.000 millones de dólares para un Fondo Verde para el Clima, cuya tarea es apoyar a los países del Sur en desarrollo en la mitigación y adaptación al cambio climático.
Esa cantidad es de solo dos tercios de lo previsto desde la creación del Fondo en 1999, que todavía se encuentra lejos de ser operativo.
Y ahora la discusión se traslada a la 20 Conferencia de las Partes (COP 20) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, que tendrá lugar los 12 primeros días de diciembre en Lima, donde es previsible que, una vez más, los gobiernos serán incapaces de lograr una acuerdo satisfactorio sobre los problemas climáticos.
Si esto sucede, se reducirá aún más el tiempo disponible para la salvación del planeta.
Además de la anunciada resistencia por parte del Congreso estadounidense, se prevé la oposición de varias naciones dependientes de los combustibles fósiles, como Rusia, Australia, India, Venezuela, Irán, Arabia Saudita y los países del Golfo.
Estas actitudes denotan la ausencia de coherencia y de responsabilidad por parte de los gobiernos.
Y en cuanto a la opinión pública, si se realizara un referendo preguntando a la ciudadanía si prefiere pagar 800.000 millones de dólares menos de impuestos, quitándolos de los subsidios contra la contaminación, hay muy pocas dudas de que saldría ganadora la reducción tributaria.
El mismo resultado se obtendría si se les preguntara si prefieren gastar esos 800.000 millones en energía limpia o dejar las cosas como están.
Un agravante es que las corporaciones energéticas y los gobiernos tienen una relación incestuosa, que está fuera de la vista del público.
Todo esto prueba que, cuando están en juego la supervivencia de las islas, las costas, la agricultura y los pobres, los gobiernos no son capaces o no desean, ver más allá de su existencia inmediata.
La conclusión es que nuestra generación necesita urgente y desesperadamente una gobernanza global que sea capaz de enfrentar este catastrófico tipo de globalización.
Editado por Pablo Piacentini