Amenazas cercan a corales panameños

El pueblo de Taboga visto desde el mar. Crédito: Creative Commons

El panameño Fermín Gómez, de 53 años, aborda cada día su bote “Tres Hermanas” a las seis de la mañana para salir a pescar en las inmediaciones de la isla de Taboga y volver a tierra unas cinco horas después.

Con destreza, descabeza y remueve las escamas de las corvinas, los pargos, las agujas y las sierras que atrapó durante la jornada, que después distribuye por los restaurantes y hoteles, que le pagan cuatro dólares por kilogramo, un buen precio en el área.

“Pesco con carnaza, porque los trasmallos arrastran todo. Por eso la pesca ya no es tan buena, porque las redes se llevan hasta los peces jóvenes”, relata el pescador, padre de tres hijas y que pasó años a bordo de barcos atuneros.

Gómez vive a unos 200 metros de la única playa de Taboga, un pueblo de 1.629 habitantes y casas de techo de lámina y colores vivos, situado a 11,3 millas náuticas (21 kilómetros) de Ciudad de Panamá. El motor de la isla es el turismo, especialmente los fines de semana cuando docenas de visitantes abordan el ferry que la une con la capital dos veces al día.

Este pescador y descendiente de pescadores, también suele navegar a medianoche, el mejor momento para capturar corvinas. Una buena jornada puede dejarle unos 30 kilogramos.

“Acá la pesca da, pero dependemos de lo que nos dejan las otras islas”, aseguró Gómez, moldeado por el sol y el agua de mar.

Situada en el golfo de Panamá, la isla de Taboga, de apenas 12 kilómetros cuadrados, es la puerta de entrada al archipiélago de las Perlas, uno de los nodos de arrecifes de coral más importantes de este país centroamericano de 3,8 millones de habitantes.

Desde las alturas, parecen lomas que resaltan sobre la alfombra turquesa del mar, rodeadas por los escualos de acero que esperan su turno para atravesar el Canal de Panamá.

Esta nación ístmica posee 290 kilómetros cuadrados de coral, que se ubican mayoritariamente en la costa atlántica del mar Caribe, con unas 70 especies, mientras que en la ribera del océano Pacífico hospeda a unas 25 variedades.

Lo que los pescadores ignoran es que su sustento depende de la salud de los arrecifes, amenazados por el aumento de la temperatura del mar, el tránsito marítimo, la contaminación y la pesca ilegal.

Un coral de una zona montañosa submarina del Parque Nacional Coiba, en Panamá. Crédito:  Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales
Un coral de una zona montañosa submarina del Parque Nacional Coiba, en Panamá. Crédito: Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales

En el Parque Nacional Coiba, en el occidente panameño, y en las Perlas “la diversidad de corales y especies se han mantenido en los últimos años, no hemos detectado blanqueamiento, pero sí el crecimiento de un alga”, aseguró a IPS el académico José Casas, de la estatal Universidad Marítima Internacional de Panamá (Umip).

“Es una amenaza para el arrecife”, enfatizó el especialista, que participa en el proyecto “Estudio y monitoreo de las comunidades arrecifales y especies claves de pesquería en el Parque Nacional Coiba y la zona especial de manejo marino costero integrado del Archipiélago de Las Perlas”, cuyo informe final se dará a conocer en noviembre.

El alga crece en el ecosistema y bloquea el paso de la luz, lo que causa la muerte del coral. Los especialistas han detectado esa aparición también en Colombia y México.

El proyecto es ejecutado por la Umip, junto con Fundación Natura, Conservación Internacional, la mexicana Universidad Autónoma de Baja California y la Autoridad de los Recursos Acuáticos de Panamá (Arap).

Sus investigadores monitorearon la situación de las dos áreas coralinas panameñas en marzo y agosto y volverán a hacerlo en noviembre.

Entre ambas zonas hay diferencias, pues Coiba presenta poca influencia antropogénica, es  patrimonio natural de la humanidad  y cuenta con un plan de manejo, aunque éste no se cumple, según los expertos. Además, ese parque está bajo potestad de la Autoridad Nacional del Ambiente.

El programa de gestión de Las Perlas, manejado por Arap, está en elaboración.

El arrecife es vital para el desarrollo y alimentación de grandes depredadores como el tiburón, cetáceos, pelágicos como anchovetas y arenques, así como tortugas, explican los especialistas.

En los corales panameños, Arap ha identificado especies de algas, manglares, esponjas, crustáceos, moluscos, caracoles, estrellas, pepinos y erizos de mar, así como meros, pargos y peces ángel y mariposa.

En Panamá, la pesca genera unos 15.000 empleos y aporta unas 131.000 toneladas anuales, según el Instituto Nacional de Estadística y Censo.

La Agenda Ambiental Panamá 2014-2019 elaborada por la Asociación Nacional para la Conservación de la Naturaleza, las fundaciones MarViva y Natura y la Sociedad Audubon de Panamá, plantea el establecimiento de una ley para la protección de humedales, con énfasis en manglares, fangales, ciénagas, turbas, ríos, arrecifes coralinos y otros. [related_articles]

En la costa caribeña los corales del archipiélago de Bocas del Toro, compuesto por nueve islas y a 324 millas (600 kilómetros) al oeste de Ciudad de Panamá, están expuestos al blanqueamiento ocasionado por las altas temperaturas del agua.

Así lo constata el estudio “Previendo cambios en décadas en temperaturas en la superficie del mar y el blanqueamiento de coral dentro de un arrecife coralino del Caribe”, publicado en mayo por la revista estadounidense Coral Reefs.

Angang Li y Matthew Reidenbach, académicos de la estadounidense Universidad de Virginia, anticipan que para 2084 casi todos los arrecifes serán susceptibles a la mortalidad inducida por el blanqueo.

Los autores estudiaron patrones recientes de flujo de agua y los escenarios simulados de calentamiento para 2020, 2050 y 2080, de los cuales los bañados por aguas más frías tendrán mayores opciones de sobrevivir en el futuro.

Bocas del Toro colinda con el Parque Nacional Isla Bastimentos, una de las 104 áreas protegidas de Panamá, que en total abarcan 39 por ciento del territorio y unos 36.000 kilómetros cuadrados.

“Se necesitan medidas como la capacitación a las comunidades sobre el manejo de los recursos, el uso sostenible, el ordenamiento de las pesquerías y la organización de los pescadores”, planteó Casas.

En la siguiente fase del proyecto coralino, financiado con 48.000 dólares este año y que necesita unos 70.000 para 2015, se piensa en ponerle números al valor de los servicios ecosistémicos que presta el arrecife.

Gómez difícilmente cambie de oficio, pero ve bien que sus nietos no sigan con la actividad. “Pescar va a ser más complicado, hay que pensar en otras formas de ganarse la vida”, anticipó el pescador a IPS mirando nostálgico hacia el mar.

Editado por Estrella Gutiérrez

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