Shaukat Ali, un comerciante oriundo de Miramshah, en la agencia de Waziristán del Norte de las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA) de Pakistán, está sentado fuera de un refugio improvisado con sus 10 familiares, y parece agotado.
La familia viajó todo un día para llegar a esta pequeña vivienda en las afueras de Peshawar, la capital de la norteña provincia de Jyber Pajtunjwa, fronteriza con Afganistán. Ahora pasó a sumarse a los miles de refugiados civiles que huyen de una fuerte ofensiva militar, cuyo objetivo es eliminar grupos radicales armados en las zonas montañosas de Pakistán.
Ali aseguró a IPS que la situación en Waziristán, un bastión del movimiento extremista Talibán, es “patética”. Decenas de familias abandonan sus hogares y todas sus posesiones para escapar de los ataques aéreos del ejército, que provocaron escasez de alimentos y pánico generalizado desde su inicio el 15 de junio.[pullquote]3[/pullquote]
«Viajamos a pie durante cinco horas solo para contratar a un vehículo que nos llevaría a Peshawar, y desde allí continuamos hasta Bannu”, una ciudad de Jyber Pajtunjwa, relató.
“Tres de mis cinco hijos tuvieron fiebre en el camino y no tenemos dinero para consultas médicas o para la compra de medicamentos», explicó Ali.
Es probable que las 100.000 personas desplazadas que viven en 65.000 tiendas de campaña instaladas por el gobierno en Jyber Pajtunjwa experimenten dificultades similares.
Algunos huyeron de Waziristán en camiones con la ropa que llevaban puesta. Otros cargaron sus pertenencias en carros tirados por burros pero dejaron todo salvo los elementos más básicos por temor a sobrecargar a los animales.
Muchos salieron con tanta prisa que se separaron de sus familiares.
Zainab Khatoon, una criadora de caballos de Waziristán, llegó a Bannu con dos de sus hijos pero no sabe dónde están su marido ni su hijo mayor.
«Apenas levantaron el toque de queda viajamos a Bannu”, dijo a IPS la mujer de 42 años. “Mi marido y mi hijo se quedaron para comprar galletas, arroz, té y aceite. Ya pasaron tres días y no han llegado”, se lamentó.
«Estamos muy preocupados por la separación de las familias”, declaró Jawad Ahmed, un funcionario del campamento de refugiados, a IPS. Muchos tienen miedo de registrarse porque temen represalias del Talibán, que prohibió los pedidos de ayuda al gobierno.
El domingo 22 ya había 394.000 desplazados. Se cree que muchos refugiados cruzaron la frontera al vecino Afganistán, debido a la falta de “luz, agua, alimentos y suministros médicos” en Jyber Pajtunjwa, indicó a IPS Muhammad Rahim, un funcionario de la Autoridad Nacional de Gestión de Desastres.
Además de Bannu, los destinos más populares de los refugiados en Jyber Pajtunjwa son Lakki Marwat, Tanque, Karak y Hangu.
«Hasta la fecha Jyber Pajtunjwa recibió a más de 7.000 familias, o cerca de 100.000 personas”, precisó el funcionario Sajjid Khan a IPS. Algunas familias están de paso a las ciudades sureñas de Lahore y Karachi, agregó.
El gobierno destinó 1.000 millones de dólares de ayuda a la población desplazada para la construcción de refugios, lavabos y, posiblemente, escuelas.
El analista político Shoaib Sultan, de la Universidad de Peshawar, cree poco probable que la ofensiva militar cese en el futuro inmediato.
«El calor abrasador, de 45 grados, multiplicó los problemas de la gente, y muchos simplemente toman refugio bajo los árboles junto a la carretera», dijo a IPS.
La ofensiva del ejército, denominada Golpe de Espada del Profeta Mahoma, responde en parte al atentado insurgente que mató a 18 personas en el aeropuerto internacional de Karachi a principios de este mes.
Aunque muchos aceptan la línea dura oficial contra el extremismo, parecería que la población más pobre sufre la peor parte de los ataques, como lo ha hecho durante casi una década.
Algunos políticos, como Imran Khan, del Movimiento por la Justicia de Pakistán, reclamó al gobierno que suspenda la ofensiva hasta que se evacúe a los habitantes.
Sector de la vivienda al límite
Desde 2005, los militares intentaron acabar de manera esporádica con los insurgentes de las regiones fronterizas, donde el terreno montañoso proporciona una base cómoda a los miembros del Talibán que huían de las fuerzas estadounidenses en Afganistán.[related_articles]
Atrapada entre el ejército y los extremistas, la población civil se vio obligada a abandonar las zonas tribales.
El éxodo, que se mantiene más o menos ininterrumpido desde hace casi nueve años, ya involucró a más de 2,1 millones de personas que huyeron de sus casas en las FATA para refugiarse en la vecina Jyber Pajtunjwa, donde las autoridades tienen dificultades para atender sus necesidades.
Muchos viven en condiciones miserables desde hace años, con poco acceso a alimentos, agua y saneamiento adecuado, en chozas de barro o en campamentos.
Al médico Fayaz Ali, un experto en salud pública, le preocupa que esta última oleada de refugiados reduzca la posibilidad de Pakistán de alcanzar los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio convenidos dentro de las Naciones Unidas y que incluyen la reducción de la pobreza y una disminución de 100 millones de personas en el número de habitantes en tugurios para 2015.
«Quienes fueron desplazados por el conflicto no tienen otra opción que vivir en condiciones de hacinamiento», dijo Ali a IPS.
Antes del último arribo de refugiados Bannu albergaba a 50.000 familias desplazadas.
Fuentes del sector inmobiliario en la zona señalan que la demanda de viviendas se disparó, ya que la gente pugna por conseguir las escasas unidades residenciales disponibles, mientras los menos pudientes ocupan chozas de barro.
Las autoridades aseguran que no hay espacio, literalmente, para albergar a los refugiados entrantes, que por el momento residen en escuelas para reducir al mínimo la propagación de enfermedades en los campamentos superpoblados.
«Estamos tratando a las personas desplazadas por enfermedades transmitidas por el agua y los alimentos”, informó el médico Rehmat Shar, de Bannu.
«Vimos a unos 650 pacientes, incluidas 200 mujeres y 300 niños. La mayoría necesita rehidratación debido al calor implacable”, explicó Shar, que trabaja en el hospital de la sede del distrito, en diálogo con IPS.
«Las condiciones de vida son miserables», agregó Wahidullah Khan, oriundo de la ciudad de Mir Ali, en Waziristán del Norte, que se trasladó con su familia de ocho personas a Bannu apenas comenzó la ofensiva militar.
«Vivimos en una casita de barro y piedra, sin electricidad», dijo Ali. “Y mis hijos tienen que caminar un largo trecho para conseguir agua”, se quejó.
El comerciante y su esposa lo abandonaron todo cuando escaparon. Ahora se preguntan cómo recomenzar su vida de cero.