Cuando el entonces presidente egipcio Mohammad Morsi dijo en junio de 2013 que “todas las opciones” estaban sobre la mesa, incluyendo la intervención militar, si Etiopía seguía construyendo represas en el río Nilo, muchos minimizaron sus declaraciones.
Pero expertos creen que El Cairo habla muy en serio cuando amenaza con defender el histórico recurso hídrico, y advierten que no se debe descartar un ataque militar egipcio si Etiopía procede con la construcción de lo que se considera la más grande represa hidroeléctrica de África.
Las relaciones entre Egipto y Etiopía se volvieron tensas desde que Addis Abeba inició en 2011 la construcción de la Gran Presa del Renacimiento, por 4.200 millones de dólares.
El Cairo teme que la represa, que comenzaría sus operaciones en 2017, reduzca el caudal del Nilo, del que dependen 85 millones de egipcios para satisfacer casi todas sus necesidades hídricas.
Funcionarios del Ministerio de Irrigación advirtieron que Egipto perderá entre 20 y 30 por ciento de su parte del agua del Nilo y casi un tercio de la electricidad generada por su Presa Alta de Asuán.
Etiopía insiste en que la Gran Presa del Renacimiento y su reservorio de 74.000 millones de metros cúbicos en la cabecera del Nilo Azul no afectarán a Egipto. Addis Abeba espera que el proyecto, que generará 6.000 megavatios, le permita ser energéticamente autosuficiente y sacar a gran parte de los etíopes de la pobreza.
“Egipto considera el agua del Nilo como un asunto de seguridad nacional”, dijo a IPS el analista estratégico Ahmed Abdel Halim. “Para Etiopía, la nueva represa es una fuente de orgullo nacional, y es esencial para su futuro económico”.[related_articles]
El diferendo se agravó desde que Etiopía comenzó a desviar parte del agua del Nilo en mayo de 2013. Algunos parlamentarios egipcios propusieron enviar una fuerza comando o apoyar a insurgentes locales para que saboteen el proyecto.
La televisión estatal etíope respondió el mes pasado con una amplia cobertura de la visita al lugar por parte de altos comandantes del ejército, que expresaron su disposición a “pagar el precio” de defender el proyecto hidroeléctrico.
Citando un par de tratados de la era colonial, Egipto argumenta que tiene derecho a no menos de dos tercios del agua del Nilo y poder de veto sobre cualquier proyecto en su curso superior, tanto construcción de represas como de redes de irrigación.
Un acuerdo delineado por Gran Bretaña en 1929 y luego enmendado en 1959 reparte las aguas del Nilo entre Egipto y Sudán, sin siquiera consultar a los países donde nace el río.
El tratado le concede a Egipto 55.500 millones de metros cúbicos del flujo anual promedio del Nilo, estimado en 84.000 millones de metros cúbicos, en tanto que Sudán recibe 18.500 millones. Otros 10.000 millones se pierden en la evaporación del lago Nasser, creado por la construcción de la Presa Alta de Asuán en los años 70. Los otros nueve países bañados por el río no tienen derechos sobre él.
Aunque estas disposiciones parecen ser muy injustas para los estados ubicados río arriba, analistas señalan que estos tienen otras fuentes de agua alternativas en las montañas orientales de África, a diferencia de los desérticos Egipto y Sudán, que dependen exclusivamente del Nilo para cubrir sus necesidades hídricas.
“Un motivo para el alto nivel de ansiedad es que nadie sabe realmente cómo esta represa va afectar la parte del agua que corresponde a Egipto”, señaló Richard Tutwiler, especialista en manejo de recursos hídricos en la Universidad Estadounidense de El Cairo.
“Egipto es totalmente dependiente del Nilo. Sin él, no hay Egipto”, dijo a IPS.
La preocupación de Egipto parece estar justificada cuando se considera que su acceso al agua es de apenas 660 metros cúbicos por habitante, entre los más bajos del mundo. Además, se prevé que su población se duplique en los próximos 50 años, lo que supondrá una mayor presión sobre los ya escasos recursos hídricos.
Pero las naciones río arriba también tienen crecientes poblaciones a las que deben asegurarles acceso al agua, y utilizar el Nilo para sostener su agricultura es demasiado tentador para ellos.
El deseo de lograr una distribución más equitativa del Nilo derivó en la aprobación en 2010 del Acuerdo de Entebbe, que reemplaza las antiguas cuotas e incluye una cláusula que permite toda actividad río arriba siempre que no tengan un impacto “significativo” en la seguridad hídrica de otras naciones de la cuenca del Nilo.
Cinco países aguas arriba –Etiopía, Kenia, Uganda, Tanzania y Ruanda—firmaron el acuerdo ese año. Burundi lo hizo en 2011.
Egipto rechazó el nuevo tratado, pero después de décadas de esgrimir su influencia política para frenar cualquier proyecto hídrico de sus empobrecidos vecinos, ahora se encuentra en una posición incómoda al ver evaporarse su dominio sobre las aguas del Nilo.
“La acción de Etiopía no tiene precedentes. Nunca antes un estado río arriba había construido de forma unilateral una represa sin aprobación de los países río abajo”, dijo a IPS el analista Ayman Shabaana, del Instituto para Estudios de África, con sede en El Cairo.
“Si otros países de aguas arriba hacen lo mismo, Egipto padecerá una seria emergencia hídrica”, añadió.
Para tranquilizar a sus vecinos, Etiopía subraya que la Gran Presa del Renacimiento es un proyecto hidroeléctrico, no de irrigación. Pero el embalse es parte de un plan mucho más amplio, en el que se podrían construir al menos otros tres más.
El Cairo sostiene que los planes etíopes son “provocadores”.
Egipto apeló a organismos internacionales para obligar a Etiopía a detener la construcción de la represa hasta que se pueda evaluar qué impacto tendría río abajo. Y mientras los funcionarios de gobierno esperan lograr una solución diplomática, los militares aseguran estar preparados para usar la fuerza si es necesario.