Para unos 250.000 habitantes de la capital de Honduras, el miedo a morir por una inclemencia climática se redujo, gracias a un plan de mitigación frente al calentamiento global, con pequeñas obras realizadas en 180 barrios con vulnerabilidades ecológicas y sociales.
El Plan 100×100, de cien obras en igual número de días, es parte de un proyecto de mitigación de riesgos financiado por el Banco Centroamericano de Integración Económica, mediante un crédito de 26 millones de dólares en términos concesionales.
“Antes de este puente, las lluvias incomunicaban este sector, bajábamos descalzos a cruzar la quebrada que en invierno crece mucho y ya se ha llevado varias casas”, contó a IPS una vecina de la colonia (barrio) de La Molola, Xiomara Castellanos, señalando orgullosa una de las nuevas obras.
El centenar de pequeñas construcciones abarca todos los puntos cardinales de Tegucigalpa, con 1,8 millones de habitantes, de los 8,5 millones del país.
La vulnerabilidad de Tegucigalpa, que junto a la ciudad adyacente de Comayagüela constituye la capital de este país centroamericano, también llamada Distrito Central, se agudizó tras el paso en 1998 del huracán Mitch, que dejó al menos 11.000 muertos y 8.000 desaparecidos en el país, además de cuantiosos daños en la infraestructura, entre otros.
La capital hondureña, ubicada en una cadena de montañas que alcanzan hasta 1.300 metros de altura, fue de las más afectadas y 15 años después de la catástrofe que dejó Mitch a su paso, existen todavía zonas en donde el tiempo se detuvo, con viviendas inhabitables que muestran sus daños intactos.
En esos 180 barrios seleccionados viven los sectores más desfavorecidos de la capital, sobre laderas que al caer apenas una hora de lluvia copiosa antes reportaban deslizamientos, derrumbes y desbordamientos de quebradas.
Julio Quiñónez, subgerente del Comité de Emergencia Municipal hondureño , dijo a IPS que la vulnerabilidad ambiental es alta en muchos sectores de Tegucigalpa, pero que se han ejecutado “obras de mitigación, grandes y pequeñas, que hoy día hacen que bajen los niveles de riesgo”.[related_articles]
Una de esas obras es un pequeño puente y el reforzamiento de la quebrada sobre la que se emplazó, en la colonia pobre de Mololoa, en el noreste capitalino, que permite a sus habitantes contar con una vía de tránsito y una ruta de evacuación ante una tormenta.
La Mololoa, donde viven unas 5.000 personas, es una zona de riesgo no solo por la vulnerabilidad y lo empinado del cerro donde se ubica, sino también por la inseguridad. Las “maras” (pandillas) controlan el territorio ante la ausencia de la autoridad formal.
“Hasta hongos en los pies nos salían por bajar entre el agua, porque los carros que venden productos no subían y cuando los hijos se enfermaban, los bajábamos en brazos de este cerro, chapoteando entre las aguas”, dijo Castellanos, de 35 años, a cargo de su hogar.
En cambio, “ahora hasta los carros que venden agua suben sin problemas, también el transporte público e incluso tenemos una ruta de evacuación en caso de desastres”, relató contenta tras detallar el aislamiento en que vivían en La Mololoa.
Johan Meza, responsable de los proyectos de mitigación del Plan 100×100, relató a IPS que las pequeñas obras ejecutadas incluyen la construcción de cunetas, escaleras, rutas de evacuación, huellas vehiculares, puentes peatonales, drenajes de agua de lluvia o muros de mampostería, entre otros.
Las obras, dijo, obedecen a un diagnóstico sobre la vulnerabilidad de la ciudad hecho por la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional y otras entidades, como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
A pocos metros de una de las principales arterias viales de la ciudad, en el este capitalino, se encuentra otra colonia de viviendas precarias, La Villanueva, llena de pasadizos quebradizos que son una odisea para poder subirlos hasta la cima del cerro donde se asienta.
Aquí los trabajos de mitigación van desde zonas de amortiguación para evitar deslizamientos, pavimentación de calles, cunetas para que fluya el agua de lluvia, hasta la construcción de escaleras y pasamanos en zonas que antes eran intransitables.
La Villanueva es una de las colonias más populosas de Tegucigalpa, con 120.000 habitantes y dividida en ocho sectores. Es muy propensa a los derrumbes y deslizamientos de sus laderas.
Mientras mostraba la construcción de unas gradas por las que esperaron tres décadas, María Elena Benítez, dirigente comunal, relató a IPS: “Aquí gateábamos para bajar este cerro y llegar a tomar el transporte; cuando llovía todo era todo lodo, no se imagina lo difícil que la hemos pasado”.
“Era común ver gente fracturada, en especial niños y ancianos, pero esto que han hecho, nos dicen las autoridades que es el comienzo, que La Villanueva dejará de ser una zona de alto riesgo y que ahora viene un plan de capacitación para que sepamos preservar las obras de mitigación”, detalló.
“Es que uno sabe que esto, aunque parezca poco, es un beneficio para el pueblo, los derrumbes no serán como antes y con estas obras estamos evitando que el agua se filtre a otros sectores y que el cerro se deslave sin tener algo que lo evite”, acotó Yovany Tróchez, presidente del patronato de La Villanueva, quien acompañó a IPS en el recorrido.
El alcalde de Tegucigalpa, Ricardo Álvarez, aseguró a IPS que “una simple lluvia puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte ante los desastres naturales que demuestran la vulnerabilidad de nuestra ciudad”.
Álvarez y su equipo de colaboradores no esconden la satisfacción por las obras de mitigación que impulsan, al mostrar cifras estadísticas que indican que, de 12 muertes registradas por lluvias y deslizamientos en 2010, el número bajó a solo una en 2013.
El objetivo es que nadie muera por incidentes derivados de las inclemencias climáticas, afirmó Álvarez.
Pero, mientras esto se logra, asegura que la capital es menos vulnerable que hace 15 años, también gracias a que sus habitantes han aprendido a convivir con el riesgo.
Álvarez destacó que Tegucigalpa es la municipalidad de Honduras más preparada frente a los riesgos del cambio climático.
La otra fase del Plan 100×100 está en lo que llaman adaptación al cambio climático, que incluye un intenso programa de capacitación y dotación de equipos en las zonas asistidas, para que la gente esté preparada y use las rutas de evacuación en caso de desastres.
Colonias pobres y de construcciones endebles, como El Pastel, La Concordia, Campo Cielo, Flor del Campo, Brisas del Norte, Nueva Suyapa, Venezuela, Los Pinos, San Juan del Norte y otras de esta capital, son lugares donde el miedo a perder lo suyo, comenzando por la vida, disminuyó.