El undécimo mandamiento bien podría ser «no comerás carne…, al menos un día por semana».
Ese objetivo, modesto en un mundo cada vez más carnívoro, es el que persigue un movimiento que cobró impulso en Estados Unidos en 2003 y que se extiende lentamente en América Latina, con presencia en México, Panamá y Brasil.
“Es una herramienta para invitar a la gente a que, de forma sencilla, varíe su dieta y disminuya el consumo de carne», dice a Tierramérica la presidenta del capítulo mexicano de Lunes sin Carne, Ana Arizmendi.
«Y llega en un momento muy coyuntural: el país tiene una crisis de salud pública, y tanto los individuos como las instancias políticas y privadas están muy receptivas a abrirse a alternativas sanas», abunda.
Ese problema es la obesidad.
Este país de más de 118 millones de habitantes es uno de los más gordos del mundo y supera inclusive a Estados Unidos, señala “El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2013”, publicado por la FAO.[related_articles]
La obesidad afecta a 32,8 por ciento de las personas adultas. Y más de 30 por ciento de las niñas y niños de entre cinco y 11 años son obesos o tienen sobrepeso, indica la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012. Por lo menos a 6,4 millones de mexicanos sufren diabetes.
«La raíz de la obesidad es multifactorial, una de ellas es balancear mucho más nuestra alimentación y reducir el consumo de carne y embutidos”, plantea la nutricionista, egresada de la española Universidad de León y responsable de la iniciativa en este país latinoamericano dese 2011.
El Lunes sin Carne tiene un origen remoto: la Primera Guerra Mundial (1914-1919), cuando el gobierno de Estados Unidos comenzó a promover una baja del consumo popular de carne y de trigo para incrementar las reservas de sus tropas y aliados.
El expublicista estadounidense Sid Lerner resucitó el concepto en 2003, en asociación con el Center for a Livable Future de la Universidad Johns Hopkins.
La campaña aboga por reducir la ingesta de carne roja para minimizar el riesgo de diabetes, hipertensión, cáncer y enfermedades cardiovasculares, y también para abatir los impactos ambientales de la ganadería intensiva.
La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) estima que la industria cárnica genera un quinto de los gases de efecto invernadero liberados por actividades humanas.
El ganado requiere mucha más agua que las hortalizas y los cereales y su producción también implica un gran consumo de combustibles fósiles.
Además, en la carne “muchas veces se usa glutamato monosódico y ese aditivo tiene riesgos para la salud. Promovemos que se evite el consumo de alimentos y bebidas industrializados, debido a que contienen cantidades altísimas de grasa, sal y azúcar”, indica a Tierramérica la investigadora en salud alimentaria de El Poder del Consumidor, Katia García.
Se debería retornar a los hábitos de la dieta tradicional mexicana, «alta en fibra, vitaminas, minerales y proteínas de gran valor nutritivo, y al consumo de simple agua potable», explica García.
El Poder del Consumidor es una de las 22 organizaciones de la Alianza por la Salud Alimentaria que conduce la campaña contra las bebidas gaseosas “¿Te comerías 12 cucharadas de azúcar?”.
La atención de los diabéticos costó a las arcas mexicanas 3.872 millones de dólares en 2012, indican estimaciones de la Encuesta Nacional.
Pero no es fácil cambiar los hábitos.
«No hay un estilo alimentario único, nuestra responsabilidad es encontrar el que nos mantenga saludables”, reflexiona Arizmendi, cuyos pacientes son mayoritariamente mujeres entre 25 y 45 años.
Este año, Lunes sin Carne prepara un intenso programa de difusión por Internet y redes sociales, junto con capacitación para promotores, cursos y talleres en escuelas y comedores de empresas.
“Todavía no logramos que un municipio se comprometa con el lunes sin carne, pero ahora queremos hacer ese tipo de difusión municipal y en empresas y escuelas. Es algo nuevo… y tiene mucho campo por recorrer», subraya Arizmendi, quien se declara omnívora.[pullquote]3[/pullquote]
En Estados Unidos, el movimiento organiza una campaña dirigida a la comunidad hispana, que ha emulado los malos hábitos de la mesa estadounidense, pletórica en grasas, sal, azúcar y harinas.
De este lado de la frontera, el fenómeno se repite.
Conforme mejoró el ingreso medio de las familias mexicanas en las últimas dos décadas, aumentó la ingesta de carnes, un símbolo de ascenso social.
En 1970, el consumo de carnes era de 23 kilogramos por persona; en 1990 saltó a 34 y ahora es de 63 kilos, indican cifras del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera.
La carne de ave encabeza las preferencias de la dieta carnívora mexicana, con 29,5 kilos, seguida de la vacuna, con 17,4, y la porcina, con 15 kilogramos.
En América Latina, Uruguay es el campeón del consumo de carnes, con 98 kilogramos por persona, seguido de Argentina, con 96,9 kilos, Brasil, con 85,3, y Chile, con 73,9.
Pero la variedad de la gastronomía mexicana ofrece muchas opciones apetitosas y nutritivas.
«Se puede mezclar un cereal y una oleaginosa. Por ejemplo, la proteína de la tortilla y el frijol se complementan y aumentan su valor proteínico. Es importante mantener el aporte de proteína para evitar algún tipo de deficiencia, y la proteína vegetal tiene mayor beneficio», aconseja García.
Muchas celebridades se han sumado al Lunes sin Carne, presente en más de 23 países. Y son varias las ciudades que adoptaron la iniciativa en hospitales, escuelas, oficinas y restaurantes.
El gobierno mexicano prepara una política específica para la obesidad, que incluirá medidas regulatorias para los alimentos.
Publicado el 20 de julio por la red latinomaericana de diarios de Tierramérica.