En el actual contexto en que el cambio climático supone una amenaza para la seguridad alimentaria y el sustento de los pequeños agricultores, Kenia tiene la opción de apelar a las nuevas tecnologías o volver al conocimiento tradicional y apoyarse en la biodiversidad local.
Datos del Ministerio de Agricultura indican que unos cinco millones de los ocho millones de hogares del país dependen directamente de esta actividad para sobrevivir. Pero los productores, en especial los de pequeña escala, viven tiempos de incertidumbre debido a los fenómenos climáticos extremos.
Los informes de la pasada temporada de cosecha reafirman la preocupante tendencia de los últimos tiempos.
“Una gran cantidad de ríos y arroyos actualmente tienen menos agua o se secan del todo cuando no llueve”, dijo Joshua Kosgei, responsable de extensión agrícola en Elburgon, en la provincia Valle del Rift, en entrevista con IPS
El documento preparado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para este país indicó que las lluvias caídas de octubre a diciembre del año pasado fueron muy por debajo del promedio.
“Varios pozos secos dañaron la germinación, lo cual requirió volver a plantar (hasta tres veces), se marchitaron y se secaron cultivos”, añade el informe.
Según el Instituto de Investigación Agrícola de Kenia (KARI, por sus siglas en inglés), más de 10 millones de los 40 millones de kenianos sufren inseguridad alimentaria, la mayoría de los cuales viven de la asistencia.
El sector agrícola representa 25 por ciento del producto interno bruto y por lo menos 60 por ciento de las exportaciones. Estadísticas oficiales muestran, además, que la producción de pequeña escala representa 75 por ciento del total y 70 por ciento de lo que se comercializa.
[related_articles]El té, uno de los principales productos de exportación, que genera unos 1.170 millones de dólares, según la Oficina Nacional de Estadísticas, es uno de los cultivos que corre mayor riesgo. Especialistas estiman que el cambio climático podría costar a los productores 30 por ciento de sus ingresos.
Kiama Njoroge, responsable de extensión agrícola en la provincia Central, recordó a IPS que “el té es un producto muy sensible al cambio climático”. “Eso hace que unos 500.000 pequeños agricultores vivan en la incertidumbre”, añadió.
Joel Nduati, un pequeño agricultor de esa provincia, agregó: “La falta de información sobre intervenciones para hacer frente al cambio climático es nuestro principal problema”.
Otra dificultad es el estrés hídrico: “Demasiada agua cuando no necesitamos y luego periodos prolongados de pozos secos. Necesitamos variedad de cultivos que puedan aguantar los cambios”, añadió.
Según Kosgei, ya se desarrollaron intervenciones contra el cambio climático, lo que falta es una forma efectiva de traspasarlas a los agricultores.
“Por ejemplo, la Fundación para la Investigación del Té de Kenia desarrolló 45 variedades, pero los agricultores todavía no las adoptaron porque ni siquiera saben que existen”, explicó.
KARI creó cinco nuevas variedades de papa y varias más de col berza. “¿Pero cuántos agricultores están enterados de su existencia, cuanto menos aun pensar en adoptarlas?”, insistió.
La difusión de este tipo de información es difícil por la falta de trabajadores de extensión.
La FAO recomienda que haya uno cada 400 agricultores, pero Kenia tiene actualmente uno cada 1.500, según la Asociación para el Desarrollo Rural y Agrícola Internacional.
Los pequeños agricultores kenianos producen solo una quinta parte de sus capacidades, según Kosgei.
Pero no todo el mundo coincide con la evaluación del funcionario de extensión.
“La solución es volver al conocimiento indígena, promovido por un amplio movimiento agroecológico local”, opinó Gathuru Mburu, coordinador de la Red de Biodiversidad Africana, en entrevista con IPS.
“Es un enfoque que combina estrategias agrícolas sin químicos”, explicó.
“No hay producción adecuada porque se usan demasiados químicos. La agroecología utiliza abono animal. Las sobras de la cosecha anterior también pueden servir como abono”, explicó.
Njoroge coincidió, y agregó que países como Ruanda, Etiopía y Ghana están logrando avances significativos en materia de seguridad alimentaria y de mejorar el sustento mediante el conocimiento indígena.
Pero para algunos especialistas, la agroecología se asemeja a dar la espalda a las nuevas tecnologías que tienen un enorme potencial.
“Criminalizar a los químicos no es la solución”, dijo John Kamangu, investigador especializado en biodiversidad, al ser consultado por IPS. “Necesitamos modificaciones genéticas que nos permitan producir semillas que soporten temperaturas más altas y lluvias más fuertes”, añadió.
Pero Mburu se opone a depender de las grandes multinacionales de la agroindustria para desarrollar estrategias contra el cambio climático, y alertó que ese camino no ha sido beneficioso para África.
“Los gobiernos africanos entregan la responsabilidad que tienen por el sector agrícola y crean un espacio para que las multinacionales ofrezcan financiación mientras explotan el continente”, arguyó.
“Esas compañías desarrollan y venden químicos. Sus semillas suelen necesitar de muchos químicos para desarrollarse y solo prosperan en áreas específicas”, observó Mburu.
La agroindustria, coincidió Kosgei, se preocupa por el beneficio, no por alimentar a la población africana.
A Mburu le preocupa que al dejar el camino libre a las multinacionales, el gobierno adopte políticas que perjudiquen a los pequeños agricultores, quienes siguen produciendo por lo menos 70 por ciento del alimento de este país
“Las multinacionales están detrás de varias políticas para criminalizar a los pequeños agricultores”, denunció Mburu. “Algunas de las medidas previstas son una ley de semillas y otra contra las falsificaciones”, indicó.
Este último proyecto de ley “promueve las semillas certificadas. Nuestro pueblo que usa las autóctonas (no certificadas) ya no podrá hacerlo cuando la ley esté vigente”, explicó.
“Esas semillas no tienen nada que ver con el cambio climático”, aseguró. “Las controlan seis grandes compañías trasnacionales y representan una inversión multimillonaria, además no son adecuadas para nuestro ecosistema en comparación con las autóctonas”, sostuvo.