Caracas saca débil paraguas ante nuevas lluvias

Curvas y recodos que forma el río Guaire al salir de Caracas favorecen su inundación con súbitas lluvias. Crédito: Humberto Márquez/IPS.

“El río reclama su cauce, ha llegado hasta aquí”, dice Ana Polanco mientras se esfuerza para llevar la mano muy arriba de su cabeza en la pequeña casa de latón que habita con sus hijos en El Hueco, una de las barriadas del este de la capital venezolana asediadas por el sucio y engañosamente calmo río Guaire.

Con 72 kilómetros de extensión, el Guaire cruza Caracas de oeste a este en línea casi recta, para luego serpentear en agresivas curvas cuando sale de la ciudad, desde donde hace un cuarto de siglo castiga con sus crecidas a las barriadas aledañas, como La Jóvita, La Línea o El Hueco, esta última al fondo de una colina tapizada de viviendas inestables.

Vecinos y alcaldías hacen aprestos ante las temidas “nuevas lluvias”, causantes de deslaves que obstruyen quebradas y desagües que ayudan a desagotar el río, que por añadidura no carga solo con las aguas de las precipitaciones y afluentes sino con las servidas y con toneladas de desechos sólidos de viviendas, industrias y comercios en esta urbe de casi cinco millones de habitantes.

Las “nuevas lluvias” están “asociadas al cambio climático: durante la mayor parte del siglo XX caían poco a poco, se incrementaban lentamente y luego amainaban, pero ahora son cortas y fuertes”, señala a Tierramérica el gerente de Ambiente en la Alcaldía Metropolitana de Caracas, Nicola Veronico.

“El volumen (de agua) que antes caía en semanas o un mes ahora puede hacerlo en una mañana. Bastan dos horas de lluvia torrencial para que el Guaire se desborde”, indica a Tierramérica el director de Protección Civil en el populoso municipio de Sucre, Gabriel D’Andrea.

Una de las transformaciones físico-naturales asociadas al cambio climático, son «las precipitaciones, no solo la media, al paso de los años, sino su grado de variabilidad”, destaca por su parte a Tierramérica la venezolana María Teresa Martelo, integrante del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (más conocido como IPCC, por sus siglas en inglés).

Este cambio, recuerda Martelo, “no es de futuro, sino que data desde los años 70 y la tendencia es que en las décadas por venir la temperatura será más alta, la disponibilidad de agua menor, los ciclos lluvia-sequía alterados y el gran reto es el de definir estrategias y medidas de adaptación”.

El este de la ciudad fue muy castigado en 1979 por fuertes lluvias y por el desborde del río Guaire ante la falta de mantenimiento de los drenajes, y en agosto de 1993 por la tormenta tropical Bret, que asoló el norte de Venezuela y Colombia, el sur de Nicaragua y algunas islas del sur del mar Caribe.

Bret dejó en Venezuela 150 muertos, 77 de ellos en Caracas, además de unos 500 heridos y 5.000 damnificados, decenas de millones de dólares en daños y la preocupación porque las tormentas tropicales que asuelan el Caribe podrían, en asociación con los cambios del clima, mudar sus rutas un poco más al sur.

[related_articles]“No necesitamos otro Bret para estar preocupados y atentos. Aquí la gente ya sabe que cuando llueve hacia Las Adjuntas y Los Teques (nacientes del río) hay que organizarse para ir a las zonas altas”, explica a Tierramérica el vecino Henry Hernández, dirigente comunal de La Jóvita.

Hernández es uno de los mecánicos que trabajan en la calle separada del Guaire por un muro que, más que contener las aguas, informa de su ascenso mediante listas numeradas en la cuneta de cemento que flanquea el curso de sus aguas.

Cuando crece, “el río invierte el curso del agua que recibe desde cunetas, alcantarillas y cloacas y, mezcladas, vuelven hacia la calle y las viviendas, anegándolo todo y dañando lo que tropieza. Salvamos las vidas, pero todos tenemos historias de los corotos (enseres) perdidos”, narró.

“Tenemos marcadores del nivel del río tres kilómetros antes del inicio de las curvas. Los monitoreamos, identificamos los sitios de riesgo y concientizamos a las comunidades”, dice D’Andrea. “Pero hasta donde podemos”, agrega, pues “en el municipio hay más de 1.800 barrios”.

Desde la Alcaldía Metropolitana se maneja una estación pluviométrica, se vigilan cientos de sumideros y 350 quebradas, muchas de las cuales bajan de la montaña El Ávila, que separa Caracas del mar Caribe, además de despachar lineamientos a los cinco municipios en que se divide esta capital.

Pero “más allá de esos débiles paraguas, se necesita voluntad política para ir al origen del problema, porque se tiende a ver la ordenación territorial y la ocupación del territorio asociadas solo a la economía y divorciadas de la ecología”, plantea Evelyn Pallotta, directora de Ambiente del estado de Miranda, que incluye el este de Caracas y la mayoría de sus ciudades-dormitorio.

El Ministerio de Ambiente nacional lanzó un plan de drenaje del Guaire, que arrastra con sus aguas gran cantidad de sedimentos, además de toneladas de basura, desde pequeños envases de plástico hasta maquinarias oxidadas, para reducir la elevación del lecho del río, que facilita su desbordamiento ante una lluvia veloz.

“Drenar o reencauzar el río son paliativos temporales, muy puntuales. Agréguese que hasta 80 por ciento de los drenajes en Caracas no funcionan y que la manga de cemento que soporta al río cede con los años”, indica a Tierramérica la directora Pallotta, también profesora de urbanismo en la Universidad Central de Venezuela.

“Si se sabe que en las orillas del Guaire no te puedes instalar, que necesitas una franja verde de seguridad de hasta decenas de metros, entonces no puedes permitir que allí haya viviendas, talleres, industrias o comercios. La solución debe ser estructural”, insiste.

Su opinión coincide con la de Polanco en el angosto corredor de cemento y tierra junto a la hilera de casitas, entre las que está la suya, casi sobre el talud del río. “Sí, la solución sería un plan de viviendas para todos nosotros lejos de aquí, pero hasta ahora solo hemos sido censados”, se queja.

Las lluvias representan además una amenaza por causar deslaves en una ciudad sembrada de colinas y hondonadas, con gran parte de sus suelos de origen metamórfico que han soportado por décadas el castigo de una inclemente construcción vertical.

Para atender un reclamo social acuciante, el gobierno nacional lanzó hace dos años la “Gran Misión Vivienda Venezuela”, que ha levantado centenares de edificios sobre terrenos en Caracas antes descampados o que eran áreas industriales o estacionamientos de vehículos.

Desde esas construcciones se denuncia saturación de espacios, conexiones inadecuadas a servicios, disposición indebida de desechos, carencia de áreas verdes y de plantas para tratar aguas residuales, y sobrecarga de vías para autos y peatones.

“Los riesgos asociados al clima también aumentan con esta sobresaturación urbana”, deplora Veronico. En tanto que Pallotta sostiene que “el derecho humano a la vivienda no puede violentar otros igualmente fundamentales, como el del agua, la salud y el ambiente sano, ni la necesidad de una ciudad enmarcada en parámetros de desarrollo sustentable”.

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