Cuando la cubana Gabriela Blanco cuenta que trabaja en un huerto orgánico y se prepara para estudiar agronomía en la universidad, solo ve caras de asombro.
Blanco no sabe muy bien de dónde vino su vocación por la tierra, pero está segura de que eso es lo que quiere.
En Cuba, donde la agricultura se caracteriza por rendimientos insuficientes, tampoco abundan jóvenes como Blanco –de porte menudo y solo 20 años–, que dejó dos años de la carrera de matemática para probar fuerzas en Vivero Alamar, una exitosa Unidad Básica de Producción Cooperativa habanera.
«Comencé a trabajar aquí en septiembre de 2012; a los tres meses me hicieron socia de la cooperativa, confirmé que realmente me gusta y quiero seguir aquí. El sector agrícola tiene muchas posibilidades y abundantes campos de investigación, una experiencia muy interesante y muy bonita», dijo a IPS.[related_articles]
La vivencia de Mercedes Cepero, de 18 años, es similar, aunque llegó a esta empresa cooperativa para hacer su práctica profesional como técnica de agronomía. «Ya pasé la etapa de estudiante, ahora tengo que prepararme y aprender como trabajadora», comentó a IPS.
Cepero también prepara sus exámenes de ingreso a la universidad, previstos para este mes, porque quiere ser ingeniera agrónoma. A diferencia de Blanco, a ella le hablaron de esta carrera cuando cursaba enseñanza secundaria. «A partir de ahí comenzó mi interés», dijo.
Blanco piensa que el desinterés juvenil por las profesiones agrícolas tiene que ver en parte con la sociedad actual. «Muchas personas ven la agricultura como algo que no se estudia, que no tiene ciencia, porque es sencillamente sembrar y cosechar. Otras personas ven el trabajo en el campo como algo de mucho esfuerzo y pocos beneficios», comentó.
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En Vivero Alamar trabajan 20 jóvenes de 17 a 30 años, aunque la mayoría emigran cuando encuentran plazas más acordes con sus aspiraciones de ingresos y menor esfuerzo.
Cepero es más dura al juzgar esa apatía por las labores agrícolas: los jóvenes «son un poco haraganes y quieren que todo les caiga del cielo».
Según datos del programa nacional de agricultura urbana y suburbana, hay unos 70.000 jóvenes trabajando en el sector, al que pertenece esta cooperativa, ubicada en la localidad costera de Alamar, a unos 15 kilómetros del centro de La Habana y cuya población se estima entre 80.000 y 100.000 habitantes.
Investigaciones del Centro de Estudios sobre la Juventud indican que la población joven aspira preferentemente a puestos en áreas de la economía emergente, como empresas y corporaciones extranjeras, y desecha ofertas laborales vinculadas a servicios comunales, construcción y agricultura.
«La visión que hay de la agricultura es como si fuera un castigo. El que se porta mal, va a labrar la tierra. El hijo del agricultor no quiere continuar la tarea de los padres, sino instalarse en La Habana y hacerse médico», comentó Isis Salcines, que se autodefine como trabajadora multioficio de la cooperativa y está a punto de graduarse de agrónoma.
Poco después de iniciar sus estudios, Salcines decidió crear un círculo de interés en una escuela primaria cercana a la cooperativa, al que bautizaron Chamacos Agroecológicos. Pero antes hizo un par de encuestas. En una preguntó: «¿Qué quieres ser cuando seas grande?». Y en otra planteó: «Cuando yo sea grande quiero ser…», y entre otras opciones incluyó agricultor.
Nadie marcó esa alternativa para su futuro. Salcines, hija del fundador y presidente de la cooperativa, Miguel Ángel Salcines, se trazó la meta de enseñar en encuentros semanales el manejo agroecológico de la finca y la necesidad de alimentarse de una forma más sana.
Al finalizar el primer curso, los «chamacos» no dejaban ni el tallo de los vegetales que comían en sabrosas ensaladas, sabían cómo se trabaja en el campo y la importancia de la producción de alimentos y conocían de manejo integrado de plagas y enfermedades.
En una nueva encuesta realizada al finalizar el primer taller, 15 de más de una veintena de niños y niñas marcaron agronomía entre posibles carreras a estudiar. «Esta experiencia fue un aliciente. Me hizo ver la posibilidad de que cuando crezcan y se hagan hombres y mujeres muchos opten por esta labor», reflexionó Salcines.
Para Norma Romero, ingeniera en sanidad vegetal, la receta comienza por la educación temprana y continúa por ofrecer garantías para que las personas jóvenes se sientan reconocidas, estimuladas y con ganas de quedarse en el campo, por encima de las dificultades.
Buenos salarios, facilidades horarias para estudiar, desayuno y almuerzo gratis, ropa y calzado adecuados para estas labores, entre otros beneficios, son factores que incentivan, «porque en la agricultura hay fango, mucho sol, polvo, condiciones realmente duras. Para nosotros es vital que la gente llegue y se quede, sobre todo la juventud», dijo Romero.
Como parte de los cambios del modelo económico cubano, el Ministerio de Educación amplió en 2011 las especialidades de agronomía en niveles técnicos medios y ordenó fortalecer la orientación vocacional desde los primeros cursos de enseñanza primaria, de acuerdo a las características y necesidades de cada territorio.
La agricultura absorbe 20 por ciento del empleo total y su aporte directo al producto interno bruto nacional es de menos de cinco por ciento, porque tiene la más baja productividad del país. El año pasado, este país debió erogar más de 1.633 millones de dólares en importación de alimentos.