«Aquel 1 de marzo nos dijeron que nos fuéramos a casa y que esperáramos dos días por nuestra seguridad». Mahmud Hassan recuerda con detalles ese momento, que pudo cambiar el curso de la guerra que arrasa a Siria desde hace ya dos años.
«Eran las siete de la mañana y el edificio estaba completamente rodeado por las milicias kurdas del YPG (siglas kurdas de las Unidades de Protección Popular), que luego ocuparían el lugar. Decían que llevaban esperando desde las tres de la madrugada», explica Hassan, uno de los 3.000 empleados de la refinería de Rumelán, ubicada 800 kilómetros al noreste de Damasco, la única operativa hoy en el país.
«El gas se destina al consumo local, pero el petróleo sigue fluyendo hacia Homs y Banyas, situadas 160 y 280 kilómetros al norte de Damasco respectivamente, aunque la producción se ha visto reducida drásticamente desde el comienzo de la revolución», lamenta el operario en su encuentro con IPS.
«Primero fueron las sanciones internacionales y luego los sabotajes del FSA (Ejército Libre de Siria, el mayor grupo armado de la oposición), a los que hay que añadirle los de particulares que perforan el oleoducto para conseguir algo de dinero», asegura este hombre con más de 20 años al servicio de la Syrian Petroleum Company, la empresa estatal fundada en 1974 y dueña de la planta de Rumelán.
Mientras el presidente Bashar Al Assad concentra sus esfuerzos en combatir la rebelión opositora en buena parte de Siria, una porción importante de la región nororiental del país disfruta de un gobierno kurdo de hecho.
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Muchos han atribuido este nuevo escenario a un pacto entre Al Assad y el el Partido de la Unión Democrática (PYD), un extremo que Salih Muslim, líder esta fuerza política dominante entre los kurdos de Siria, negara tajantemente a IPS ya en septiembre de 2012.
Desde las filas del YPG, el comandante Feirusha aporta algunas claves sobre el funcionamiento de la que es la milicia hegemónica entre los kurdos de Siria.
«Contamos con más de 30.000 efectivos repartidos por todas las regiones kurdas y no usamos la fuerza hasta que no es estrictamente necesario», explica orgulloso este combatiente a IPS, mientras conduce su vehículo de tracción 4×4 por un territorio llano que dominan extractoras de hidrocarburos y columnas de fuego.
«Respetamos a las unidades sirias del FSA, pero no a los salafistas (rebeldes integristas)», asegura Feirusha, que cuenta con 300 hombres a sus órdenes.
Respecto de la liberación de Rumelán, subraya que se produjo «de forma pacífica y sin ningún disparo», algo que corrobora a IPS la activista local Khabat Abas a través del amplio testimonio gráfico obtenido el 1 de marzo.
El recorrido termina en el complejo residencial para la mayoría de trabajadores de Rumelán: un conjunto de edificios de hormigón rodeados de matorrales y con depósitos de agua alineados en los techos.
«Seguimos trabajando con la misma normalidad de siempre y sin cambios de trascendencia», explica desde uno de los impersonales apartamentos el electricista Hafez al Nuseibi. Asimismo, el veterano operario dice a IPS no temer que Damasco interrumpa sus salarios tras el reciente cambio de administradores de Rumelán.
Assad sabe que, si a final de este mes no recibimos nuestro sueldo, iremos a la huelga y colapsaremos el país», apunta tajante Al Nuseibi. «Además, ¿por qué habría de hacerlo? El petróleo sigue fluyendo no solo para los kurdos, sino para todos los sirios».
Reuniones secretas
No obstante, algunos señalan otros factores tras la confianza generalizada de los trabajadores en la planta.
«A la semana de caer Rumelán se produjeron dos reuniones secretas entre los kurdos, el FSA y un representante del gobierno de Al Assad», asegura Firat Dicle (nombre ficticio), trabajador en Rumelán desde hace más de 25 años.
«Los invitados se reunieron en el edificio de la administración para decidir cómo repartir los beneficios de Rumelán en tres partes. Al final se acordó que Damasco se queda con 40 por ciento y el resto se lo reparten en partes iguales el FSA y el YPG-PYD», explica Dicle.
«Si bien las tres partes combaten entre ellas, todas se necesitan para que el combustible siga fluyendo», añade el veterano operario, a la vez que confiesa que «todo el mundo tiene miedo tanto al régimen (de Al Assad) como al FSA».
No en vano, el punto álgido de los combates entre el FSA y el YPG se vivió en otra localidad, Serekaniye, también en el norte de Siria. Un alto al fuego este mes puso fin a unos encarnizados enfrentamientos armados que se habían prolongado durante tres meses.
Desde el departamento de producción, Abu Mohammad aporta más claves en torno al funcionamiento y administración de Rumelán.
«Contamos con 1.350 extractoras de tipo canadiense (bastidor basculante con contrapeso), repartidos en un territorio de unos 3.000 kilómetros cuadrados», detalla a IPS.
«Antes de la revolución producíamos 165.000 barriles de petróleo diarios, pero hoy estamos en torno a los 50.000», explica este ingeniero, que además asegura que es el YPG quien protege los pozos y el que repartirá los salarios a fin de mes.
«Rumelán no es solo para los kurdos sino también para los árabes, los cristianos y para todos los sirios en su conjunto», subraya.
Mohammad compagina su labor técnica con el puesto de delegado del PYD en Rumelán. Recuerda que la reciente ocupación de la planta se acordó ya el 1 de enero, en una asamblea celebrada en Derik, 700 kilómetros al noreste de Damasco.
Respecto de las supuestas reuniones secretas entre miembros de las tres fuerzas dominantes en el país, Mohammad se muestra tajante: «Ese es sólo un rumor que circula desde hace una semana. Ni el YPG ni el PYD obtienen rédito económico de ningún tipo. Su único objetivo es que la planta siga funcionando en beneficio de todos».
¿Podría una eventual interrupción en el suministro de petróleo acelerar el colapso del régimen, como ansían tanto el FSA como los kurdos de Siria?
El principal delegado político en Rumelán tampoco vacila ante esa pregunta. «Una interrupción en el suministro sería catastrófica para nosotros», avisa el principal representante político de Rumelán. «La oposición al régimen quedaría paralizada, mientras que Damasco seguiría recibiendo combustible de Irán, Rusia y China.»