«El Canjinjin tiene poderes especiales», asegura Deize Coelho de Barros. La receta de este licor, hecho con una mezcla de hierbas, fue heredada de sus antepasados africanos y es considerado el «viagra» (estimulante de la función eréctil) en su tierra, el occidental estado brasileño de Mato Grosso.
«Los portugueses trajeron a los negros para trabajar, y nosotros continuamos con la tradición», dice a IPS. «Hoy todavía nuestra gente toma este licor en las fiestas para dar energía», agrega Coelho de Barros, una de las 57 cooperativistas de un «quilombo», como se llama en Brasil a las tierras habitadas por descendientes de esclavos que en el siglo XIX lograban huir hacia la libertad.
El licor Canjinjin es uno de los tantos productos procedentes de la agricultura familiar que, aunque es el origen de la mayoría de los alimentos en la mesa de los brasileños, es desconocida por los grandes centros urbanos de este país.
Brasil es conocido en el mundo especialmente por las exportaciones agrícolas básicas a gran escala, como la soja y la carne de vacunos y de otros animales, pero no por sus productos típicos como el Canjinjin, la «cachaça», un destilado de caña de azúcar, ni por la calidad de los embutidos caseros que elaboran los «gaúchos», es decir los naturales del sureño estado de Rio Grande do Sul.
La producción de alimentos a pequeña escala involucra a más de 4,3 millones de familias y es responsable por 10 por ciento del producto interno bruto del país, a diferencia del gran sector exportador agropecuario o «agronegocio», que está concentrado en grandes extensiones de tierras en manos de muy pocos dueños, según datos del propio gobierno.
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«Mucha gente piensa que el guaraná se origina en grandes haciendas como las de la soja, pero no es así, sino que se planta en propiedades de media o una hectáreas», señala Eldes Batista, representante de un consorcio de productores indígenas sateré-mawé, del estado de Amazonas, que representan a más de 11.000 integrantes de esta etnia.
Batista muestra a IPS más de 10 productos extraídos de la selva amazónica, como guaraná (una semilla energética), aceite de copoaiba (para la garganta) y «miranta», que promete fortalecer las defensas inmunológicas, estimular el apetito sexual y tonificar los músculos.
«Trabajamos con la sabiduría de nuestros antepasados. Somos reconocidos mitológicamente como los hijos del guaraná», explica Batista, quien al igual que Coelho de Barros y otros 650 expositores participaron del 21 al 25 de noviembre en Río de Janeiro de la VIII Feria Nacional de Agricultura Familiar y Reforma Agraria, destinada a cosméticos, artesanías y alimentos, entre otros productos.
El guaraná, «además de ser una bebida cotidiana de nuestro pueblo, sirve para absorber más conocimientos», narra el representante indígena.
Los sateré-mawé exportan guaraná a la Unión Europea desde 1996. Pero ahora, debido a la crisis global que golpe especialmente a ese bloque y al crecimiento de la economía brasileña, decidieron apostar al mercado interno.
«Como la crisis internacional debilitó el mercado en Europa, disminuyó el número de pedidos y comenzó a sobrar el stock. La feria de agricultura familiar nos da la posibilidad de abrir nuestro mercado y hacer conocer nuestros productos en Brasil», analiza el indígena.
«Dirigirnos al mercado interno da muchos más resultados hoy que mirar al exterior, que cierra las puertas», comenta a IPS el representante del Ministerio de Desarrollo Agrario, Arnoldo Campos, quien fue uno de los coordinadores de la feria. Las autoridades calcularon mover el equivalente a unos 7,5 millones de dólares en negocios, tres millones más que en 2009 también en Río de Janeiro.
La feria de agricultura familiar, que rota cada año en diferentes regiones, permite a sus protagonistas no solo vender sus productos, sino también entrevistarse con representantes de tiendas de productos orgánicos, naturales, farmacias, mercados, restaurante, hoteles y grandes cadenas de supermercados, para establecer canales de venta sin intermediarios.
Es que en los canales de comercialización y distribución es donde generalmente se acaba la ilusión de un buen negocio para muchas pequeñas empresas. Y en las grandes ciudades, como Río de Janeiro, es donde está ese «gran negocio»
«Tenemos varios objetivos», resalta Campos. «En primer lugar, que el ciudadano brasileño, en especial el que vive en los grandes ciudades, comprenda la importancia de la agricultura familiar, y en segundo término es llevar el producto para el mercado y promoverlo».
«Queremos que se disminuya la distancia entre los engranajes de la cadena productiva, para que la oferta y la demanda se aproximen más», apunta.
«La agricultura familiar es la principal productora de alimentos en Brasil y la gran diversidad es un patrimonio de la seguridad alimentaria nacional», enfatiza.
Esa variedad de productos que se originan en las distintas regiones del gigante país latinoamericano es lo que se distingue en la actividad agropecuaria de las pequeñas parcelas.
Así se mezclan castañas del norteño estado de Pará, collares con frutos de la Amazonia, bombones de frutas típicas como «cupuaçu», sillones de madera de la selva, medicinas tradicionales, salamis del sur y dulces de «goiaba» del centro y el oeste del país, entre otros productos.
También artículos cosméticos y materias primas de los diversos biomas de Brasil. Es el caso de los jabones artesanales elaborados en litoral norte del estado de Río Grande do Norte, con «propiedades para eliminar manchas de la piel, cicatrizar heridas, antiinflamatorio, astringente y antimicótico», según explica a IPS la representante de la Asociación de Maricultivadoras de Macroalgas de la Playa de Pitanguí, Marta Asis.
Los planes de estímulo implementados por sectores privados y el gobierno para la agricultura familiar se complementan con políticas como el Programa de Merienda Escolar, que adquiere productos de ese sector para los alimentos que se utilizan en todos los centros escolares estatales del país.