Rincón salvadoreño mira de frente al cambio climático

Trabajos de limpieza de ríos en la cuenca del Bajo Lempa. Crédito: Edgardo Ayala/IPS
Trabajos de limpieza de ríos en la cuenca del Bajo Lempa. Crédito: Edgardo Ayala/IPS

Con motosierras, machetes y palas, residentes de la salvadoreña cuenca del Bajo Río Lempa, cerca del océano Pacífico, desobstruyen vías fluviales y cortan ramas de los árboles sobre las riberas para evitar que caigan a las aguas de color chocolate.

Una cuadrilla se afana en el río El Espino. Otra hace lo mismo en El Borbollón, situado en la misma zona del Bajo Lempa, departamento de Usulután, en el sudoeste del país.

Cuando las aguas fluyen más libremente, se evita que los ríos se desborden con las lluvias e inunden los cultivos, fenómeno cada vez más frecuente con los trastornados ciclos de lluvias y estiaje.

Varios kilómetros hacia el sur, en los manglares de Bahía de Jiquilisco, Brenda Arely Sánchez recorre con el agua hasta la cintura un canal del estero Cuche de Monte que, a fuerza de machetes, ella y un pequeño ejército de mujeres han reabierto para mejorar el flujo de agua salada y fomentar la reforestación del mangle.

El canal, obstruido durante años por raíces y sedimento, no permitía ingresar el agua salada cuando hay marea alta, y 70 hectáreas de mangle estaban muriendo lentamente porque esa especie necesita un medio salobre.
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"A puro lomo, en recipientes plásticos, sacamos el lodo y raíces del canal", cuenta Sánchez, una de las 30 mujeres que han participado en este esfuerzo.

Estas mujeres y hombres son parte de la Asociación Mangle, afincada en el Bajo Lempa y la Bahía de Jiquilisco, una zona declarada en 2007 Reserva de la Biosfera Xiriualtique Jiquilisco por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

La Asociación Mangle extiende sus acciones desde la protección de la diversidad biológica hasta la gestión de riesgos para reducir la vulnerabilidad a las inundaciones que se recrudecen año tras año.

Las tierras del Bajo Lempa -una planicie costera que comprende la mayor extensión de manglares de El Salvador- fueron explotadas por terratenientes como algodonales hasta la década de 1970, cuando el cultivo decayó.

Al finalizar la guerra civil salvadoreña con los acuerdos de paz de 1992, muchos excombatientes del entonces insurgente y ahora gobernante Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional recibieron parcelas en esta área para que se reinsertaran en la vida civil.

Eso explica la abundancia de organizaciones comunitarias. Los pobladores alegan que la tradición organizativa de los tiempos de guerra la aplican ahora en proyectos sociales y ambientales, sobre todo para hacer frente a lo que todos identifican como efectos del cambio climático.

"Antes sabíamos que las lluvias empezaban en mayo y terminaban en octubre. Ahora ya no se sabe cuándo van a empezar ni a terminar, si va haber sequía o un temporal", dice a Tierramérica el coordinador de la limpieza de los ríos y de la apertura del canal en Cuche de Monte, Carlos Barahona.

Hasta ahora se ha realizado la mitad del desazolve de 4,2 kilómetros de El Espino y El Borbollón, iniciado en julio y financiado por el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales tras los destrozos que dejó la depresión tropical 12-E en octubre de 2011.

Esa tormenta fue el evento meteorológico más severo registrado en El Salvador, porque causó lluvias de 1.513 milímetros, equivalentes a 42 por ciento del promedio de las precipitaciones anuales en el período 1971-2000, sostuvo en octubre de 2011 la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

Murieron 35 personas y las pérdidas económicas llegaron a 900 millones de dólares. La zona más afectada fue el Bajo Lempa.

"Para el huracán Mitch (1998) estuvo feo, pero este fue peor. Nos fuimos de nuestras casas hacia los albergues cuando el agua ya casi nos llegaba al pescuezo", recuerda Sánchez.

El cambio climático se asocia a precipitaciones variables y más intensas. Pero las inundaciones aquí se prolongan porque los canales de drenaje, construidos durante el auge del algodón, no encuentran desahogo en los sedimentados ríos El Espino y El Borbollón.

Otra causa de las inundaciones son las descargas de la represa hidroeléctrica 15 de Septiembre, situada aguas arriba en el río Lempa, cuando las lluvias torrenciales obligan a abrir sus compuertas para que no colapse.

A menudo esas descargas se realizan sin aviso previo, se quejan los pobladores. El Lempa, el río más extenso de este país, se desborda en su tramo inferior cubriendo a una veintena de comunidades.

"Siempre tendremos inundaciones, pero ahora la ventaja es que, con los ríos limpios, el agua se va a ir más rápido", arguye Barahona.

Además, esos ríos volverán a ser navegables, y agricultores y pescadores podrán trasladar sus productos en cayucos.

La apertura del canal en el estero Cuche de Monte, de cuatro kilómetros, está dando frutos desde que comenzaron las labores en julio. Se frenó la muerte de 70 hectáreas de manglares; ya se ven brotes de mangle en la ciénaga y los peces y crustáceos, ausentes cuando el canal permanecía cerrado, han regresado.

Pargos, bagres, róbalos y camarones son algunas especies que se observan en las aguas del estero, explica a Tierramérica el guardabosque de la reserva de biosfera, José Manuel González, oriundo del Bajo Lempa.

Por la importancia de sus especies, desde 2005 la reserva está protegida por la Convención Relativa a los Humedales de Importancia Internacional Especialmente como Hábitat de Aves Acuáticas, firmada en 1971 en Ramsar, Irán.

"El proyecto ya está ayudando a la gente…, porque recuperar el manglar nos conviene a todos y al mismo tiempo se está dando empleo a las familias involucradas en los trabajos", apunta González.

Este esfuerzo es impulsado por el Fondo de la Iniciativa para las Américas, un acuerdo suscrito en 1993 por los gobiernos de El Salvador y Estados Unidos para el alivio de deuda soberana de este país centroamericano, a cambio de que invierta en programas ambientales.

El fondo creado con ese fin cuenta con 41,4 millones de dólares.

En Cuche de Monte se pretende que el ecosistema se regenere naturalmente, mediante la restauración ecológica del manglar (REM) que, en lugar de promover la plantación de una u otra especie de mangle, requiere identificar las causas del daño y luego proceder a su remoción.

La REM es enseñada en la zona por expertos del Proyecto de Acción por los Manglares (MAP por sus siglas en inglés). "La naturaleza es la que mejor sabe qué especies de mangle son las que conviene que allí se desarrollen", apunta Barahona.

* Este artículo fue publicado originalmente el 13 de octubre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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