Uruguay está al tope de las noticias sobre innovación agraria esta semana por ser sede de la Segunda Conferencia Mundial sobre Investigación Agrícola para el Desarrollo (GCARD 2), que se celebra entre este lunes 29 y el 1 de noviembre en esta ciudad turística.
Destacados investigadores y organizaciones de todo el mundo se reúnen para diseñar acciones colaborativas, fortalecer las capacidades y estimular la innovación en el desarrollo agrícola.
Con especial atención a la asociación, se planificarán acciones conjuntas para una agenda prospectiva que examine las tendencias pronosticadas, las necesidades futuras y las soluciones sostenibles para definir cuáles deben ser las medidas y prioridades de la agricultura de hoy.
Además de ser anfitrión de esta reunión internacional clave, Uruguay tiene otro importante papel que desempeñar como modelo emergente y fuente de lecciones y estrategias agrícolas exitosas. La evolución de su producción de arroz es un ejemplo.
El sector arrocero uruguayo es tan único como sorprendente, y de hecho ostenta la tercera tasa de producción más alta en el mundo, con un promedio de ocho toneladas por hectárea de arrozal en seco.
[related_articles]
Y sigue floreciendo. Sin subsidios especiales ni protección del gobierno, ofrece precios justos a los agricultores y resiste la feroz competencia de otros grandes productores, como Estados Unidos, Argentina y Tailandia.
El sector es también ambientalmente sostenible, ya que adopta prácticas de gestión agrícola destinadas a reducir sus huellas de carbono e hídrica.
¿Cuál es el secreto del éxito del sistema arrocero en Uruguay, y qué se puede aprender de él? Para comenzar, apunta a un mercado exportador de alto valor. Se aplican estrictos estándares de producción y molienda para garantizar una calidad uniforme. La cantidad de agricultores es relativamente pequeña, menor a 600, y sus parcelas son grandes, con un promedio de 300 hectáreas sobre llanuras.
El sistema se basa en una cadena de valor corta y muy interactiva. Los agricultores están vinculados directamente con los propietarios de los molinos, quienes actúan como exportadores.
Ambos grupos también tienen estrechas conexiones con el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA). Las reglas sobre los estándares de calidad para el arroz están bien definidas.
Agrónomos asociados con los molineros y con representantes del INIA visitan frecuentemente los campos de cultivo, brindan consejos e información sobre los últimos avances, pero también reciben datos de los productores sobre sus necesidades de insumos y de investigación.
Los agricultores también se benefician de otras características especiales del sistema.
Para protegerse de eventuales daños causados por el granizo funciona un seguro colectivo. Y los molinos prestan a los productores hasta 70 por ciento del crédito que necesitan para adquirir equipamiento.
Los agricultores y los molineros firman un contrato de producción cada año, que incluye un acuerdo privado de precios.
A su vez, los molineros trabajan estrechamente con comerciantes internacionales, eludiendo intermediarios, y colaboran con los expertos del INIA aportando información sobre la demanda o indicando otras necesidades de investigación.
La transparencia y la integración del modelo uruguayo fomentan la estabilidad y reducen la incertidumbre, asegurando sustentabilidad económica y competitividad en un ambiente hostil.
Asimismo, la gestión de los cultivos y las prácticas de rotación favorecen un alto rendimiento y la sostenibilidad ambiental.
Aquí también hay importantes ejemplos para el resto del mundo. El progreso sustancial de la producción arrocera uruguaya es resultado de una combinación de mejoras en el sembrado, las semillas, el uso de fertilizantes, la gestión del agua y el control de malezas.
Se utilizan semillas certificadas de variedades mejoradas y se minimiza la labranza para reducir las emisiones de carbono, almacenado en el suelo, que llega a la atmósfera contribuyendo a los gases invernadero.
La disponibilidad de agua es un factor limitante para la expansión de la producción arrocera y, por tanto, los agricultores construyen embalses para capturar el excedente de las lluvias. Actualmente, más de 50 por ciento de los arrozales uruguayos son irrigados gracias a estos embalses.
El tiempo de siembra es cuidadosamente calculado para maximizar la exposición al sol cuando las plantas están floreciendo y minimizar el daño del frío cuando estas se reproducen.
Las prácticas de manejo del suelo incluyen la rotación regular. Luego de dos años de cultivo de arroz se rota a tres años de pasturas. Esto también ayuda a reducir las emisiones de carbono y a devolverle fertilidad a la tierra.
¿Es posible aplicar el modelo uruguayo en otro lugar? Elementos como su integración, estándares de calidad, transparencia y manejo de cultivos pueden ser ejemplos útiles para ser replicados en diferentes sectores de producción.
El modelo también puede aplicarse en países específicos. Algunas zonas del Delta del Mekong en Vietnam tienen gran potencial, pues allí hay apoyo del gobierno para desarrollar un sector arrocero de alta calidad para mercados de clase media.
El tamaño de este tipo de mercados en los países en desarrollo crecerá a más del doble en esta década, particularmente en Asia. Esto podría ser un buen augurio para desarrollar sectores de arroz de alta calidad en países donde ese producto es muy importante.
La GCARD2 provee una rica plataforma para considerar las lecciones y los modelos del sector arrocero uruguayo.
Junto a representantes del sector agrícola nacional de Uruguay habrá socios internacionales, como el Fondo Latinoamericano para Arroz de Riego (FLAR), la Global Rice Science Partnership (GRiSP) y el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), que han colaborado en el desarrollo de variedades mejoradas y en prácticas de gestión que ayudaron a impulsar el éxito uruguayo.
* Gonzalo Zorrilla es ingeniero agrónomo y director ejecutivo del Fondo Latinoamericano para Arroz de Riego.