La recuperación de la industria de Brasil, ante los efectos de la crisis financiera global que acentuaron la pérdida de competitividad frente a manufacturas externas, es una tarea prioritaria para el gobierno en su afán de mantener la economía en crecimiento.
La caída de 3,8 por ciento de la producción industrial en el primer semestre de este año, confirmando una tendencia a la baja iniciada en octubre de 2010, le impuso urgencia al programa de reducción del llamado "costo Brasil".
El gobierno izquierdista de Dilma Rousseff ya había adoptado sucesivas medidas con el propósito de reactivar la economía, o al menos contener su desaceleración, entre las que se cuentan la rebaja de impuestos, mayor facilidad para acceder al crédito, restricciones a las importaciones y estímulos al consumo interno.
Las últimas iniciativas de Rousseff se dirigen a incentivar la producción, especialmente en el sector industrial, esta vez el más afectado por la crisis que tiene su epicentro en Europa.
En ese marco se cuenta la rebaja a partir de febrero de 28 por ciento de las tarifas de electricidad para la producción de aluminio y de cemento.
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El gobierno anunció hace dos semanas que otras ramas de la industria también disfrutarán rebajas en las tarifas eléctricas de entre 20 y 24,7 por ciento, mientras las residencias y el comercio pagarán 16,2 por ciento menos, producto de diferentes recortes tributarios y de la renovación de concesiones de servicios con costos más bajos.
La electricidad brasileña es una de las más caras del mundo, pese a que su generación es básicamente hidráulica, la fuente más barata. Buena parte de esa contradicción se debe a que se recarga con 25 impuestos y otros gastos que llevan a sumar hasta 45 por ciento de la factura final al consumidor, según el Instituto Acende Brasil (http://www.acendebrasil.com.br/site/secoes/home.asp), un observatorio especializado.
Pero no todos concuerdan con los planes del gobierno. "Bienvenidas las medidas" adoptadas, pero ellas son puntuales, de reacción a los impactos de la crisis internacional, y "faltan políticas de largo plazo para profundizar el proceso de industrialización", evaluó para IPS el economista Rogério Souza, del Instituto de Estudios para el Desarrollo Industrial, creado por empresarios.
Brasil necesita "una política industrial moderna, que sea de Estado", con una planificación que trascienda el período de cuatro u ocho años de un mismo gobierno, como ocurre en China, que empezó por copiar productos y hoy "hace submarinos, aviones y electrodomésticos", explicó.
Se trata de identificar en qué áreas actuar porque son claves para la industria y la economía, los "sectores locomotoras", así como definir también qué ramas son deficitarias para "desarrollar competencias", acotó Souza.
Eso comprende implementar políticas para "favorecer algunos sectores, pero exigiéndoles contrapartidas, metas, plazos y resultados". Las empresas tienen que invertir, ganar productividad y desarrollar tecnologías, aclaró.
"No logro imaginar a Brasil sin una gran industria", señaló Souza, arguyendo que un país con 192 millones de habitantes como este "no puede vivir solo de servicios" y productos primarios. Australia es rica siendo agrícola y minera, pero tiene apenas 22 millones de habitantes, y no necesita tantos empleos. El ejemplo es Estados Unidos, "fuerte en todo".
Pero Brasil vive un proceso de desindustrialización precoz, aseguran varios economistas, entre ellos André Nassif, Carmem Feijó y Eliane Araujo, autores de un estudio que toma datos hasta 2011.
Las principales razones del retroceso de la industria, cuya incidencia en el producto interno bruto (PIB) brasileño bajó de 31,3 por ciento en 1980 a 14,6 por ciento en 2011, son el gran déficit comercial en ramas de tecnología y la baja productividad del trabajo, según Nassif y Feijó, de la Universidad Federal Fluminense, y Araujo, de la Universidad Estadual de Maringá.
La balanza comercial del país presenta un gran superávit desde hace 10 años, pero ese buen desempeño se da gracias a las exportaciones agrícolas y mineras, que compensan con creces el déficit industrial. Tanto que, en los casos de productos electrónicos y en química, las importaciones ya superan a las exportaciones en decenas de miles de millones de dólares al año.
Pero Mansueto Almeida, del gubernamental Instituto de Investigación Económica Aplicada, matizó los números negativos de este proceso en un artículo publicado dos semanas atrás. La pérdida de peso industrial en el PIB acompaña una tendencia mundial desde los años 70, con índices muy cercanos.
Sin embargo, "preocupa" el retroceso registrado el año pasado, cuando la industria representó 14,6 por ciento del PIB, frente a 16,2 por ciento de 2010, una caída brusca teniendo en cuenta el ritmo suave de años anteriores.
En cambio, la exportación de manufacturas no perdió dinamismo en los últimos años, ya que creció de 32.500 millones de dólares en 2000 a 92.300 millones en 2011, lo cual echa por tierra la presunta pérdida de competitividad, según Almeida.
Aun así, la balanza comercial del sector industrial registra desde 2005 un déficit, que creció aceleradamente en los tres últimos años. La recesión redujo el consumo en los países ricos, generando muchos excedentes a bajos precios, mientras el real, la moneda brasileña sobrevaluada respecto del dólar, favoreció las importaciones, explicó el economista.
Otro punto que contradice la desindustrialización es el crecimiento del empleo formal en la industria manufacturera, incluso en períodos de merma del producto. De todas formas, Almeida teme por el futuro del sector, porque producir en Brasil se ha vuelto demasiado caro.
Competitividad es el concepto que adoptó la presidenta Rousseff para justificar las medidas que favorecen algunos sectores. Fomentarla permite un cierto consenso entre las corrientes de pensamiento económico que divergen sobre desindustrialización y política industrial.
Pero son muchos los factores a tener en cuenta. Además del costo energético, la moneda sobrevaluada, una alta carga tributaria que se acerca a los niveles europeos, la precaria infraestructura de transportes y los salarios en alza afectan principalmente a la industria, porque sus costos se acumulan en la larga cadena productiva.
Todo indica que Brasilia decidió por lo menos preservar la competitividad de la industria, que está perdiendo mercado incluso con el resto de América Latina, la región que más importa manufacturas del gigante del sur.
La integración física de América del Sur interesa a Brasil, entre otras razones, porque es donde su industria es más competitiva, lo cual contribuye a su liderazgo regional.
Una industria decadente, además, le quitaría a este país mucho del protagonismo internacional que conquistó en los últimos años, especialmente de la mano del entonces presidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011).