Un rincón escondido del océano Pacífico, la salvadoreña Bahía de Jiquilisco, se está convirtiendo en un paraíso de quelonios amenazados.
"Los pobladores dicen que era una ola de 10 metros de alto, que arrasó con todo", apunta el ecologista Emilio León sobre un sismo en la costa pacífica, cuya marejada destruyó varios viveros con 45.000 huevos de tortugas el 26 de agosto.
El mayor daño lo sufrió la Isla de Méndez, al sur del departamento de Usulután, en Bahía de Jiquilisco, lugar favorito de desove de las cuatro especies que visitan El Salvador: carey (Eretmochelys imbricata), laúd o baule (Dermochelis coriácea), golfina (Lepidochelys olivácea) y prieta (Chelonia mydas agassizii).
Los criaderos destruidos en Isla de Méndez están a cargo de la no gubernamental Fundación Zoológica de El Salvador (Funzel). Por la importancia de la Bahía de Jiquilisco para las tortugas, varias organizaciones ambientalistas tienen aquí proyectos de conservación.
"Contra la fuerza de la naturaleza no podemos hacer nada, más que seguir trabajando para levantar lo destruido", dice León, director del Programa de Conservación de la Tortuga Marina de Funzel.
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El temblor de 6,7 grados en la escala de Richter fue poco percibido por la población, pero echó por tierra meses de trabajo para preservar las cuatro especies, todas en peligro de extinción.
En las actividades conservacionistas participan autoridades, entidades ambientalistas nacionales y extranjeras y los pescadores de la zona, que mantienen incubadoras de huevos de tortugas y conciben mecanismos para que las comunidades se involucren en su cuidado.
"Allá se ve una", dice Obed Rodríguez en su pequeña lancha en medio del mar, señalando la cabeza de una tortuga carey que asoma en las aguas. El quelonio emerge y se deja ver completo unos segundos, para sumergirse nuevamente.
El pescador Rodríguez forma parte del equipo que desde mayo desarrolla un programa de cría de huevos, auspiciado por la Iniciativa Carey del Pacífico Oriental (Icapo), un proyecto regional con sede en Estados Unidos para investigar y proteger las poblaciones de la especie en esta región del océano.
"Esta es la zona donde anidan las carey, y no es raro verlas nadando", comenta Rodríguez a Tierramérica.
Sobre la tortuga carey pende la amenaza mayor. Se la captura para aprovechar su carne y huevos, pero sobre todo para usar su caparazón -de escudos translúcidos de color amarillo, ámbar, rojo, marrón y negro- en la elaboración de objetos decorativos, peines, armazones de gafas y joyas.
Entre 200 y 300 hembras siguen anidando en las playas del Pacífico entre México y Perú, y de ellas la mitad lo hacen en Bahía de Jiquilisco, indican relevamientos de Icapo y del Southwest Fisheries Science Center (Centro Científico para las Pesquerías del Sudoeste) de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos.
Ya no hay incentivos para que los pescadores vendan huevos de tortuga a los restaurantes. Desde 2009 rige una veda total y permanente al aprovechamiento de ese producto, así como de la carne, aceite, huesos, caparazón e inclusive de ejemplares disecados.
Por temor a que las autoridades les decomisen los huevos, los pescadores prefieren entregarlos al proyecto de Icapo, que les paga 2,5 dólares por 14 unidades; y una nidada puede tener hasta 160, explica Rodríguez.
La penetración del mar en las costas de Usulután determina la forma característica del mapa salvadoreño en esta bahía del sudeste. Los indígenas la llamaban Xiriualtique, o bahía de las estrellas, porque sus aguas tranquilas reflejan como un espejo el cielo estrellado.
Aquí se encuentra la mayor extensión de manglares del país. En 2005, esta zona fue incluida en la lista Ramsar de humedales de importancia internacional, y en 2007 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) la declaró Reserva de la Biosfera Xiriualtique – Jiquilisco "La bahía de las estrellas".
Poco a poco, sus habitantes asumen que la zona debe preservarse. Pero la fuerte presencia hotelera en áreas vecinas pone en duda la capacidad local de mantenerla a salvo.
Con todo, el año pasado se sembraron 1,7 millones de huevos, y de ellos nacieron y se liberaron al mar 1,5 millones de tortuguitas, la mayoría careyes y golfinas, las de mayor presencia en este país, según el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales.
A fines de agosto, el explorador y documentalista francés Fabien Cousteau, nieto del famoso Jacques-Yves Cousteau, llegó a estas costas para rodar una película.
"No se trata solo de filmar el progreso que ha tenido la protección de las tortugas marinas en El Salvador, sino también de contar una historia de esperanza", dijo Cousteau en una conferencia de prensa.
La organización no gubernamental, que fundó Plant a Fish (Planta un Pez), y su iniciativa local Vivazul trabajan desde este año con comunidades de las playas El Amatal y Toluca, donde han establecido corrales para incubar hasta 200.000 huevos y liberar la mayor cantidad posible al mar.
Funzel persigue una meta más ambiciosa: que la población local organice sus propias actividades económicas en torno de la conservación de tortugas, sin intermediación de organizaciones ambientalistas.
Por ejemplo, que desarrollen sus propios viveros y cobren a los turistas por el privilegio de liberar una tortuga al mar.
"Esto ya lo estamos haciendo en un plan piloto en la Isla de Méndez, y la idea es ampliarlo cada vez más", dijo León. El precio de este servicio es de siete dólares por visitante. "El futuro es prometedor".
* Este artículo fue publicado originalmente el 8 de septiembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.