Miriam Jama, de un año de edad, nació cuando se declaró la hambruna en Somalia, y no conoce otra vida que la del campamento de refugiados de Badbaado, ubicado a 10 kilómetros de la capital.
Débil y visiblemente desnutrida, como el resto de su familia, apenas tiene lo suficiente para comer.
Y como casi todas las 400.000 víctimas del hambre que huyeron a la ciudad en busca de ayuda en el momento más álgido de la crisis, Miriam, sus padres y cuatro hermanos todavía viven en uno de los muchos campamentos para refugiados en las afueras de Mogadiscio.
Aquí sobreviven en la miseria, en una pequeña choza de apenas dos metros cuadrados.
"Tenemos apenas lo suficiente para seguir vivos. La hambruna puede haber terminado, pero nosotros seguimos sufriendo hambre", dijo a IPS la madre de Miriam, Hawa Jama.
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Esta mujer dijo que su familia recibía al mes solo 25 kilogramos de granos, otros 25 de harina y 10 litros de aceite. Apenas alcanza para alimentar a su familia de siete integrantes. Pero ellos no son los únicos con hambre.
Este viernes 20 se cumple un año de que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) declaró la hambruna en Somalia, y cientos de miles de refugiados en campamentos fuera de la capital todavía sufren hambre y viven en desesperación.
La hambruna en este país fue provocada por una sequía que azotó a todo el Cuerno de África, considerada la peor en 60 años, y se vio agravada por la carestía de los alimentos y la inestabilidad en la región.
El PMA señaló el 18 de este mes que, aunque ya no hay hambruna en Somalia y las tasas de desnutrición mejoraron considerablemente desde el año pasado, la situación sigue siendo frágil, y alertó que los avances podrían revertirse de no mantenerse la ayuda.
La oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados informó el miércoles 18 que el número de refugiados somalíes excedía el millón.
Solo el complejo de refugiados de Dadaab, en Kenia, alberga a 570.000 personas, mientras otras 3,8 millones en Somalia siguen en crisis y necesitan asistencia urgentemente, y unos 325.000 niños y niñas presentan desnutrición aguda.
La vida en los campamentos es difícil. Los refugiados acusan a los administradores de robar alimentos y de favoritismo a la hora de la distribución.
"No me gusta quejarme, pero este es un asunto de vida o muerte para nosotros. Los responsables de administrar nuestro campamento no nos dan toda la ayuda y favorecen a otros", señaló Mumino Ali, madre de siete y residente del campamento de Savidka.
"Se lo decimos a todos los funcionarios extranjeros que vienen a visitarnos, pero no hacen nada", dijo a IPS.
El agua y el saneamiento también son de mala calidad en los campamentos, y los baños son inadecuados.
El agua traída en camiones no cumple con los requisitos internacionales en calidad y cantidad, dijo Mohamed Ali, activista local por los derechos humanos.
"Creo que lo que hemos logrado desde que fue declarada la hambruna en julio del año pasado es que no mueran más personas. Pero el hambre todavía existe, y no hay programas sistemáticos para ayudar a los refugiados a que se mantengan por sí mismos o sean repatriados", añadió.
La situación alimentaria se agravó luego de que las agencias internacionales redujeron sus operaciones una vez que la Organización de las Naciones Unidas declaró el fin de la hambruna en febrero.
Mientras, la Agencia de Administración de Desastres del gobierno somalí, creada especialmente para afrontar la hambruna, fue declarada inefectiva y corrupta.
"La agencia no ha sido efectiva en su tarea, y es una de las agencias que le ha fallado a la gente necesitada. La corrupción se ha propagado en todos los órdenes del gobierno, y esta agencia tiene su parte", dijo a IPS un trabajador local que prefirió no dar su nombre.
Señaló además que había varias "capas de corrupción", desde las agencias internacionales, pasando sus socios locales y funcionarios de gobierno hasta los que administran los campamentos, perpetuando así el ciclo del hambre.
Para sobrevivir, muchos de los refugiados buscan trabajos esporádicos, pero el desempleo ya es alto incluso entre la población general de Mogadiscio, donde 20 años de guerra dejaron la economía en ruinas.
Muchos niños recorren las calles ofreciendo servicios como lustrabotas o limpiadores de parabrisas, tratando de obtener algún dinero para colaborar con sus familias.
El esposo de Jama es uno de los muchos que fueron a la capital a buscar algún empleo, aunque allí no conoce a nadie y hay pocas posibilidades.
Ella y su esposo, exagricultores de subsistencia en la región de Shabelle Media, al norte de Mogadiscio, dijeron que preferían que las agencias les ayudaran a lograr una forma sostenible de ganar ingresos en vez de simplemente darles alimentos.
"No quiero depender de las entregas de las agencias de ayuda, que nunca son suficientes aquí. Pero estaría feliz si recibiera apoyo para trabajar, mantener a mi familia y volver a mi aldea", dijo Jama, con Miriam en brazos.