El lema de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (Río+20) es «El futuro que queremos», pero no hay un papel oficial para los jóvenes ni una voz que hable por las próximas generaciones que tendrán que vivir en ese futuro.
Pero sí hay reclamos para que la cumbre, que se celebrará del 20 al 22 de este mes en la ciudad brasileña de Río de Janeiro, establezca un alto comisionado para las futuras generaciones.
"Nací en 1992, el año de la primera Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro. Desde entonces, el mundo ha cambiado mucho", dijo Andrew Wong, procedente de Burlington, en la sudoriental provincia canadiense de Ontario.
Wong irá a Río+20 como parte de la delegación de Students on Ice (Estudiantes sobre hielo), una organización que ofrece expediciones educativas al Ártico y a la Antártida para estudiantes, profesores e investigadores.
"Queremos llevar la voz de nuestra generación. Ellos van a tomar decisiones en nuestro nombre", dijo Wong a Tierramérica.
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Desde Londres, Alice Vincent, del Consejo Mundial del Futuro (WFC, por sus siglas en inglés) preguntó: "¿Quién puede oponerse a proteger los derechos de las futuras generaciones?".
"Un alto comisionado para las futuras generaciones contrarrestaría la naturaleza cortoplacista de los ciclos electorales, al defender los intereses y las necesidades de las generaciones venideras", dijo Vincent a Tierramérica.
Kathleen Dean Moore, profesora distinguida del Departamento de Filosofía de la estadounidense Oregon State University, estima que "la injusticia del cambio climático y del agotamiento de los recursos radica en que quienes sufrirán las consecuencias más terribles las futuras generaciones no jugaron ningún rol en su creación".
Ellas "no ganarán nada del saqueo de la Tierra que acontece frente a nuestras narices, pero padecerán las consecuencias: inundaciones, sequías, escasez y alteración de los sistemas alimentarios y una violenta meteorología", dijo Moore a Tierramérica.
Ni en el sistema de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ni en el ámbito nacional existe una figura semejante, quizás con la excepción del ombudsman para las Futuras Generaciones de Hungría, dijo Vincent, del WFC, una de las entidades que impulsan esta iniciativa.
El WFC es una fundación sin fines de lucro con sede en varias ciudades, entre ellas Londres y la alemana Hamburgo, que trabaja para que los intereses de las futuras generaciones sean considerados en la elaboración de políticas actuales.
En alianza con otras organizaciones de la sociedad civil, consiguió que esta idea fuera incluida en el borrador del documento final de Río+20.
A la cita acudirán unas 50.000 personas, entre ellas 130 gobernantes, como el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y los primeros ministros Manmohan Singh, de India, y Wen Jiabao, de China. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, no ha confirmado su asistencia.
Río+20 se llama así porque se lleva a cabo en la misma ciudad y dos décadas después de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, que dio origen a tres de los principales tratados ambientales: las convenciones sobre cambio climático, biodiversidad y desertificación.
En Río+20 no se firmará ningún tratado de esa envergadura. Pero su documento final debería servir de hoja de ruta mundial hacia el desarrollo sostenible.
Ese texto incluirá medidas para hacer más "verde" la economía mundial y, posiblemente, unos objetivos de desarrollo sostenible y un calendario para cumplirlos.
El "borrador cero" del documento final es objeto de arduas negociaciones. Al recibir las sugerencias y recomendaciones de los estados miembros de la ONU y de los grupos principales de la sociedad civil, llegó a contar con 4.000 páginas.
Su última versión conocida tiene 80, pero está lejos de ser un documento de consenso. Ante las muchas divergencias, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, convocó a una sesión de emergencia en la sede neoyorquina del foro mundial entre el 29 de mayo y el 2 de junio para proseguir las negociaciones.
Se supone que cuando los gobernantes lleguen a Río a fines de este mes, el texto tendrá unas 20 páginas.
"Nuestra propuesta de un alto comisionado sobrevivió, pero debilitada", dijo Vincent, quien participó en las negociaciones de Nueva York.
En la versión distribuida el 28 de mayo, los estados solo acceden a "considerar" la propuesta de un Alto Representante para el Desarrollo Sostenible y las Futuras Generaciones, posiblemente integrado a una oficina ya existente, y no independiente.
Pero es crucial que esa figura disponga de amplias potestades para cumplir con una agenda que considere las necesidades de las próximas generaciones junto a los intereses actuales, señaló Vincent.
"Imaginamos un alto comisionado con una oficina pequeña (de 10 empleados) y un personal multidisciplinario que trabaje en cooperación con instituciones, agencias y actores ya existentes", agregó.
Con un presupuesto anual de entre dos y tres millones de dólares, esa oficina recomendaría cómo implementar los compromisos intergubernamentales existentes respetando las necesidades de quienes nos sucederán en el planeta.
También promovería y facilitaría la participación pública en el debate y la identificación de asuntos que afecten a las próximas generaciones y sus posibles soluciones, dijo Vincent.
La Unión Europea apoya la propuesta, y países como Australia, Canadá, Noruega y Suiza muestran interés. Pero, como en toda negociación que exige consenso, no hay nada acordado hasta que se acuerde todo, y los resultados empezarán a verse a medida que transcurran nuevas discusiones, según Moore.
Como su nombre lo indica, la versión del 28 de mayo añadió un nuevo rol al alto representante, como promotor del desarrollo sostenible, pese a las objeciones de Vincent y de otros que promueven esta figura. Y sus potestades van mucho más allá, incluyendo, por ejemplo, proteger el patrimonio cultural para las futuras generaciones, dijo.
"Tengo muchas sospechas sobre esta combinación de desarrollo sostenible y derechos de las futuras generaciones. El desarrollo continuo no puede sostenerse. Lo que necesitamos es un equilibrio sostenible, o una prosperidad sostenible", planteó Moore.
Los países deben rechazar "la concepción occidental de que el crecimiento económico infinito es bueno y necesario", concluyó.
* Este artículo fue publicado originalmente el 2 de junio por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.