Muchos cultivan lechuga, tomate, zanahoria, remolacha y otros vegetales, pero es el cilantro el aderezo constante en los huertos que ayudan a familias campesinas a aguantar la prolongada sequía que nuevamente azota la región Nordeste de Brasil.
"Por el sabor" que agrega a "frijoles, carnes, fideos, en todo", el cilantro tiene la preferencia, explicó Silvia Santana Santos, una beneficiaria del Proyecto Gente de Valor (PGV) que diseminó "patios productivos" en 34 municipios del estado de Bahia, en los que la escasez hídrica alimenta la pobreza.
La afición por esa hierba estimula la incorporación de las familias a iniciativas que están mejorando la convivencia con el clima semiárido y la forma de vida en 282 comunidades rurales, las más pobres de Bahia, según identificó la Compañía de Desarrollo y Acción Regional (CAR), órgano estadal que ejecuta el proyecto.
Las tres principales metas del PGV son la instalación de pequeñas infraestructuras hídricas para almacenar agua de lluvia, el incremento productivo y la capacitación. Su inversión es de 60 millones de dólares, la mitad financiados por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) y la otra mitad por el gobierno bahiano.
"Frijoles nadie los compra, al cilantro sí", comparó Julio Santos, cuyos siete hijos con Silvia Santana ampliaron la población del Sitio Taperinha, hoy con más de 100 familias, del interior de Jeremoabo, uno de los municipios incluidos en el proyecto que visitó IPS.
La sequía destruyó la siembra de maíz y frijoles, pero las hortalizas "las vendemos cada 15 días", sin interrupción, comparó Santos, quien aceptó abandonar su cultivo tradicional de granos, vulnerables a los riesgos climáticos del territorio semiárido brasileño, donde viven 22 millones de los 198 millones de habitantes del país.
El huerto puede ser la principal actividad de la familia en el futuro, reconoció. Su rentabilidad está asegurada por la irrigación con agua de "cisternas de producción" aportadas por el proyecto. Son dos tanques de 5.000 litros cada uno, semienterrados para así recoger la lluvia que escurre por el suelo.
La sequía agota ese agua en dos meses, pero la familia Santos cuenta con una bomba para abastecerse de un manantial cercano y expandir el cultivo hortícola. Además, con ayuda del proyecto, comenzó la producción de miel, interrumpida este año por la sequía.
Los huertos del proyecto sumaban 5.644 hasta febrero y "cambiaron los hábitos alimenticios de la gente", reconoció Gilberto de Alcántara, antiguo poblador de Curralinho, una comunidad del municipio de Itapicurú, 175 kilómetros al sur de Jeremoabo, la ciudad cabecera municipal, que tiene unos 35.000 habitantes.
Además "valorizaron a las mujeres", pues son ellas quienes cuidan los bancales (terrazas agrícolas escalonadas) pegados a sus casas, según Cleonice Castro, joven activista comunitaria de Jeremoabo y de la Pastoral de la Niñez, una organización católica que contribuyó a reducir la mortalidad infantil en Brasil.
Y todos se alimentan mejor, añadió, "sin venenos, porque no usamos agrotóxicos".
La "excelente focalización en las comunidades más pobres" y la activa participación femenina y juvenil son aspectos que hacen de Gente de Valor "una de nuestras mejores experiencias" en numerosos países, evaluó Ivan Cossio, gerente de programas de FIDA Brasil.
Los mismos beneficiarios se capacitaron para administrar los recursos recibidos "con eficiencia y transparencia", acotó.
Algunas técnicas mejoran la productividad de hortalizas y otras actividades tradicionales en este medio rural, incrementadas por el proyecto, como cría de caprinos y ovinos, apicultura, producción de castañas de acajú (anacardos), derivados de mandioca (yuca), frutas nativas y artesanía.
Los huertos, por ejemplo, incluyen un plástico bajo los tres bancales habituales, para evitar que el agua se filtre subsuelo abajo, y telas sombreadoras arriba, para reducir la insolación excesiva y la evaporación, detalló Carlos Henrique Ramos, agrónomo de la CAR y subcoordinador del PGV.
La seguridad alimentaria y el incremento de ingresos son las metas productivas, explicó Cossio.
Los "patios productivos", con sus cisternas dobles y otros depósitos subterráneos de mayor tamaño destinados a agua potable, la capacitación en gestión hídrica y la asistencia técnica agrícola son las acciones más generalizadas del proyecto, que beneficia a unas 36.500 personas directamente y 55.000 indirectamente.
Su ejecución involucró a ocho entidades no gubernamentales, de actuación local bajo orientación del PGV, para atender a "los más pobres entre los pobres", destacó Cesar Maynart, coordinador del proyecto.
Son organizaciones sociales que integran un amplio movimiento de desarrollo y difusión de tecnologías de bajo costo y promueven una forma de vida afín al clima semiárido. Un ejemplo son las cisternas de 16.000 litros para recoger agua pluvial desde los techos residenciales, de las que hay unas 400.000 instaladas en el Nordeste.
Otra acción del PGV que alivia las sequías es el aprovechamiento forrajero de las especies de la caatinga, la vegetación típica de este territorio semiárido brasileño, y su almacenamiento como se hace con el heno. Ello garantiza el alimento del ganado durante los estiajes más severos y prolongados.
"Aprendí mucho, no sabía que la moringa era forrajera", confesó Gilberto Alcántara, de la comunidad Curralinho. Se trata de un árbol originario de India que crece en terrenos secos y se adaptó muy bien al clima nordestino.
"Ignoraba que el guandú, que conozco desde niño, también sirve de forraje", añadió João dos Santos, de 26 años, agente de desarrollo subterritorial (ADS) de Curralinho. Los ADS son promotores del Proyecto Gente de Valor, en general jóvenes y elegidos en los subterritorios, como denominan a cada grupo de comunidades participantes.
El forraje hecho de plantas locales es primordial, especialmente en el municipio de Macururé, en el norte de Bahia, donde se crían caprinos, por su mayor resistencia al clima muy seco. Allí el ADS local, Adriano Souza, coordina un "ensayo agroecológico", que experimenta el cultivo de 17 especies como forraje.
Miguel José dos Santos, de 67 años, se apresta a "vender todo lo que le queda" por temor a que la sequía se prolongue. Son nueve vacas, "que valen mucho", unos 450 dólares cada una, pero que cuesta alimentarlas porque "el maíz duplicó el precio", se lamentó mientras se conforma con dedicarse solo a caprinos.
Los campesinos, explicó el subcoordinador Ramos, persisten en criar vacunos porque los consideran "un ahorro, una reserva" para momentos de penuria. Pero los pierden en la sequía, forzados a venderlos a precios regalados.