Uno de los mayores retos de Cuba a la hora de definir políticas de adaptación al cambio climático es preservar sus ecosistemas costeros, enfrentados al previsto aumento del nivel del mar y a fenómenos hidrometeorológicos más intensos.
Con más de 5.500 kilómetros de costa y 4.000 cayos e islotes, en esta nación insular del Caribe es difícil encontrar alguien que no sienta su vida atada al mar de uno u otro modo. "Es lindo, pero tiene sus peligros", sentenció Teresa Marcial, de 78 años, residente en la localidad costera de Santa Fe, en la periferia norte de La Habana.
Marcial vive desde hace décadas con el agua marina casi lamiendo el patio de su casa. En 2005, una inundación provocada por el huracán Wilma dejó a su familia y a otras de la zona virtualmente en la calle.
"Enormes olas barrieron con todo. Fue sorpresivo. El agua se llevó un escaparate (armario) pesadísimo que desapareció", contó a IPS.
El hijo, Martín Pérez Marcial, agregó que ya decidieron vender esa casa para trasladarse a un lugar menos peligroso. "Pero imagínese, parece que con esto de que los próximos huracanes pueden ser más intensos por el cambio climático nadie quiere venir a vivir por aquí", comentó un vecino de esta familia que omitió dar su nombre.
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A pocas calles de allí, unos albañiles se afanan en la construcción de una vivienda que se eleva más de dos metros sobre el suelo, aprovechando parte de una casa antigua y de fuertes columnas. "Si hay inundación, el agua va a circular por debajo de la edificación", dijo el jefe de la obra, José Luis Martínez.
La parte trasera del inmueble, que se construye por "esfuerzo propio", como llaman en Cuba al emprendimiento privado en esta materia, está rodeada de un muro de hormigón macizo con piedra dura. "Así se ahorra cemento. No lleva acero, que con el tiempo se oxida", explicó Martínez.
El locuaz albañil mostró que en su parte inferior, estas paredes de contención llevan unos "aliviaderos" para el drenaje y dejar así que el agua retorne. En las esquinas, los muros semejan la proa de un barco "para romper las olas".
Varias casas de la zona tienen barreras similares. "Para eso hay que tener buenos recursos", alertó Pérez Marcial.
Santa Fe está en riesgo permanente de inundación por los huracanes. Estudios oficiales lo ubican entre las localidades costeras de la capital que enfrentan el impacto directo de estos fenómenos extremos y, aunque en menor magnitud o de "modo parcial", también podría verse afectado por la elevación de las aguas marinas.
Adaptarse, una necesidad irreversible
Carlos Rodríguez Otero, investigador en ordenamiento territorial y ambiente del gubernamental Instituto de Planificación Física (IPF) sitúa en 577 los asentamientos humanos que podrían sufrir el embate combinado de crecimiento del mar, sobreelevación por el oleaje y surgencia asociada a los huracanes.
La surgencia es un fenómeno oceanográfico consistente en la elevación vertical de masas del agua desde el lecho marino a la superficie.
En entrevista con IPS, el experto resaltó que hacia 2050 podría quedar sumergida una superficie de 2.550 kilómetros cuadrados de la costa cubana, de acuerdo a un estudio conjunto de varias instituciones científicas locales, el IPF entre ellas, encabezadas por el Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente.
En 2100, "esa cifra se elevaría a unos 5.600 kilómetros cuadrados, según el escenario de ascenso del nivel del mar para nuestras costas", alertó.
De los 577 asentamientos identificados como vulnerables, 262 poseen superficies situadas a menos de un metro de altura sobre el nivel del mar, en el primer kilómetro tierra adentro desde la línea de la costa.
"Son los que estamos conceptuando como asentamientos costeros por su sensibilidad", indicó Rodríguez Otero. La sensibilidad define el grado en que un sistema natural o humano se perturba por las alteraciones climáticas.
A la vez, de esos 262, un total de 122 pueden ser afectados en diferentes formas tan solo por el aumento del nivel del mar, con pérdida permanente de superficie, edificaciones, redes y servicios. "Con estos asentamientos hay que tomar desde ya medidas de regulación y adaptación concretas", afirmó.
Pese a las medidas que se adopten, se da por hecho que 15 asentamientos humanos estarían destinados a desaparecer en 2050 y siete más en 2100.
Estos deberán ser reubicados, o protegidos según sus características e interés, aunque en general se trata de lugares de escasa población residente y básicamente de playas de recreación, ubicadas en las zonas más bajas de la costa.
Rodríguez Otero recalcó que también deben preverse acciones de adaptación para las áreas impactadas por la combinación del ascenso del nivel del mar y la sobreelevación que por oleaje y surgencia se producen en las zonas costeras.
En este caso, la adaptación debe orientarse a reducir la vulnerabilidad de los inmuebles, crear planes de protección, recuperar e implementar sistemas de drenajes y realizar obras imprescindibles para preservar a la población, entre otras medidas.
"Además, toda nueva inversión, todo plan en zonas costeras de nuestro país debe tener obligatoriamente en cuenta estas proyecciones. Veinte años atrás no teníamos, como ahora, el conocimiento sobre estos temas. No podemos reproducir las vulnerabilidades, sino disminuirlas y aprender a vivir con el riesgo", agregó.
Para este profesional, adaptarse en términos de urbanismo significa aplicar soluciones de reacomodo en la misma localidad, la ubicación de instalaciones ligeras en espacios públicos en zonas de mayor vulnerabilidad, en asentamientos y ciudades ya existentes y la reducción de la densidad de construcción y de habitantes.
Además, es necesario tener en cuenta el traslado de parte de las edificaciones a zonas más altas, elevar las construcciones in situ (en el propio lugar) y lograr que los nuevos proyectos incluyan desde su concepción el uso de materiales más resistentes y techos seguros, que puedan enfrentar la acción conjugada de lluvias, vientos y surgencias.
"También están las soluciones ingenieras como diques de contención, aunque estas son obras más costosas", recalcó Rodríguez.
El experto recordó que en todo el Caribe insular hay que prepararse para el aumento de las temperaturas, las sequías recurrentes y el déficit de agua, entre otros grandes desafíos derivados del cambio climático.
"En Cuba, los mayores riesgos se concentran en las zonas costeras y en la porción oriental del país", insistió.
En su opinión, este país puede ofrecer a la región caribeña su cooperación en todas estas materias.
"Tener los recursos humanos preparados, el conocimiento, una sociedad organizada y la voluntad política nos facilita el abordaje de los problemas y la identificación de soluciones a las que es posible aspirar aun con nuestras limitaciones económicas", recalcó.