Comprar verduras en el mercado dejó de ser una realidad para un grupo de mujeres brasileñas que aprendieron a extraer los frutos de la tierra de las entrañas de la ciudad. La agroecología urbana comienza a extenderse en Brasil a medida que más población deja de ser rural.
La tierra no es fértil, como la de la región serrana del estado de Río de Janeiro que provee a los mercados de la ciudad, y el clima es tal vez demasiado caluroso para que las verduras y legumbres crezcan sin traumas ni plagas.
Pero las mujeres del Parque Genesiano da Luz uno de los barrios más pobres del municipio de Nova Iguaçu, 40 kilómetros al norte de la capital estadual, Río de Janeiro ahora pueden decir con orgullo que comen lo que plantan.
El resto de la producción, un 70 por ciento, se vende a través de la cooperativa que crearon, Univerde, integrada por 22 familias que aportan cinco por ciento de sus ingresos para su funcionamiento. La producción es individual, pero en la comercialización y en otras actividades todo es colectivo.
"Es maravilloso ver tu producción en la huerta, llevar todo fresquito para casa y darle algo tan sano a tus hijos. Tanto que cuando llega la época en que la producción escasea, ni compramos afuera porque hoy tenemos conciencia de que los productos convencionales tienen mucho veneno. Yo ya no puedo comer eso", contó a IPS una de las integrantes de la cooperativa, Joyce da Silva.
[related_articles]
Las huertas, de unos 1.000 metros cuadrados cada una, están en terrenos que constituían un espacio urbano desaprovechado. Debajo de ellos circulan ductos de la empresa estatal petrolera Petrobras, que financió el proyecto en sus inicios, en 2007.
Cuando se acabó el financiamiento, muchas de las entonces más de 50 familias participantes abandonaron la iniciativa por falta de recursos.
Pero un grupo de mujeres decidieron seguir contra viento y marea: les faltaban recursos, herramientas y transporte, por ejemplo para trasladar las semillas y distribuir los productos en las ferias populares donde los venden.
Sin embargo, decidieron que no renunciarían a la independencia conquistada.
"Antes de la cooperativa, solo cuidaba la casa. Pero después pasé a tener mi independencia económica. Otra independencia es la salud que conquisté para mi casa. Y también la mejoría de vida. Mi casa mejoró", relató Da Silva.
El Programa de Agricultura Urbana, que ahora da asistencia técnica a estas mujeres, fue creado en 1999 y ampliado a la actividad periurbana en 2011 por AS-PTA, una organización no gubernamental que promueve este tipo de producción familiar y la agroecología.
Este programa busca aumentar la generación de renta de agricultores familiares periurbanos en la región metropolitana de Río de Janeiro. Tiene un total de 650 beneficiados en comunidades pobres situadas también en los municipios de Queimados, Magé y Río de Janeiro.
Estos agricultores no usan soportes químicos. Tanto los abonos como los pesticidas son caseros y no tóxicos.
La mayoría de los alimentos que se consumen en la ciudad vienen de lejos y tienen los costos adicionales del transporte, que los encarecen, explicó a IPS el coordinador del programa, Marcio Mattos de Mendonça.
"Las personas que viven en las comunidades necesitan el alimento cerca. Muchas veces las hortalizas quedan fuera del menú y se priorizan otros alimentos que no son saludables", destacó.
Acorde con una tendencia demográfica mundial, la población de Brasil, de más de 192 millones de habitantes, es cada vez más urbana.
En 2000, 81 por ciento de los brasileños vivían en ciudades, y 10 años después esa proporción subió a 84,35 por ciento, de acuerdo al censo de 2010.
Pero la urbanización no sofocó la vocación agrícola heredada ancestralmente, según Mendonça. En muchos sitios citadinos pobres como las "favelas" (barrios hacinados), se mantuvo la costumbre de plantar verduras y hierbas medicinales y de criar pequeños animales como cerdos, cabras y aves de corral.
Aldeni Fausto, que siempre cultivó hortalizas en el terreno de su casa, es heredera de ese pasado que hoy reproduce con éxito en la ciudad.
"Convivir con la naturaleza es lo que más me gusta. Ese placer de plantar, cosechar y alimentarse, trayendo de nuevo el origen de nuestra familia y enseñándolo a nuestros hijos; eso es muy importante para no olvidar nuestra historia", enfatizó.
Para la ahora presidenta de la cooperativa, ese distanciamiento del migrante con su tierra trajo como consecuencia "el aumento de enfermedades, el desequilibrio de la naturaleza, el desajuste financiero, porque esa gente no tiene qué comer ni interés de producir, y por eso sentirá la falta de alimentos", dijo.
Pero, "si planta un poquito en cada rincón, no tendrá esa dificultad", analizó Fausto.
Da Silva lo mira desde otra perspectiva. "Nunca imaginé tener comida en medio de la ciudad. Este era un lugar que no tenía ni mercado. Y a veces no teníamos ni dinero para ir a comprar cosas en otro lugar", agregó.
La visita a la cooperativa fue una de las actividades de campo organizadas por el World Nutrition Rio 2012 (Congreso Internacional de Nutrición), organizado en Río de Janeiro entre el viernes 27 y este lunes 30 por la Asociación Brasileña de Posgraduación en Salud Colectiva y la World Public Health Nutrition Association.
El congreso discutió, entre otros temas, las prácticas para una alimentación saludable, los recursos del planeta y la valorización de los sistemas alimentarios tradicionales, tres ejes que sostienen la actividad de la cooperativa Univerde.
Da Silva relató que su familia tenía diversos problemas de salud vinculados a una alimentación que ahora, por sus conocimientos, entiende nociva.
Su hija sufría anemia. "Aun siendo morena como soy yo, parecía amarillita y era muy débil. Y, a través de esta alimentación, ahora tiene buena salud, tiene la piel brillosa, los labios y encías bien rojos, y eso fue para mí lo mejor", dijo.
Fausto también notó la mejora de su calidad de vida. "Aunque no parezca, antes era obesa. Tuve un cambio en mi físico, en mi salud, en la alimentación de mis hijos Mi mente está más ventilada y conseguí el equilibrio", describió, libre de las consecuencias de la obesidad, como problemas de columna e hipertensión.
El camino elegido no es fácil. Sin un apoyo fuerte de recursos financieros, como el del pasado, la sustentabilidad de la cooperativa siempre está en jaque.
De los más de 50 terrenos disponibles para agricultura en Nova Iguaçu, se usan apenas 22, observó una de las visitantes del congreso, la estudiante del último año de la carrera de nutrición, Angélica Siqueira, del Núcleo de Economía Alternativa de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul.
"Todavía existe un prejuicio de que el campo es pobre", dijo a IPS la estudiante, cuyo equipo intenta aplicar la experiencia de agriculturas urbanas y periurbanas en asentamientos de su estado, en el sur del país, a través de la Incubadora Tecnológica de Cooperativas Populares.
La esperanza de las cooperativistas es que, ahora con un certificado oficial, podrán vender sus productos al Programa de Merienda Escolar del gobierno federal, que incentiva la adquisición de alimentos originarios de la agricultura familiar por parte de la red pública de educación.
"Antes ni sabíamos administrar una empresa y ahora administramos nuestra propia cooperativa", subrayó Fausto, convencida de seguir practicando la agricultura en la ciudad. "Es una terapia. Una plantita te devuelve gratitud y amor".