Experimento mayor descifra diálogo entre selva amazónica y agua

Si se altera la relación entre la selva de la Amazonia y los billones de metros cúbicos de agua que circulan por el aire, desde el océano Atlántico ecuatorial hasta los Andes, estará en riesgo la resiliencia de este bioma crucial para el clima del planeta, advierte un experimento de dos décadas.

Torre de observación científica en Boa Vista, capital del estado de Roraima, fronterizo con Venezuela. Crédito: Cortesía Mario Bentes
Torre de observación científica en Boa Vista, capital del estado de Roraima, fronterizo con Venezuela. Crédito: Cortesía Mario Bentes
La Amazonia es un ser vivo de 6,5 millones de kilómetros cuadrados, que ocupa la mitad del territorio de Brasil y parte de los de otros ocho países (Bolivia, Colombia, Ecuador, Guayana Francesa, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela) y alberga la mayor reserva de agua dulce del planeta.

Con el fin de entender plenamente ese complejo ecosistema, científicos de Brasil y del mundo crearon el Experimento a Gran Escala de la Biosfera-Atmósfera en la Amazonia (LBA, por sus siglas en inglés).

Tras 20 años de investigaciones, los datos recabados constituyen un alerta.

Según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE, por sus siglas en portugués), entidad participante en el experimento, si en los próximos años no hay políticas efectivas para reducir la emisión de gases de efecto invernadero, la Amazonia llegará al final del siglo XXI con 40 por ciento menos de lluvias y temperaturas medias de hasta ocho grados por encima de lo normal.
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Esto convertiría a la Amazonia en una fuente emisora de dióxido de carbono, en lugar de un depósito de ese gas de efecto invernadero.

La Agencia Internacional de Energía estima que en 2010 la población mundial arrojó a la atmósfera un récord de 30,6 gigatoneladas de dióxido de carbono, principalmente procedente de la quema de combustibles fósiles.

"Las investigaciones nos muestran que el bosque tiene un gran poder de resiliencia, pero también que ese poder tiene límites", dijo a Tierramérica el físico Paulo Artaxo, presidente del Comité Científico Internacional del LBA.

"Si continuamos quemando tanto carbono, el escenario climático para la región amazónica será bastante desfavorable a cualquier resiliencia que la selva pueda desarrollar. Difícilmente sobrevivirá a un estrés climático tan grande", agregó.

Para la recolección de datos, el LBA dispuso, entre otros instrumentos, de 13 torres de entre 40 y 55 metros de altura, instaladas en distintos puntos de la selva para medir el flujo de gases, el funcionamiento de las propiedades básicas del ecosistema, la radiación y muchos parámetros ambientales más. La información recolectada es analizada por científicos de varias áreas, con el fin de entender la selva como un sistema interrelacionado.

"La percepción de la comunidad científica de que los estudios individuales o disciplinarios no eran competentes para explicar la Amazonia, condujo al LBA. Se percibía que era necesario un esfuerzo integrado para explicar el bosque (tropical) desde las ciencias físicas, químicas, biológicas y humanas, y desde la relación entre ellas", declaró a Tierramérica el ingeniero agrónomo Antônio Nobre, destacado científico que también integra el LBA.

"Cuando empecé los estudios en el LBA, mi parte principal en el proyecto era el carbono. Pero el carbono sin agua queda seco y el bosque se prende fuego. Si no hay transpiración, no hay secuestro de carbono, porque no se produce la fotosíntesis. Percibí que el ciclo del agua y el del carbono eran inseparables", ejemplificó.

Ese análisis integrado demostró que la Amazonia está absorbiendo una pequeña cantidad de dióxido de carbono de la atmósfera, estimada en media tonelada por hectárea y por año.

Pero esa fijación varía mucho por región, según el grado de las alteraciones ambientales. En áreas próximas a lugares donde la acción humana causó una degradación significativa, la absorción se reduce, y la Amazonia, en vez de incorporar carbono, lo emite.

Además, la absorción de dióxido de carbono se contrarresta "por las emisiones de la deforestación y las 'queimadas'", incendios provocados para extender la agricultura, abundó Artaxo.

Como en los últimos años las quemas se redujeron drásticamente, de 27.000 kilómetros cuadrados en 2005 a alrededor de 7.000 kilómetros cuadrados en 2010, "hoy la selva tiene como característica predominante la absorción", indicó.

Pero, con los cambios que generan el efecto invernadero y el calentamiento de la selva, la estación seca tiende a ampliarse, creando un escenario propicio para más incendios y más emisiones de dióxido de carbono.

"El lanzamiento a la atmósfera de partículas sólidas por las 'queimadas' altera la microfísica de las nubes y el régimen de caída de lluvias", dijo Artaxo.

"En uno de los estudios del experimento se constató que el aumento de las ‘queimadas’ en (el norteño estado de) Rondônia extiende entre dos y tres semanas la estación seca, retroalimentando la incidencia de las ‘queimadas’ y empeorando aun más su efecto sobre el funcionamiento del ecosistema", continuó.

En la "muy severa" sequía de 2005, "la Amazonia perdió mucho carbono", dijo. En una situación de "grandes sequías" más frecuentes, es posible que la selva se convierta en "emisora de dióxido de carbono y deje de cumplir un importante servicio ambiental", agregó Artaxo.

La extensión de la temporada seca causa otro fenómeno que también fue estudiado en el LBA, la emisión de carbono de los ríos.

"Los cursos de agua de pequeño y mediano porte emiten cantidades significativas de gas. Ocurre lo que llamo evasión de dióxido de carbono de los cuerpos acuáticos, y eso acontece porque la mayor parte de esos ríos está saturada de carbono disuelto en el agua", afirmó Artaxo.

Con el paso del tiempo, este carbono "es lanzado a la atmósfera en cantidades bastante significativas. Todos los fenómenos que alteran el ecosistema amazónico tienen un fuerte impacto en la evasión de gases de los ríos. Con el aumento de la temperatura, aumenta la emisión de gas", añadió.

Para ilustrar las consecuencias que un desequilibrio de la Amazonia podría acarrear al clima mundial, Nobre citó la investigación que se popularizó con el nombre de "ríos voladores", iniciada en la década de 1970 y convertida en un proyecto consolidado desde 2007.

"Descubrimos que la acción del sol sobre la región ecuatorial del océano Atlántico evapora gran cantidad de agua. Esta humedad es transportada por los vientos hacia el norte de Brasil. Son cerca de 10 billones de metros cúbicos de agua por año que llegan a la Amazonia en forma de vapor. Parte cae como lluvia, y parte sigue hasta encontrar la muralla de la Cordillera de los Andes", describió Nobre.

En la zona andina se precipita como nieve y, al derretirse, "alimenta los ríos de la cuenca amazónica. La mayor parte de la lluvia que cae sobre el bosque se vuelve a evaporar", agregó.

Esta humedad fluctúa sobre Bolivia, Paraguay y los estados brasileños de Mato Grosso, y Mato Grosso do Sul, en el oeste, Minas Gerais y São Paulo, en el este y sudeste, e incluso hasta los sureños Paraná, Santa Catarina y Rio Grande do Sul. "Y lleva la mayor parte de las lluvias a todas esas regiones", explicó.

La sequía de la Amazonia dañaría ese río aéreo y "el ciclo de lluvias en esas regiones, que son muy ricas en agricultura", alertó Nobre.

El LBA es hoy un programa del Ministerio de Ciencia y Tecnología, coordinado por el Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia, con apoyo de otras entidades.

Sus investigadores lo están ampliando hacia otras áreas, como los sistemas agropastoriles y el comportamiento del dióxido de carbono en las plantaciones de soja.

"Tenemos un trabajo enorme por delante" para comprender "los procesos naturales" y lo que "los humanos hacen en cuanto a alteración de los ecosistemas", concluyó Artaxo.

* La autora es colaboradora de Tierramérica. Este artículo fue publicado originalmente el 11 de febrero por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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