Crisis acentúa el gris invierno de Teherán

La producción nacional ha casi desaparecido en Irán y las importaciones escasean por las sanciones Crédito: Kamshots/CC By 2.0
La producción nacional ha casi desaparecido en Irán y las importaciones escasean por las sanciones Crédito: Kamshots/CC By 2.0

El deterioro de la economía iraní y el temor a un ataque militar se suman al triste paisaje invernal de Teherán, donde los días cortos se oscurecen aun más por una gruesa capa de gases y humo que envuelve a la ciudad.

Con las montañas circundantes y la debilidad de los vientos y del sol invernal, la contaminación se mantiene por varios días, y el gobierno emite advertencias regulares de no salir a la calle para la población anciana, las mujeres embarazadas y quienes padecen dolencias cardíacas.

Pero la salud en declive no es lo que más preocupa a los habitantes de la capital iraní. Más bien los desconcierta el deterioro de sus condiciones de vida y la sensación de que el mundo conspira contra ellos.

Con la doble amenaza de un ataque militar de Estados Unidos, de Israel o de ambos, y la creciente inestabilidad de la economía iraní, ya no se encuentra la esperanza que reinaba en los días previos a las elecciones de 2009 e incluso en las semanas siguientes.

Sin embargo, la situación no es tan mala. La mayoría de las señales apuntan a un bienestar financiero en sus niveles más bajos para la gente común desde la guerra con Iraq (1980-1988), cuando la escasez era la norma.
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Aunque los iraníes se han quejado sobre su suerte durante años, las estadísticas simplemente no reflejan el grado de disconformidad económica reinante. Al parecer, el combustible y los servicios públicos fuertemente subsidiados, la satisfacción de las necesidades básicas y una educación decente quedan fuera del registro de una población que aspira a mucho más.

Hasta el año pasado, Teherán era clasificada como una de las grandes ciudades más baratas del mundo para sus habitantes.

Algunas de estas características siguen vigentes, aunque van en declive, y por primera vez parece crecer la conciencia de que todo puede empeorar drásticamente de un momento a otro.

La crisis de la moneda es la señal más reciente de lo que puede ocurrir, y afecta severamente las vidas de millones de iraníes, pues esta sociedad se ha vuelto muy consumidora y no puede seguir el ritmo de sus propias demandas.

La producción interna prácticamente desapareció, y las importaciones se vuelven complicadas, ya que las potencias occidentales han impuesto fuertes sanciones comerciales a Irán.

Esto afecta todos los aspectos de la vida cotidiana.

Según algunas madres jóvenes, es casi imposible hallar pañales desechables "Pampers", o de cualquier otra marca extranjera. Y cuando están disponibles, el costo de un dólar por pañal es prohibitivo para una sociedad donde el ingreso mensual promedio ronda los 500 dólares.

Pero "los pañales producidos en el país le causan a mi bebé unas erupciones cuyo tratamiento es aun más caro que comprar los Pampers", explicó Samaneh, de 26 años.

Cerca de un importante hospital en el vecindario teheraní de Tavanir, las paredes de los edificios de apartamentos están empapeladas con un mensaje fotocopiado: "URGENTE: Debido a situación financiera desesperante vendo uno de mis riñones. Grupo sanguíneo 0+. Por favor, llame".

La venta privada de órganos es legal desde hace tiempo, y el Ministerio de Salud promociona el hecho de que no haya lista de espera para los transplantes de riñón en la república islámica. Pero hoy la oferta parece ser mucho mayor que la demanda.

De todos modos, en Teherán hay algunos que viven otra realidad. En el norte de la ciudad, considerado el barrio occidentalizado del dinero y el liberalismo, a muchos habitantes parece irles mejor que nunca.

A menudo se los identificaba erróneamente como el motor principal de la oposición interna al régimen, pero con el acceso a automóviles lujosos y costosas carteras, es evidente que este sector de la sociedad prospera en el actual contexto de crisis monetaria y especulación inmobiliaria.

Aunque puedan no ser fervientes partidarios del régimen, son silenciosamente cómplices, siempre y cuando sus intereses permanezcan intactos.

No demasiado lejos, en la mayoría de las plazas principales del norte y el centro de la capital iraní, la policía de la moralidad se hace presente. Sus agentes femeninas, convenientemente cubiertas con "chadores", y sus camionetas verdes y blancas, esperan con paciencia para aprehender a quienes infrinjan el código de vestimenta islámica.

Aunque los arrestos se redujeron en los últimos años y los castigos son menos severos, la gente de a pie rechaza más que nunca las opresivas normas.

"Como si no tuviéramos ya suficientes problemas", dijo la oficinista Taraneh, de 28 años, quien fue arrestada junto con una madre y su hija de cinco años por usar chaquetas consideradas demasiado cortas.

Mientras observaba los arrestos, Hassan, de 35 años, opinó: "Creo que envían a estas personas a la calle para mantenerlas empleadas".

"Pero no se dan cuenta de que todo el que ve este acoso, religioso o no, simplemente maldice al sistema", agregó.

Hasta el presidente Mahmoud Ahmadinejad ha dicho que no es asunto del gobierno controlar cómo visten las iraníes. Sin embargo, resulta evidente que hay en el poder funcionarios que todavía consideran que esta es una cuestión de seguridad nacional.

Algunos habitantes empiezan a ver pocas diferencias entre estos defensores del sistema y quienes, en el norte de Teherán, conducen Porsches que cuestan unos 300.000 dólares.

"Todos ellos representan la hipocresía con la que hemos vivido durante siglos. Lamentablemente, esto es parte de esta cultura de 2.500 años de la que todos estamos tan orgullosos", dijo Nima, profesora de historia.

Eso orgullo se está erosionando, y en cualquier parte de la capital que uno recorra se puede oír planes para escapar de la situación actual. La fuga de cerebros es tal que cada año abandonan el país entre 50.000 y 80.000 ciudadanos, y abundan las historias de éxito que los jóvenes intentan emular.

Pero irse es realmente cada vez más difícil. No es que la república islámica retenga a quienes desean emigrar, sino que el pasaporte iraní parece ser uno de los menos valuados sobre la Tierra.

A los iraníes les resulta complicado incluso obtener visas de turistas, pues muchos países de Occidente temen que simplemente se queden si se les permite el ingreso a corto plazo.

Las estrictas sanciones que Estados Unidos continúa implementando, así como el embargo de la Unión Europea al petróleo iraní, son otros recordatorios de los pocos amigos que tienen los iraníes en el mundo.

"Nunca tuve nada malo que decir sobre (el presidente estadounidense Barack) Obama hasta que firmó esa ley (del presupuesto de defensa que incluye sanciones contra Irán). Ahora estoy realmente enojado con él. Muchas personas sienten lo mismo aquí", dijo el pequeño empresario Majid.

Mientras, las autoridades siguen desafiantes, ignorando el creciente coro de preocupaciones que plantea la población.

"Las sanciones no tendrán ningún impacto sobre nuestra (actividad) nuclear, y ellos (Occidente) no lograrán sus objetivos", dijo el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Ramin Mehmanparast, en su conferencia de prensa semanal el martes 7.

"Nuestra historia muestra que las sanciones, que son totalmente ilógicas, han acelerado el avance de nuestra nación", agregó.

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