«No tenía fuerzas, ni siquiera podía caminar. Alguien me tenía que ayudar para bañarme o usar el retrete», narra el zambiano Geoffrey Mwila. Su camisa desabotonada revela un cuerpo muy frágil, pero comparado con el momento en que ingresó al hospicio, ha mejorado milagrosamente.
Este hombre de 43 años, que yace en la cama, tose a menudo entre frase y frase. Debilitado por el virus de inmunodeficiencia adquirida (sida), fue severamente afectado por la tuberculosis y, hace pocas semanas, estuvo al borde de la muerte.
«Estaba muy mal», recordó la monja católica Mercy Ng’andwe, enfermera de cuidados paliativos que actualmente se ocupa de él en el hospicio Mother of Mercy en Chilanga, a las afueras de Lusaka.
«Cuando llegó ni siquiera sabíamos si estaría allí al día siguiente», relató.
Tras recibir medicación antirretroviral y analgésicos, además de ejercicios y masajes para sus débiles piernas, ahora Mwila puede caminar nuevamente. «No puedo ir muy lejos, pero por lo menos puedo ir solo», explicó.
[related_articles]
Más acceso a cuidados paliativos
Hospicios como Mother of Mercy han estado en la primera línea de los cuidados paliativos en Zambia desde que surgió la epidemia del virus de inmunodeficiencia humana (VIH, causante del sida) en el país, a comienzos de los años 90.
En aquel entonces, las medicinas antirretrovirales no eran de fácil acceso y el sector de la salud pública se esforzaba por hacer frente a la gran cantidad de pacientes. Fue así como los hospicios fundados por las iglesias empezaron a llenar ese vacío.
La Asociación de Cuidados Paliativos de Zambia se formó en 2005 y ahora trabaja para que este tipo de atención esté ampliamente disponible. Esto no solo es para quienes están agonizando, como a menudo se cree.
«Los cuidados paliativos empiezan en el momento en que a uno le dicen: Esta enfermedad no tiene cura», explicó Njekwa Lumbwe, coordinador nacional de la Asociación.
«Con los antirretrovirales se puede prolongar la vida, pero también debe haber calidad de vida», agregó.
Además del dolor emocional que a menudo genera el resultado positivo en un análisis de detección del VIH, tanto el virus mismo como el tratamiento antirretroviral causan dolor neuropático en los pacientes.
En un estudio de 2008 sobre el estado de los cuidados paliativos en Zambia, la Asociación concluyó que el dolor era el principal motivo de queja entre 87 por ciento de los pacientes del país, mientras que 98 por ciento de los trabajadores de la salud no estaban calificados para evaluar y tratar el dolor de manera adecuada.
En Zambia, los fármacos para aliviar el dolor, como la morfina, hasta ahora se usan a muy pequeña escala. Pero la Asociación, con el apoyo de la organización británica True Colours Trust, viene implementando un proyecto piloto de dos años para suministrar y familiarizar a los trabajadores de la salud con la morfina.
De conseguir más financiamiento, espera continuar con este programa, que hasta ahora ha sido exitoso.
Para la Asociación, la principal manera de brindar cuidados paliativos es capacitar y sensibilizar a los trabajadores comunitarios, de la salud pública, cuidadores y farmacéuticos.
Convivir con el dolor
«Esto cambió mi perspectiva», dijo Vera Kafuenku, una joven enfermera que asistió a un taller de tres días sobre manejo del dolor organizado por la Asociación.
«Si el paciente está dolorido, le damos paracetamol. Esa es la rutina», dijo, explicando la situación actual en el hospital de Choma, donde trabaja.
«En nuestra mente, la morfina era una droga asesina, y temíamos usarla», dijo Kafuenku.
«Siempre fue muy controlada», agregó Zangi Mululu, quien participó en el mismo curso.
En su pabellón del hospital universitario de Lusaka, Mululu se siente confiado para aumentar la dosis de morfina cada vez que un paciente lo necesita, pero sabe que en muchos otros pabellones los enfermeros no se atreven a hacerlo sin previa aprobación de un médico.
«Algunos terminan dejando a un paciente padecer dolores toda la noche», dijo.
La capacitación no solo aborda el dolor físico. «Trabajamos bajo presión y tenemos que ver muchos pacientes, así que no siempre tenemos tiempo para pensar en las otras necesidades de un paciente, además de las físicas», admitió Mululu.
«Pero aprendí que los cuidados paliativos los lleva a cabo un equipo, y siempre podemos remitir (a los pacientes) a un consejero o un sacerdote para cubrir sus necesidades emocionales o espirituales», expresó.
Vera Kafuenku siente que es su responsabilidad como enfermera por lo menos diagnosticar esas necesidades. Esto se debe a que «somos quienes pasamos la mayor parte del tiempo con los pacientes y los vemos todos los días», dijo.
En el hospital donde trabaja ahora participará en un equipo de cuidados paliativos. «Ahora nos corresponde a nosotros llevar esto más lejos», sostuvo.
Infundir esperanzas
«Sí, todos moriremos, pero queremos darle esperanzas a la gente», dijo Lumbwe, el coordinador de la Asociación.
«Estas no son falsas esperanzas, porque la gente no está muerta hasta que muere. Me conmovió Steve Jobs (1955-2011, cofundador de la empresa informática Apple), quien nunca se dio por vencido y continuó cambiando el mundo de la tecnología aunque estaba enfermo», agregó.
Geoffrey Mwila, quien todavía pasa la mayor parte de su día en una cama del hospicio Mother of Mercy, ahora ha vuelto a tener esperanzas.
Antes de enfermarse tenía un comercio de insumos agrícolas, que se vio obligado a abandonar. Pero ahora sueña con volver pronto a esa actividad.
«Será difícil», dijo la monja Ng’andwe cuando se le preguntó qué ocurrirá con Mwila cuando se le dé de alta. «Creo que no tiene familia que lo cuide en su casa».
Pero afortunadamente para él, los cuidados paliativos no terminan en la puerta del hospicio. «Seguiremos controlándolo y visitándolo, para asegurarnos de que le esté yendo bien», señaló Ng’andwe.
*Publicado bajo un acuerdo con Street News Service.