Farah se preocupó cuando su hijo de 16 años comenzó a salir varias noches por semana sin decir adonde iba y se espantó al descubrir que los amigos que frecuentaba eran de una organización terrorista del valle de Swat, en Pakistán, de donde es originaria su familia.
El día que el adolescente llegó y destrozó la televisión en su casa de Peshawar, capital de la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, la madre decidió dejar su trabajo de maestra y averiguar en qué andaba el menor de sus tres hijos.
Los nuevos amigos le estaban enseñando que era pecado que su madre trabajara fuera de casa todos los días y que su hermana, estudiante de medicina, hablara por teléfono con amigos.
También lo convencieron de que era pecado para un buen musulmán mirar televisión porque distorsiona su estilo de vida y su religión. Lo preparaban para proteger al Islam, aun con su propia vida.
"Ocurrió hace dos años y todavía no me contó toda la historia", dijo a IPS. Farah se encontraba en Viena para reunirse con otras seis madres de Egipto, Yemen, Nigeria, Israel y Palestina para participar en Madres en movimiento, contra el extremismo violento, un panel organizado por Mujeres Sin Fronteras (WWB, por sus siglas en inglés), con sede en Viena.
[related_articles]
"Farah es un ejemplo perfecto de cómo madres con formación pueden oficiar de alerta temprana para frenar la radicalización", dijo a IPS la fundadora y presidenta de WWB, Edit Schlaffer.
Es importante formar a las mujeres para ayudarlas a que alejen a sus hijos de influencias peligrosas, coincidió Farah. En Pakistán, la alfabetización femenina es de 45 por ciento, muy por debajo del 69 por ciento de la masculina.
Farah llevaba un atuendo que sólo dejaba sus ojos al descubierto porque no quería llamar la atención de quienes logró que se alejaran de su hijo y le lavaran el cerebro.
"Estas mujeres son un ejemplo loable del potencial de las madres para contrarrestar el atractivo del extremismo violento en la familia. Es un derecho y un deber de nostras las mujeres y nosotras las madres de involucrarnos de forma activa en el ámbito público para garantizar la seguridad de la futura generación", indicó Schlaffer.
Farah pudo salvar a su hijo al tomarse en serio su cambio de personalidad y hacerlo a tiempo. El adolescente se había vuelto agresivo y reservado y ella quiso saber por qué. Asumió que por ser maestra tenía herramientas para lidiar con el problema.
"Se peleaba conmigo y con su hermana por no cubrirnos la cara y por conducir un automóvil", explicó. "Criticaba que habláramos con cualquiera, a no ser las mujeres de la familia", apuntó.
Tras conversarlo son su esposo médico, ambos renunciaron a sus trabajos en Peshawar y dijeron a vecinos y amigos que se mudaban
Se fueron a otra parte de la ciudad y se dedicaron un año entero a explicar a su hijo lo que sabían sobre el Islam.
Los padres revisaron su teléfono celular y descubrieron que lo llamaban desde distintos lugares, pero cuando ellos discaban nadie atendía. Hasta hoy no saben adonde fue su hijo ni con quien se juntaba.
Cada vez que Farah trataba de averiguar nombres de personas o lugares, su hijo le decía que se había acabado todo y que había quedado atrás. Le dejó claro que no quería hablar del incidente.
El hijo de Farah ahora está en la universidad luego de abandonar un año la enseñanza secundaria. Son buenas noticias. Pero las malas son que es introvertido y a menudo está deprimido.
"Le gusta escribir y yo lo estimulo", relató. "Pero escribe unos versos desgarradores, llenos de dolor y de pesimismo", apuntó la madre, quien reza para que así como su hijo regresó a ella, la alegría vuelva a él.
Hay 103 millones de pakistaníes menores de 25 años, 63 por ciento de la población, según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas. Las difíciles condiciones económicas hacen que los jóvenes tengan por delante un futuro lúgubre.
Desde hace una década, el ejército de Pakistán combate al Talibán por el control de Swat.