«Odiamos a Pakistán y queremos ser libres», señaló Rukhsana Langho, desde Quetta, capital de la hoy provincia pakistaní de Balochistán, otrora independiente. Por teléfono su voz denotaba dolor e ira por la desaparición de su hermano hace más de un año.
Presuntos integrantes del servicio de inteligencia pakistaní secuestraron a Mir Ghaffar Langho, de 35 años, en esta ciudad portuaria del sur del país el 11 de diciembre de 2009 y desde entonces está desaparecido.
"Su esposa y su hija estaban con él cuando lo agarraron, le vendaron los ojos, lo empujaron a un automóvil y se lo llevaron", relató Rukhsana de 25 años.
Mir Ghaffar Langho es uno de los 14.000 baluchis desaparecidos en la última década. "Si ves cómo fueron torturados nuestros 160 mártires también te daría vergüenza ser pakistaní", señaló Rukhsana, refiriéndose a los cuerpos mutilados hallados de estudiantes, dirigentes políticos, activistas, cantantes, poetas y trabajadores.
Desde hace 10 meses aparecen de a tres o cuatro cuerpos con el cráneo perforado, los ojos fueras de las órbitas y las extremidades quebradas o mutiladas. Algunos fueron quemados al punto de ser irreconocibles.
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Los hombres son la "crema de la sociedad baluchi", las últimas víctimas de lo que se cree es una "limpieza étnica" perpetrada por el gobierno pakistaní, indicó Malik Siraj Akbar, joven periodista baluchi alarmado por la cantidad de asesinatos.
Siempre es el mismo modus operandi, observó.
"Hombres, entre 20 y 40 años y por lo general nacionalistas devotos, son secuestrados en lugares públicos por personal de inteligencia, uniformado o de civil, y armado", relató.
"Los cuerpos que aparecieron tirados llevaban notas con el nombre de la víctima y comentarios como esto es lo que le pasa a un agente hindustani", espía indio, señaló Akbar.
El ejército niega su participación y alega que combatientes disfrazados de los paramilitares Cuerpos de Frontera están detrás de los secuestros y asesinatos.
Pero el ministro jefe de Balochistán, Aslam Raisani, declaró a la cadena de radio y televisión británica en noviembre de 2010 que "definitivamente" las agencias de seguridad de Pakistán estaban detrás de esos episodios.
Balochistán, rica en recursos minerales, es la mayor provincia de las cuatro que tiene Pakistán y representa 43 por ciento del territorio nacional. Fue un estado independiente hasta 1947, cuando este país anexó su parte oriental e Irán, la occidental.
Los baluchis ahora quieren independizarse de Pakistán y tomaron las armas. Pero carecen de líderes con capacidad de organización. Además, en medio del caos se integraron delincuentes que se aprovechan de la situación.
Las desapariciones comenzaron en 2001, durante el gobierno de Pervez Musharraf, pero el problema salió a la luz pública entre 2004 y 2005, cuando madres, hermanas y esposas comenzaron a denunciar la situación, recordó Akbar, de 27 años, editor de un periódico de Internet, The Baloch Hal, bloqueado en noviembre de 2010 por la Autoridad de Telecomunicaciones de Pakistán.
Según él, su publicación es la única voz que queda reclamando reconciliación y diálogo. Akbar se describe a sí mimo como "realista, y no idealista".
Después de la facultad, Rukhsana va todos los días al Club de la Prensa de Quetta, ocupado hace un año por Voz de los Baluchis Desaparecidos.
Jaleel Reki, hijo del vicepresidente de la organización, Qadeer Baloch, de 62 años, fue secuestrado cuando volvía a su casa después de la oración el 13 de febrero de 2009. "Los testigos del secuestro dijeron que hombres uniformados de Cuerpos de Frontera y otros de civil llegaron y se lo llevaron", añadió.
"Mi hijo tenía intereses políticos y luchaba por los derechos del pueblo baluchi", relató su padre, quien también recibió amenazas para que abandonara su actividad. Vivió toda la vida como pakistaní en Balochistán, pero "nunca vi tanto odio en mi vida", apuntó.
"La situación está muy mal y si no se hace algo pronto, no habrá vuelta atrás", añadió, por teléfono desde Quetta. En la escuela, nadie se atreve a cantar el himno nacional ni izar el pabellón nacional.
Todas las denuncias hechas en la policía contra las agencias de inteligencia por familiares de desaparecidos han sido vanas. Ni la Suprema Corte, que responsabilizó a efectivos de inteligencia y del ejército, pudo frenar el flagelo.
El alto tribunal trata demandas presentadas por la independiente Comisión de Derechos Humanos de Pakistán (CDHP) sobre personas desaparecidas desde febrero de 2007 y, desde entonces, 300 regresaron a casa, indicó Zohra Yusuf, presidenta de la institución.
Pero las desapariciones continúan. Los cuerpos que aparecen suelen "presentar signos de tortura", apuntó.
El gobierno también creó una comisión judicial para personas desaparecidas, pero "no es muy efectiva y la gente no le tiene mucha confianza", remarcó Yusuf.
Langho y Baloch esperan cada día escuchar buenas noticias, pero otros como Nauroz Baloch, de 18 años, dejaron de ir al Club de la Prensa de Quetta.
"El cuerpo de mi hermano Abid fue encontrado hace tres semanas", señaló, con disparos a quemarropa en un ojo y en el corazón.
Cuando apareció el cadáver mutilado de Safir, de 40 años, tenía quemaduras con ácido.
"Su cuerpo y partes del de dos amigos fueron enterrados en un edificio en construcción y descubiertos de casualidad", relató su hermana Sheema. "Ni a los animales se los tortura como a él", añadió.
El país sigue concentrado en la lucha contra el terrorismo, pero las atrocidades perpetradas contra los baluchis han pasado casi desapercibidas desde 2000, observó Sheema.
"Cuando pedimos ayuda a gritos, los medios de comunicación miraron para otro lado. Ahora es demasiado tarde", añadió.