Los países emergentes construyen numerosas centrales hidroeléctricas para dar energía a su expansión económica, con diferente repercusión en su vecindario. Mientras en América Latina esa estrategia es planteada como un proceso de integración, en Asia genera tensiones por el uso compartido de ríos.
Brasil, abanderado de esta política en América Latina, tiene un acuerdo para levantar cinco complejos hidroeléctricos en Perú, con participación de capitales en firmas concesionarias y en las propias obras, y está interesado en dos similares que dependen de acuerdos con Bolivia, uno binacional a ubicarse en la parte fronteriza del río Madera (Madeira en portugués) y otro totalmente boliviano.
Buena parte de la energía que generen todos estos proyectos se destinará a Brasil, cuyo gobierno prevé un aumento de la demanda de electricidad de 5,9 por ciento por año hasta 2019, cuando se requerirá de una capacidad instalada de 167.078 megavatios, más de dos tercios de los cuales serán de fuente hidráulica.
Construir represas afuera del país es una manera de eludir la fuerte oposición ambiental y de los indígenas que afrontan esas obras en la Amazonia brasileña, que concentra la casi totalidad del potencial hidroeléctrico nacional aún por aprovechar.
Cachuela Esperanza, en el río Beni, en el norte de Bolivia y cerca de la frontera brasileña, tendrá una potencia de 990 megavatios, según un proyecto elaborado por la consultora canadiense Tecsult. Un volumen equivalente a casi toda la demanda actual de energía de ese país del altiplano andino.
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"Solo será rentable si exporta más de 90 por ciento" de lo que genera, dijo a IPS Walter Justiniano, un ingeniero de la vecina ciudad de Guayaramerín, especializado en el tema. Es que su distribución interna en Bolivia exigiría construir extensas líneas de transmisión, puesto que el primer gran centro consumidor está a 1.000 kilómetros de distancia, explicó.
En tanto, el proyecto de Riberón (Ribeirão, para los brasileños), en el río Madera, se prevé que tenga una capacidad de 3.000 megavatios. Esta potencia es igual a la de Itaipú, la segunda mayor hidroeléctrica mundial, construida hace 27 años por Brasil en la frontera con Paraguay. Ese último país nunca pudo consumir más de 10 por ciento de la energía generada allí, aunque le corresponda la mitad.
Estos dos proyectos están aún en estudio, según Alberto Tejada, gerente de Generación de la boliviana Empresa Nacional de Electricidad (ENDE).
Cachuela Esperanza depende de la evaluación de "cuestiones técnicas, políticas de soberanía, seguridad y cuidado del medio ambiente", señaló el funcionario a IPS. "Las gestiones para su financiamiento y construcción no están muy avanzadas", admitió, aunque el presidente de Bolivia, Evo Morales, manifestó en enero su disposición de impulsar el proyecto.
Por su parte Riberón depende de un acuerdo entre Bolivia y Brasil, "que garantice los tratados aplicables a ríos internacionales de libre navegabilidad", observó Tejada.
Un equipo técnico boliviano estudia el inventario del potencial hidroeléctrico de tres ríos de la cuenca compartida con Brasil, que servirá de base a las negociaciones, añadió.
Los cursos de agua a represar, tanto en Bolivia como en Perú, son formadores de los grandes ríos amazónicos brasileños, como Madera o Madeira y Solimões, lo cual quiere decir que están en la parte alta de las cuencas.
El agujero negro de Asia
La situación es mucho más compleja en Asia, con China como escenario del nacimiento de los grandes ríos que escurren hacia India y el sudeste asiático. La demanda de este gigante aumenta el consumo de energía mucho más aceleradamente que Brasil, debido a sus 1.300 millones de habitantes y a un crecimiento económico constante superior a 10 por ciento anual.
China avanza en por lo menos 81 grandes proyectos hidroeléctricos solo en los ríos Mekong, Yangtzé y Salween. La avalancha de represas de ese país preocupa naturalmente a todos sus vecinos, que dependen de esos cursos de agua para sus propios planes.
Camboya, Laos, Tailandia y Vietnam, que reciben las aguas de China, crearon en 1995 la Comisión del Río Mekong (MRC, por sus siglas inglesas) para promover un manejo sustentable y cooperativo de la cuenca.
Este grupo se sorprendió con la dramática baja del Mekong por la sequía del verano de 2009 y no descartó que la razón principal haya sido que China acumuló más agua de la debida en 21 represas existentes en el tramo del río en su territorio.
Pero la debilidad del MRC en resistir las presiones chinas es criticada por organizaciones como la no gubernamental Red Internacional de Ríos (IRN, por sus siglas en inglés).
Además, Laos anunció en marzo que construirá la represa hidroeléctrica de Xayaburi, con capacidad para generar 1.260 megavatios, lo cual provocó protestas en Vietnam, que teme que esa obra cause graves daños a su agricultura y a la cría de peces en el delta del Mekong.
Pero Xayaburi es sólo la primera de las 11 centrales que estudian construir en el río Mekong los gobiernos de Camboya, Tailandia y Laos, nueve de ellas en ese último país.
India también se preocupa por represas que construyen China, Nepal y Bhután en ríos cercanos. Todos buscan energía barata y con menos reclamos ambientales y sociales en países vecinos.
En ese marco, los estados grandes intentar aprovecharse de los recursos de la región. Birmania, uno de los estados que presentan todas esas "ventajas", atrae inversiones de Bangladesh, China, India y Tailandia.
Capitales de esos cuatros países ya construyen en Birmania 29 complejos hidroeléctricos, que sumarán 19.413 megavatios de potencia, y planifican otros 14.
Las firmas de China son las mayores constructoras de proyectos en su país y en la vecindad, un ejemplo más del crecimiento de esta nación como "inversionista masivo en la región", evaluó Carl Middleton, de la campaña del Mekong de IRN.
Brasil juega, en menor proporción, ese papel en América Latina, donde empresas como Odebrecht, Andrade Gutierrez, Camargo Corrêa y Queiroz Galvão están presentes en las grandes obras.
Pero Brasil busca ejercer un poder más blando que China, cuyas empresas suelen trasladar trabajadores chinos para las obras en el exterior, limitando así la contratación y capacitación de obreros locales.
Casi todos los países de América del Sur tienen excedentes energéticos y disponibilidad de fuentes, como petróleo, hidroelectricidad, gas natural o carbón, que varía entre ellos. Además, "unos estados tienen recursos naturales, pero no capital ni tecnología".
Esas condiciones justifican buscar la "integración energética", que, además de complementariedad, permite "mayor conocimiento entre los vecinos", sostuvo Daniel Falcón, diplomático de la División de Recursos Energéticos no Renovables de la cancillería brasileña.
Ese es uno de los temas que aborda con mayor énfasis la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) desde 2007. Ya cuenta con directrices y con un plan de acción, y le falta solo la concreción del tratado energético en negociación. "No hay iniciativas similares en el mundo, ni siquiera en la Unión Europea", aseguró Falcón a IPS.
Cachuela Esperanza representará para Bolivia nuevos ingresos fiscales, más energía para alentar la actividad productiva y una mejor calidad de vida en el norte amazónico de ese país, además de reducir el uso de hidrocarburos para generar electricidad, evitando así emisiones de gases invernadero, arguyó Tejada.
Pero, a la vez, exigirá un embalse "casi tan grande como el de Itaipú", con lo cual se inundarán bosques bolivianos, advirtió el ingeniero Justiniano, coincidiendo con otros críticos de la construcción de represas hidroeléctricas "brasileñas" en Perú, que las consideran innecesarias y destructoras de una rica biodiversidad.
*Aportes de Franz Chávez (La Paz) y Keya Acharya (Bangalore)